EL PAíS › OPINION

Desde la diferencia

 Por Washington Uranga

El tiempo político, pero también las enseñanzas recogidas en el hacer y el quehacer de los distintos sectores, obliga hoy más que nunca a reconocer la diferencia como un valor. Si la negociación y la búsqueda de acuerdos es importante, no lo es menos el hecho de reconocer el valor de la opinión del otro y de la otra, la diferencia de puntos de vista, de miradas e, incluso, de estrategias. El mundo complejo en el que vivimos no puede agotarse en una sola mirada, en una sola perspectiva. La complejidad exige distintas aproximaciones, análisis diversos, pero a la vez complementarios. El éxito no radica –como pudo entenderse en otro tiempo– en la derrota del oponente y en la eliminación de sus puntos de vista. No existen verdades preponderantes o absolutas. Existen diferencias y complementariedades que se enriquecen y se complementan. La negociación no se hace, en todo caso, para que alguien renuncie a sus puntos de vista, sino para encontrar los mejores caminos y las estrategias para alcanzar objetivos comunes, en el corto y en el mediano plazo. El mayor de los éxitos puede estar entonces en el diálogo, en la negociación y en la capacidad de quienes, aun opinando de manera diferente, son capaces de encontrar rumbos que aproximen a todos hacia el horizonte de las utopías donde, paradójicamente, los acuerdos son más fáciles. En la búsqueda de estos caminos y estrategias es donde hay que volcar las mayores energías, poner la mayor inteligencia para, con vigilancia permanente sobre los objetivos finales, avanzar sin ningún tipo de claudicaciones. En este mismo marco puede decirse que no son ni más valientes, ni más lúcidos, ni más coherentes y fieles a sus principios los que usan el agravio y la descalificación como herramienta. Son más sabios los que haciendo gala de la capacidad de escucha son capaces de aprender del otro y de la otra, de reconocer acuerdos y diferencias, de asumir las propias limitaciones y errores, de marcar los que a su juicio son también errores y limitaciones de los demás, y tomando todo ello en cuenta, ponen sus mayores energías en la búsqueda de espacios de participación para la construcción colectiva, asociada, multisectorial y multiactoral. Hay una nueva forma de ciudadanía que tiene que ser reinventada y está claro que esa ciudadanía de nuevo tipo se alimenta más de las diferencias que de los consensos vacuos, se construye mucho más con tesón, paciencia e inteligencia, que con gritos destemplados o pretensiones hegemónicas.

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