EL PAíS › OPINION

El capital combatiendo

La frase premiada de Aranguren. La ideología al rojo vivo. Isela, epistolario y discursos. El Estado y el mercado en la narrativa macrista. La emergencia ocupacional, el posible veto bronca. La amenaza del desempleo, más allá de los ñoquis y La Cámpora. Brasil, decime qué se siente.

 Por Mario Wainfeld

El ministro de Energía y Minería, Juan José Aranguren, se alzó con el Olimpia de Platino de la semana (¿del mes?) en la disciplina “Macrismo explícito”. El jurado, por unanimidad y aclamación, premió la frase: “Si el consumidor considera que este nivel de precios es alto en comparación a otros gastos de su economía, dejará de consumir. En cambio, si entiende que el costo no es tan alto, continuará cargando nafta”. Ninguneó, canchereando, el impacto de un nuevo, consuetudinario, aumento de los combustibles líquidos.

Los Olimpia de Oro y Plata fueron declarados desiertos. Fiel a su idiosincrasia, Aranguren había elevado mucho la vara de la competencia.

La medalla de bronce quiso estimular a Isela Costantini, titular de Aerolíneas Argentinas, que se mostró muy comunicativa, en varios géneros. Optó por el epistolar para los empleados, un texto afectuosamente titulado “La carta de Isela”. Tras llamarlos, creativamente, “colegas” la ex CEO de General Motors anunció una reducción de costos formidable. En un texto similar, fechado en enero, “Isela” afirmaba que su tijera no cortaría gastos en Recursos Humanos. Esa minucia no se menciona en su carta reciente.

Luego, en formato discurso, Costantini comentó ante otra vertiente de colegas (empresarios): “Dentro de una empresa es natural que llegue alguien que es el jefe de tu jefe y te diga que vas a tener que ajustar. Uno dice ‘okay’ y no lo toma en pánico (...) pero en el mundo de la función pública cualquier palabra puede ser utilizada contra cualquier persona dentro del sector o dentro del Gobierno”. Costantini prometió, antigardeliana ella, que “el día que los empleados no me quieran voy a ser la primera en irme”.

El jurado, tras prolongado cabildeo, confirió la distinción valorando que el dilema de la funcionaria no es ajustar sino cómo se comunica.

Lástima que el ministro de Hacienda y Finanzas Alfonso Prat-Gay se haya autoexcluido de la premiación, aplicado a despotricar off the record contra el titular del Banco Central Federico Sturzenegger. “Alfonso” se alzó con varios Olimpia de Oro por hallazgos tales como “cada uno sabe dónde le aprieta el zapato” anunciando que los sindicatos deberán elegir entre una reducción del valor adquisitivo de los sueldos o los despidos.

Un antecedente conceptual del proverbio de Aranguren, que ranquea en buen orden al capitalismo y a la democracia, al consumidor y al ciudadano, si tal categoría existe.

Okay, sigamos con el relato.

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Derechos, vade retro: El consumidor agudo aunque con billetera flaca es libre de elegir entre llenar el tanque o, póngale, renovar el vestuario o comprar alimentos. Si escoge ese rubro puede optar por reducir la ingesta de carne o inclinarse por las segundas marcas, con beneplácito de los editores de Clarín: ¡ha nacido una tendencia!

En el ideario macrista (que Aranguren expresa con menos ambages que sus pares en el gabinete) la sociedad es un hipermercado. A nadie se le ocurriría llenar el changuito si no tiene con qué pagar en la caja.

De derechos, ni hablar. La palabra escapa al vocabulario oficialista: se “ayuda”, hay dirigentes “ocupados y preocupados” y se hace “lo necesario”. La necesidad tiene cara de hereje neo–con: para construirla no se computan los derechos establecidos por la Constitución y las leyes laborales todavía vigentes.

“Lo necesario” es una ecuación económica, ideológica al extremo.

La prensa oficialista le hace chas chas a Aranguren. Le falta tacto, dictaminan los más ingeniosos. Ahorremos bromas veloces o procaces sobre el tacto real existente del ministro deslenguado. “Niño, que eso no se dice.”

Consultores económicos no marxistas, Miguel Bein a la cabeza, dictaminan que la supresión de subsidios resuelta por el ex CEO de Shell son desmesuradas, que benefician desmedidamente a las empresas y descalabran equilibrios económicos.

