EL PAíS

La amenaza de la Semana Fétida

Por M. W.

La derecha argentina y sus portavoces mediáticos se encolerizan porque los recolectores hacen huelga y dejan de recoger residuos. La derecha reclama que los trabajadores apelen a otros medios menos agresivos y más creativos. Lo que la derecha no dice (aunque sí advierte) es que si los camioneros en vez de parar hubieran organizado un seminario, se hubieran puesto un pañuelo en la cabeza o firmaran un petitorio no habrían tenido el menor impacto. Aldo Roggio estaría de vacaciones y no al pie del cañón, negociando él mismo con las autoridades y con los gremialistas.
El lugar de trabajo de un prestador de servicios públicos es, claro, aquel que es escenario de la prestación de los servicios. La interrupción de la prestación interpela a la ciudadanía, la transforma en partícipe del conflicto y no sólo en su rehén. Hasta ahí algo lógico, inevitable, en muchos casos deseable.
Empero, los camioneros trasgredieron esta vez una línea sutil. No se limitaron a no trabajar. Aderezaron su gestualidad con agresiones al espacio urbano y a los usuarios. No levantar la basura es su derecho, quemarla, expandirla, arrojarla excede sus prerrogativas, transformándose en violencia respecto de los ciudadanos de a pie. Un límite que no traspasaron los trabajadores de Foetra, días atrás.
Si los conflictos se dirimen en la escena pública, el respeto a los usuarios (que no equivale a no privarlos del servicio, en supuestos ineludibles) es un elemento esencial. No pensaron así las bases de Hugo y Pablo Moyano, cuya agresividad hizo fruncir ceños en el Gobierno. Un prominente ocupante de la Rosada le advirtió a Hugo, triunviro de la conducción de la CGT, que quemar basura podía malquistarlo con la sociedad. Palabra más palabra menos, Moyano respondió que eso nada le importaba, que él solo se debía a los trabajadores de su gremio y nada debía reportar a “la gente”. Esa postura, aparentemente reivindicativa pero en rigor intolerante, puede ser un búmeran para el prestigio de la protesta gremial, que necesita un plafond de consenso de los argentinos de a pie.
La luna de miel que venía viviendo el Gobierno con el devenido herbívoro Moyano sufrió un corte abrupto en la semana que pasó. En la Rosada y en Trabajo se venía evaluando que había un nuevo Moyano, cuya ambición de liderar en soledad la central obrera lo impelía al diálogo. Pero el Moyano herbívoro se evaporó en los efluvios de la basura quemada.
Otro entuerto agitó las aguas de la relación entre la CGT y el Gobierno. En la central obrera creyeron que el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, estaba por reconocer la personería de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) que encabeza Víctor de Gennaro. Esa hipótesis es para los cegetistas un casus belli de magnitud casi inigualable. La versión hizo estallar la furia de los gremialistas. Hubo una reunión del consejo directivo de la CGT de donde emanaron rayos y centellas contra Tomada. Casualmente, había una reunión del consejo con el presidente Néstor Kirchner. Se decidió, como protesta, que sólo asistirían los triunviros Moyano, Juan Carlos Lingeri y Susana Rueda. Cuentan frecuentadores de la CGT que Rueda fue –puesta a cuestionar al Gobierno– toda una talibán.Llegados a la Rosada, Lingeri le transmitió la bronca a Kirchner, quien le replicó duramente. Además le aclaró, como ya había hecho Tomada, que la decisión sobre la personería de la CTA está pendiente de un trámite que recién empieza. La tirria presidencial fue patente. Según fuentes cegetistas, esto detonó una rencilla entre Lingeri y Rueda, quienes intercambiaron reproches en alta voz. Sus compañeros aseguran que Rueda (la más dura contra el oficialismo intramuros de la CGT) fue la más obsequiosa con el Gobierno en la Rosada.
El episodio nació de un –parcial– malentendido. La CTA inició un expediente que se está gestionando y en el que la asesoría de Trabajo dirimía si debía notificarse a la CGT. No de la sentencia, que no la había, sino de la apertura del trámite para que fuera “parte”. En Azopardo se entendió mal y ahí brotó la rabia.
Lo cierto es que algo se quebró entre la cúpula cegetista y el Gobierno que se llevaban (demasiado) de rechupete. Y que el reclamo de la CTA, andando el tiempo, tiene más posibilidades de ser acogido (siquiera parcialmente) que de ser rechazado en su totalidad.
Con el conflicto social en ascenso, la cúpula cegetista revela que no ha cambiado tanto ni ha aprendido tanto. Sus acciones de los últimos días indujeron a algunos funcionarios (hasta hace semanas muy entusiasmados con la nueva cúpula) a rememorar la famosa fábula del escorpión y la rana.
Esta historia continuará.

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