EL PAíS › OPINION

La agenda única

 Por Eduardo Aliverti

¿Qué amenazas tan terribles o qué objetivo tan preciso encuentra o persigue la derecha como para haber desatado esta campaña sucia de instalación temática de la violencia, comandada desde los grandes medios de comunicación pero obviamente sustentada por los intereses de las corporaciones económicas a que responden?
El propio Kirchner se ha preocupado en destacar que no es un líder izquierdista, que su objetivo principal es la reconstrucción de un capitalismo “serio” y que debe prestársele más atención a lo que hace que a lo que dice. En efecto, se abona puntualmente a los organismos multilaterales de crédito, las tarifas de servicios públicos se van reacomodando según las exigencias corporativas, el superávit fiscal tiene la prioridad de atender las acreencias de la deuda pública y así sucesivamente. No hay tampoco programa alguno que afecte la canallesca distribución del ingreso. Y como si fuera poco hay una inexistencia total de oposición política orgánica, que dispute al menos espacios de poder no ya desde opciones de izquierda –ni siquiera visualizables a mediano plazo– sino a partir de meros posicionamientos “progres”. ¿Qué diablos es entonces lo que despierta esta fijación del “caos” y la “anarquía” como única agenda mediática?
Una de las hipótesis: buscan que el Gobierno reprima ahora, cuando todavía conserva altos índices de popularidad y el humor de la clase media quedaría en sintonía con, digámoslo brutalmente, un toque de sangre y fuego. Según ese razonamiento, nada descartable, la propia derecha advierte que las tensiones sociales se agudizarán de manera inevitable como producto, precisamente, de la permanencia del modelo neoliberal. Y que cuando eso suceda podría ser tarde para hallar el colchón de apoyo popular que necesita la represión. En línea con ese razonamiento está también la conjetura de que se impone consolidar como irreversible la marginación de la mitad de los argentinos relegándolos, por vía represiva y de construcción simbólica de “peligro latente”, a un estado de paisaje habitual pero inmodificable. Dicho de otra manera, lograr la aceptación de las clases medias en torno de que la latinoamericanización de la Argentina llegó para quedarse.
También se pueden encontrar explicaciones menos abarcadoras, que no por eso serían menos certeras. Que el Gobierno está recibiendo la factura por haberse metido muy duro con ciertos emblemas demasiado caros al ideario de la derecha. Que no deja de ser un oficialismo poco confiable para un establishment acostumbrado a andar sin que se le cuestione nada. O que simplemente se trata de que ni ésta ni ninguna derecha del orbe puede dejar pasar así como así la ocupación de una comisaría, ni la crítica creciente contra sus fuerzas de seguridad, ni una purga tras otra de las cúpulas policiales (aunque respecto de casos como éstos convendría prevenir que se actúa contra las camarillas de un sistema político putrefacto, y no sobre los monumentales negociados de los grupos económicos).
Lo que quiera que sea, empero, es o puede ser porque hay un conjunto social receptivo a estas reacciones facilistas y autoritarias. Los medios de comunicación no inventan la realidad sino que acompañan lo real manipulándolo de acuerdo con sus intereses. Exageran de manera burda, es cierto. No tienen empacho en afectar la mínima seriedad profesional, es cierto. Y también es cierto que hay una buena cuota de actores sociales, sobre todo desde diciembre del 2001, frente a los que no es tan fácil la venta de pescado podrido. Hoy no se puede salir a los tiros así nomás, porque algunos luchadores imprescindibles han logrado que no haya espacio ni político ni social para hacerlo. Es la resistencia, que no es poco. Pero el dichoso enano fascista sigue haciendo de las suyas no sólo entre la clase media sino también en vastos sectores populares, que anteponen la estabilización de la decadencia a toda otra consideración. Se insiste en que estas cosas suceden porque no hay un bloque social y político articulado que represente las necesidades de las mayorías. Lo único que hay es lucha suelta. Ahora bien: qué difícil es la construcción de esa herramienta cuando es desde la propia sociedad donde surgen dudas en torno de su auténtica vocación de cambio.
Como en tantas otras situaciones, frente a este despliegue impresionante vehiculizado por los medios para ubicar al enemigo en el campo popular, al momento de encontrar una respuesta debemos echar una mirada sobre nosotros mismos.

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