EL PAíS › OPINIóN

Tres estrategias para la oposición

 Por Gerardo Adrogué* y Alejandro Grimson**

El gobierno de Macri avanza y la fragmentación de la oposición se agudiza. Los diagnósticos que intentan explicar sus causas y consecuencias se multiplican. En este clima de confusión, tres estrategias muy distintas pretenden orientar la acción política del campo popular, hoy en la oposición. Para analizar esas distintas estrategias primero es necesario realizar un diagnóstico sobre el macrismo.

Existe un diagnóstico simplista que supone que el macrismo es una experiencia a corto plazo de las elites para rapiñar recursos públicos, que el macrismo es un fenómeno político que solo busca devolver a las grandes corporaciones y al capital concentrado los beneficios perdidos durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Y que una vez cumplido su cometido cortoplacista perdería relevancia política y electoral. No desconocemos lo obvio: el poder económico concentrado ha sido el beneficiario de la enorme transferencia de recursos que Macri realizo en sus primeros 100 días de gobierno (devaluación, apertura indiscriminada de importaciones, disminución y eliminación de retenciones, despidos en el sector público y desprotección al trabajo en el privado, entre otros). Sin embargo, este diagnóstico simplista desconoce que el propósito fundamental del macrismo es de largo plazo: construir un modelo neoliberal sustentable en la Argentina, con voluntad hegemónica, apoyado en los medios de comunicación masiva. Aunque sea capaz de realizar concesiones y negociaciones parciales, el modelo económico y político del macrismo avanza sin titubear en la eliminación de las políticas públicas e instituciones que promueven la distribución de la riqueza y el bienestar en la Argentina. Lejos de una alternancia “normal” en democracia, hoy presenciamos un cambio de régimen. Pero el macrismo significa una novedad en la forma como el poder económico ha defendido sus intereses en el país. Hoy lo hacen construyendo mayorías electorales, con la legitimidad que otorga la voluntad popular expresada libremente y sin proscripciones.

Por ello, nuestro diagnóstico sobre el macrismo enfatiza su complejidad, labrada pacientemente en la Ciudad de Buenos Aires, distrito donde demostró que no solo hace un uso eficiente de la publicidad y del marketing político sino que también sabe ejercer el poder, comprende la lógica de la administración de estado, aplica los principios del intercambio político sin prejuicio alguno, se apropia con facilidad de valores y símbolos ajenos a su visión del mundo (para luego vaciarlos de contenido), e implementa políticas públicas que pueden favorecer ocasionalmente a los sectores sociales más necesitados y vulnerados (como es el caso del Metrobus). El macrismo demostró que sabe aprovechar los errores de su adversario, en particular la subestimación que se hizo (y se hace) de las candidaturas de Mauricio Macri. En política, subestimar es un pecado.

El diagnóstico simplista lleva a la pereza política. Si el gobierno se disparara en sus propios pies, si tuviera pies de barro, no resultaría necesario esforzarse en construir activamente una oposición. El simplismo alimenta nuevos mitos. Por ejemplo, “la gente se va a dar cuenta que este gobierno los arroja a la miseria y se va a dar cuenta quien verdaderamente gobernó para ellos” o también “el ‘compañero’ Macri con sus decisiones está creando las condiciones para nuestro rápido retorno”. Cierto es que la multitudinaria marcha del 24 de marzo, las Plazas del Pueblo y la amplia convocatoria que despiertan las inconexas actividades de la oposición pueden alimentar la creencia según la cual el apoyo al macrismo se derrumbará por la fuerza de las cosas y que lo más razonable sería, en consecuencia, sentarse bajo la higuera a esperar que llegue la primavera. Error de perezoso.

Un diagnóstico realista, que reconozca la complejidad del macrismo, también intuye que las políticas que lleva adelante el neoliberalismo en el gobierno van a generar malestar en amplios sectores de la sociedad y que (aunque los medios masivos lo oculten o disfracen), el nivel de apoyo a la gestión, la imagen de Macri y la potencial intención de voto pueden disminuir significativamente durante los próximos meses. Pero no asume quien podría beneficiarse de ese desgaste. Nada es mecánico en la política. Tampoco es improbable que el macrismo active una vez más su complejidad para recomponer mayorías políticas o electorales. En todo caso, si algún malestar social se estuviese gestando, este sería hoy apenas el germen de un potencial espacio antimacrista. El diagnóstico realista invita a pensar en la necesidad de ampliar y conducir este potencial espacio antimacrista, de construir una oposición con vocación de mayorías, lo cual lejos de la pereza exige actuar de modo decidido, inteligente e innovador.

