EL PAíS › OPINION

Cómo está el termómetro del poder

 Por Martín Granovsky

1 Kirchner logró un éxito triple
Con una cifra de aceptación de entre el 70 y el 85 por ciento, el presidente Néstor Kirchner logró un punto que vale tres. Vale para conservar su influencia propia. Obligado a gobernar con el duhaldismo, un aparato político ajeno al que poco a poco busca quitar espacio sin llegar a una guerra final, Kirchner sólo puede confiar en el movimiento perpetuo. Su poder es una bicicleta. Se mantiene en equilibrio con el pedaleo permanente. El poder de Kirchner viene de la gestión y de su contacto directo con los argentinos, una relación que los encuestadores puntúan con una simpatía de entre el 60 y el 70 por ciento. No es una mala cifra a casi dos años de gobierno. El canje vale también para la pulseada con el establishment financiero, que no terminó ni terminará, tal como se informa en estas páginas. No es lo mismo encarar el resto de la puja con las privatizadas o el propio Fondo Monetario Internacional con una aceptación mínima que con un piso del 70 por ciento. Y el canje vale como tercer punto porque se trata del único objetivo argentino que representa un nivel de consenso casi unánime. La meta de negociación de la deuda abarcó al peronismo completo, al radicalismo e incluso al ARI de Elisa Carrió.

2 Ahora es más difícil hablar de marginalidad
La franja más dura de los acreedores, encarnada a menudo en The Wall Street Journal, intentó pintar a la Argentina con una tropicalidad bananera. El canje de la deuda, ahora que pasó de la oferta a la aceptación, dejó de ser una remake de Alan García para convertirse en un acuerdo financiero aceptado por los grandes bancos del mundo. “No soy el presidente del default”, dijo Kirchner muchas veces a lo largo de la negociación. Y antes había advertido a sus funcionarios que, aunque no fue él quien produjo ni la devaluación ni el default, tenía que aprovecharlos para sustituir importaciones y para crecer durante dos años pagando menos deuda. En política, aprovechar los beneficios sin cargar con los costos siempre es una situación ideal.

3 Kirchner ganó junto con Lavagna
El Presidente y el ministro de Economía llegaron a dúo hasta el final de la negociación con los acreedores. Algunos analistas financieros vaticinaban la salida de Lavagna del Ministerio de Economía luego del canje. Lavagna jamás lo dijo, ni en público ni en privado a sus colaboradores. Nada puede descartarse. Ni la renuncia ni, sobre todo, la permanencia. Una posibilidad importante es que el ministro quiera demostrar ahora que hay un Lavagna “estratégico”, y no solo un Lavagna capaz de administrar la coyuntura. ¿O acaso sería mejor perspectiva para él correrse del cargo y apostar a la memoria colectiva? Esa memoria suele ser frágil, por un lado, y por otro si Kirchner conserva su actual nivel de popularidad o un porcentaje razonable, ser el candidato oficialista para el 2007 sólo dependerá de su voluntad. En ese caso, Lavagna no tendría espacio. Y si Kirchner fracasa, su nivel de compromiso con el Presidente es tan fuerte que tampoco quedaría como una figura incólume.

4 La relación con Washington, más sólida
El gobierno de los Estados Unidos osciló entre apoyar a la Argentina dentro del Fondo o, al menos, no fastidiarla más de lo necesario. En esa decisión jugaron decisiones y omisiones. La decisión fue no convertir en inestable una zona de América latina estable, casi a niveles suizos en comparación con Perú, Bolivia o Colombia, y sin duda más amistosa que Venezuela. Las omisiones consistieron en la centralidad de Irak, Medio Oriente, Corea e Irán para los Estados Unidos. Si éste es el resultado, habrá que convencerse de que es bueno para la Argentina que los Estados Unidos carezcan de una política activa y planificada hacia América latina. De hecho, la combinación del canje y las medidas pos-Southern Winds marcan un mejoramiento práctico de la relación con la Casa Blanca.

5 Gutiérrez no quiere ser un obstáculo
La afirmación en el punto anterior puede chocar con un estereotipo vigente en la Argentina. Surge de tomar cualquier declaración del embajador norteamericano como un plan de hostilidades, cuando en verdad se trata del juego permanente de obtener mayores ventajas en medio de un nivel de conformidad básica y tensión constante. ¿Cuál es el punto de conformidad? El mayor control de Ezeiza por parte del Estado argentino coincide con los intereses de los Estados Unidos, preocupados por el terrorismo transnacional. También el refuerzo de la administración de aduanas y, antes, la verticalización de la Policía Federal y el cogobierno de hecho en la seguridad bonaerense. Esa es la posición que el equipo del embajador norteamericano, Lino Gutiérrez, suele transmitir a sus interlocutores argentinos. Es obvio que, como hacía con gran maestría Terence Todman, el diplomático aprovechará en su favor el poder que le confiera cualquiera de esos interlocutores ávidos por complacer sus deseos aun antes de que sean formulados.

6 Tensión por el papel de las FF.AA.
En diez días llegará a Buenos Aires Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa de los Estados Unidos. El planteo continental del Pentágono es que las Fuerzas Armadas deben asumir papeles activos en la pelea contra el narcotráfico y el terrorismo, dos blancos que los documentos de Washington suelen reunir en un supuesto “narcoterrorismo”. Pero la Argentina acaba de tomar una medida en la dirección contraria: pasó a manos civiles la Policía Aeronáutica Nacional, que hasta el escándalo de las valijas dependía de la Fuerza Aérea. Una medida (la seguridad sin Fuerzas Armadas) va en contra del plan de Washington para la región. La otra (reforzar a Ezeiza) juega a favor. El arte del Gobierno argentino ante Rumsfeld será usar la segunda jugada para demostrar la inutilidad de la primera. Mientras logre producir hechos no necesitará sobreactuar.

7 La brújula de la discusión pública
El viernes, cuando festejaba al mismo tiempo su cumpleaños número 55 y la cifra del canje, Kirchner les repitió la misma conclusión a varios de sus colaboradores. “Esta fue una semana muy importante”, dijo. “Terminamos una gran negociación por la deuda y le pegamos al corazón de la corrupción organizada.” Lo primero era obvio. Lo segundo apuntaba, según explicó uno de esos funcionarios a Página/12, a haberse metido con Ezeiza, con la PAN, con las empresas de seguridad y con la concesión de Aeropuertos Argentina 2000, a la vez explotador del aeropuerto, copropietario de SW y beneficiario de los servicios de rampa y transporte. Sin embargo, el Gobierno quedó enredado en una lógica falsa. Descabezó a la cúpula de la Fuerza Aérea por no haber controlado Ezeiza y Córdoba. Pero explicó que lo había hecho porque los aeronautas no habían avisado a tiempo. Y así construyó una trampa contra sí mismo: si la clave era la segunda, la debilidad pasaba a ser de todo el gobierno, como si se hubiera tratado de un sistema. El Estado pudo haber fallado. Pero no todas las instancias del Estado fueron negligentes. Y, menos aún, no todas participaban del circuito de la droga. Por otra parte la salida desde la crisis (con la designación de Marcelo Saín y el pase de la PAN al área civil) marcó una ruptura y no una continuidad respecto de las bandas que actúan en narcotráfico, lavado y contrabando. Convertir un debate sobre la seguridad en un análisis burocrático sólo sirve para esquivar el fondo del asunto, que es cómo desmontar la madeja entre la Fuerza Aérea, AA-2000, SW y la seguridad en manos de ex funcionarios de Carlos Menem como Adrián Pelacchi o firmas salidas del tronco yabranista como TAS.

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