El conflicto de intereses es un problema nodal de la CEOcracia, subestimado o ignorado por académicos, opineitors o periodistas aliados de PRO. Eppur si muove, siempre en la misma dirección Aranguren es uno de los ejemplos más chocantes porque maneja la cartera que más concierne a las petroleras. Hasta acá no se equivocó nunca: imposible negarle amor a la camiseta. Si alguna vez retorna a la actividad privada, tendrá las puertas giratorias abiertas. Lo ha ganado, meritocráticamente.

El conflicto de intereses no atañe al imaginario dominante porque presupone una escala jerárquica de valores entre lo público y lo privado. Si Aranguren lo tuviera en cuenta viviría excusándose. Estaría paralizado, delegando o tercerizando barbaridades. Fácticas, en lo esencial: las verbales son accesorias, las siguen como la sombra al cuerpo.

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La plata es mía, mía, mía: El oficialismo propugna y encarna una visión del mundo, tributaria de su extracción de clase. Sería reduccionista hablar de economicismo. El operador cultural Darío Lopérfido divaga así, cuando justifica reducción de inversiones en su área: “Es mejor que la gente pague menos impuestos y que hagan lo que quieran con su dinero”. La cita se toma de “Las veinte verdades” publicadas por Ernesto Semán en el portal Panamarevista.com. Agrega el autor: “Pocos líderes serían peor descriptos como economistas carentes de ideales que los economistas que han hecho de la evidencia dura de los datos del mercado su horizonte. Lo que hay no es una contradicción, lo que presenciamos es un espiral de violencia ofuscada contra la realidad, cuyas víctimas directas no serán precisamente ellos”.

Una utopía contradictoria en los términos, una distopía tal vez anima al macrismo, en palabras de quien esto firma. En las de Semán: (fantasean que) “la liberación de las fuerzas productivas provocará en la riqueza nacional el milagro de elevar socialmente a los más postergados sin tocar la riqueza de los que más tienen”. El orden de prelación se conoce: lo primero es garantizar la intangibilidad de la riqueza, el resto vendrá por añadidura.

A los “colegas” se les pide comprensión y apoyo, mientras se le cortan los víveres, se mutilan derechos, se licuan salarios o en el extremo se los despide. Entonces podrán elegir qué hacer, si son hábiles.

Los impuestos o los subsidios son un modo de reasignar la riqueza. Desde ya eso no convalida cualquier gabela, cualquier escala, cualquier imputación. Pero la intervención estatal, como compensatoria de las injusticias del mercado, es básica en un sistema capitalista que quiera conciliar con los ideales o las normas democráticas.

“Si los impuestos vuelven al pueblo ¿para qué los cobran?”, bromeaba un comerciante exitoso que conocimos en el pasado remoto. La respuesta es que los impuestos debe(ría)n cobrarse en forma progresiva por lo que la plata no se reintegra, sino se re adjudica. O se redistribuye, otro vocablo ausente del neo diccionario M.

Un fundamentalismo banal predica que la riqueza de pocos favorece al conjunto por vía del derrame o hasta del ejemplo subjetivo. Un ideal vetusto y peligroso. En la Argentina hasta se usó para desprestigiar a uno de los sistemas jubilatorios más inclusivos del continente. La experiencia falló de modo patético y le cupo a los gobiernos kirchneristas reparar parcialmente el desquicio.

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De los ñoquis al temor: “Somos un equipo”, proclama el presidente Mauricio Macri, jefe de los jefes. La máxima es repetida en la propaganda oficial, Costantini le hace eco mientras les pide a sus colegas-dependientes que pongan las barbas en remojo.

Las cautas reacciones sindicales cegetistas enardecen al oficialismo que no termina de asumir la relación pragmática entre los líderes y los trabajadores. Macri pide comprensión y otra clase social le responde con el bolsillo.

La manifestación del 29 de abril fue una advertencia, encarnada por trabajadores sindicalizados, en su mayoría. No los convocó el estandarte del Frente para la Victoria, sino la sensata lectura de sus derechos y conquistas jaqueados. Los ciudadanos tienen derecho a trabajar y hasta a tener ingresos si están desocupados o ganan poco. He ahí una diferencia fundante con los clientes de las estaciones de servicio.