Repasemos ahora las tres estrategias que hoy debate el campo nacional y popular. La primera se basa exclusivamente en entablar negociaciones de gobernabilidad para las provincias (y/o municipios) donde se gobierna. A esta primer estrategia le tiene sin cuidado un diagnóstico simplista o realista, acertado o no, sobre el macrismo. Es una estrategia cortoplacista que reconoce el poder coyuntural del adversario y sólo busca maximizar el intercambio político de bienes y recursos. Sería necio negar que una parte de la política requiere de negociaciones. Tan necio como creer que de esa realpolitik puede emerger una verdadera alternativa al oficialismo. La voluntad popular esta para ser respetada, pero también es evidente que la voluntad popular nunca fue perder derechos. Y en este punto la oposición debe ser intransigente.

Pero una posición jacobina en la defensa de los derechos conduce a una segunda estrategia tan equivocada como la primera. Fundada en el diagnóstico simplista sobre el macrismo y sobre las consecuencias que su gobierno tendrá sobre los votantes, esta segunda estrategia sostiene que el pueblo extraviado comprenderá, tarde o temprano, la verdadera naturaleza del macrismo y, en consecuencia, retornará al redil. Con el explícito propósito de facilitar el retorno de las masas desilusionadas, promueve acentuar los rasgos más duros y puros de la identidad política kirchnerista (o trotskista para el caso). Bajo esta mirada, cualquiera que no sea un abogado absoluto de los doce años de kirchnerismo debe ser estigmatizado como traidor o renegado. ¿Cuál es el peligro que aquí anida? Alimentar una posición política que confine a la oposición a los márgenes de lo testimonial y la prive de la orientación estratégica que construya mayorías políticas y electorales.

Por eso, es imperioso fortalecer una tercera estrategia: ampliar y fortalecer a la oposición. Se trata de ampliar el espacio antimacrista y de conducir una orientación definida al interior de ese espacio. Por un lado se requiere articular diversidades, sin que nadie pierda su identidad, ni su propia visión, pero sin anteponer la propia identidad para un trabajo conjunto. Por el otro, debe garantizarse que en este nuevo colectivo prime una orientación política de intensa defensa de los derechos populares. El contexto actual argentino y regional es desfavorable para el campo popular y nos impone reagrupar y construir. Caso contrario, la actual fragmentación de la oposición continuará beneficiando al macrismo, tanto como proyecto político como en su fuerza de negociación coyuntural.

Pero atención que esta vocación frentista del campo nacional y popular no debe ser sólo un fenómeno electoral. Debe orientar la acción política en todo el proceso social. Es decir, antes, durante y después de las elecciones y tanto “hacia adentro” como “hacia afuera” de la vida político partidaria. El éxito de esta tercera estrategia política también depende de la intensidad con la cual se afronten los distintos conflictos políticos, de la inteligencia para seleccionar y priorizar las batallas que deben darse. Es en este proceso donde se empiezan a (re)construir las mayorías. En cambio, tanto el acuerdismo como el simplismo jacobino renuncian a la construcción de un programa atractivo y viable para la mayoría de los argentinos. La primera porque sólo negocia con el oficialismo, sin ofrecer alternativas. La segunda porque se preocupa más por tener la “posición correcta” que la posición que contribuya a modificar una adversa relación de fuerzas.

La articulación de diversidades de la oposición tiene distintos niveles. En el plano microsocial implica luchas barriales, institucionales o sindicales que requieren ampliar la unidad. En el plano estrictamente político, esta estrategia sólo será una orientación eficaz si es adoptada e implementada por el liderazgo y la conducción política de cada distrito. O, en distritos sin liderazgos claros, si es adoptada por varios liderazgos potenciales. La militancia de base puede y debe contribuir a fortalecer esta estrategia, pero su esfuerzo será en vano si no es asumida por los principales dirigentes. Enfatizamos aquí la especial urgencia que esta estrategia de ampliar y articular tiene en la Ciudad de Buenos Aires. Finalmente, ampliar y articular no es sinónimo de “unidad boba”, o de la unidad como un fin en sí mismo. Esta discusión es tan antigua como la política misma. ¿Cabe aliarse con cualquiera por el simple hecho de que no está en el gobierno? ¿Cuáles son los límites del campo nacional y popular? Cuando caracterizamos al macrismo como la opción política de una derecha con un proyecto hegemónico y al mismo tiempo aludimos a la gestación de un potencial espacio antimacrista, no llevamos de contrabando la noción de que cualquier unidad es buena en sí misma. Pero sí reconocemos que en política la línea divisoria entre adversarios está lejos de ser una trinchera clara y definida, como las que hace un siglo separaban a los ejércitos en el campo de batalla. En política, las identidades políticas adversas se asemejan muchas veces a manchas que pueden superponerse en los bordes y crear cierta confusión. La creación de mayorías también depende del corrimiento eficaz de estos bordes. Por eso, estamos convencidos que la vocación por construir mayorías debe ser amplia, real y efectiva.

* Sociólogo UBA. Analista de Opinión Pública. Director de Knack Argentina.

** Antropólogo social.

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Imagen: Adrián Pérez
 
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