“La gente” teme al desempleo, revelan las encuestas que cualquier gobierno lee devotamente (ver páginas 2/3). La propaganda oficial quiso disipar temores: solo fueron, son y serán despedidos los ñoquis o los nefastos militantes de La Cámpora.

El macrismo buscaba la empatía de la opinión pública, ajena a esos colectivos. El receptor masivo lo acompañó, unos meses. Cuando el cuadro general se espesó, el Gobierno divulgó entusiastas lecturas sobre el número de despedidos, en el sector público o en el privado. No le creen, achalay. Algo falló en la comunicación o en la realidad, usted dirá.

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Argumentos flojos: La ley de emergencia laboral (alias “antisespidos”) que cuenta con media sanción en el Senado, se transforma en un casus belli para el Gobierno.

Los argumentos macristas son flojos. Una norma similar dictada en 2002 coincidió con el mayor aumento de puestos de trabajo de la historia nacional desde 2003. No fue la letra escrita, fue la economía política, claro. La regla sirvió como marco, como señal al empresariado que tampoco tenía muchos incentivos para despedir con el crecimiento a tasas chinas.

El espantajo “van a ahuyentar las nuevas inversiones” es insostenible: los (muy virtuales) nuevos empleos estarán fuera de la nueva cobertura legal.

Tampoco es consistente aducir que no hay ni habrá cesantías. Si así fuera, poco importarían los “procedimientos de crisis” previos o la indemnización agravada, si la patronal es porfiada.

Ninguna norma es panacea ni generadora masiva de empleo. Lo que subleva y violenta al gobierno es que el Congreso dicte una ley protectoria mayormente testimonial, que contradice su Dogma laico.

Ocurre que en la caja de herramientas esperan turno leyes flexibilizadoras, reformas “a la baja” del sistema previsional. Y un blanqueo generoso para los evasores, instrumento que ningún gobierno ha dejado de lado... Bajo cualquier administración, fue y será nefasto éticamente solo para empezar.

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Del veto bronca al pedido de gauchada: Por ofuscación Macri incurrió en apresuramiento político al anticipar el veto, que sería rechazado por los dos tercios del Senado y se sostendría merced a poco más de un tercio de los diputados. Todos con la casaca amarilla de Cambiemos, en flagrante soledad.

Flojo escenario para el oficialismo que lanza globos de ensayo para disuadir a los diputados. Ayer mismo, el ministro de Producción Francisco Cabrera imploró-”exigió” a los empresarios: “Digan que durante 60, 70 u 80 días no van a despedir a nadie”. Procura reemplazar una ley por una pequeña ayuda de los amigos. Una regla general por una promesa imprecisa, un marco institucional por una gauchada de los patrones. Solidaridad de clase, bien light.

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Representaciones y amenazas: La representación democrática es, como intuye la sagaz Constantini, más endiablada que la praxis empresaria. El macrismo se engolosinó con movidas inteligentes y taimadas, dividiendo el campo opositor. Pero los gremialistas, los gobernadores o los legisladores defienden sus posiciones. Arrimarse a un oficialismo triunfador en las elecciones es una táctica transitoria, condicionada a los vaivenes de la legitimidad de ejercicio.

Hasta los adversarios gremiales o políticos más transigentes se distancian porque es imposible adherir al macrismo sin perder sustento propio.

Macri culpa al kirchnerismo de todos los males, hasta de arrastrar a las demás vertientes opositoras. El manual de Cambiemos predica que solo se es kirchnerista por ignorancia o corrupción o por ambos factores. Mala lectura y mal mensaje para un gobierno que ensalza el diálogo, el parlamentarismo, el consenso.

El rumbo económico es apenas uno de los problemas del oficialismo. “El mundo” que supuestamente nos está abriendo los brazos, agrega otros. El más preocupante, no apenas para el oficialismo sino para la Argentina, es la crisis política del Brasil. El golpe de estado “blando” parece encaminarse a una salida suicida y riesgosa para la gobernabilidad regional. Un logro que se sostuvo desde 2003 tiembla en la principal potencia de este Sur, asediado por otra derecha del vecindario.

Los fanáticos de derecha son peligrosos. De eso se trata, colegas y amigos.

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Imagen: Joaquin Salguero
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