EL PAíS

Ni Quito ni Pongo

Por Horacio Verbitsky

Un imprevisto acuerdo entre los gobiernos de George W. Bush y Hugo Chávez difirió la resolución de la OEA sobre la crisis política ecuatoriana hasta que una misión del organismo viaje a Quito para apoyar el mantenimiento de la institucionalidad democrática y un proceso no violento de diálogo con todos los sectores. La resolución se adoptó invocando la Carta Democrática. Washington no quiso convalidar el método heterodoxo de remoción del presidente Lucio Gutiérrez porque lo consideraba un aliado más confiable que la coalición improvisada en sostén del cardiólogo Alfredo Palacio, en un país cuya moneda es el dólar y que alberga una de las principales bases estadounidenses en Sudamérica. Pero Caracas tampoco quería aceptar un precedente que luego pueda aplicársele a su gobierno. Sólo Brasil se apresuró a anunciar que mantiene relaciones con estados y no con gobiernos, siempre que alguna autoridad controle el territorio y la población, frase de su canciller Celso Amorim que constituye un brutal retroceso en el terreno ganado por la región para el respeto a los procesos constitucionales y los derechos humanos. Brasil pretende manejar desde la Comunidad Sudamericana (COSA) cualquier cosa que ocurra en Sudamérica. Pero le llevó una batahola interminable en la que apenas lo acompañaron Perú y Bolivia, conseguir apenas una resolución de compromiso en la cual se tomó nota del apoyo para el mantenimiento de la institucionalidad democrática en Ecuador de los “mecanismos de concertación política subregionales” entre los que se mencionó a la COSA, el Grupo de Río, la Comunidad Andina y México. Para impedir la participación mexicana Brasil se había opuesto antes a cualquier declaración del Grupo Río (que preside pro tempore la Argentina e incluye a México) y presionado con rudeza a Paraguay para que la declaración del Mercosur destacara el rol de la COSA. Junto con la misión de la OEA habrá otra integrada por cuatro cancilleres de la COSA: Brasil, Perú, Bolivia y la Argentina, con la particularidad de que Bielsa llevará también el sombrero del Grupo Río. Para constitucionalizar la situación de hecho bastaría con que 67 legisladores proclamaran al nuevo gobierno ecuatoriano. Pero la situación es demasiado fluida como para vaticinios. Manifestantes airados sitian la embajada brasileña, desde la que Gutiérrez protesta que no ha renunciado. Los organismos ecuatorianos de derechos humanos reconocen como constitucional al gobierno de Palacio y declaran que es el fruto de la lucha popular contra un gobierno que desde que manipuló la justicia, hace cuatro meses, se constituyó en una dictadura. Por lo tanto ninguna de las misiones muestra mayor apuro en viajar, hasta ver mejor qué sucede. El cuadro subsiguiente a la crisis plantea interrogantes aún más graves para la región. La Argentina no tiene destino fuera de la alianza estratégica con Brasil, pero no puede aceptar el hegemonismo desaforado de Itamaraty, cuya política de gran potencia está desgastando en forma peligrosa al gobierno de Lula, ante la mirada irónica de Washington, que se limita a observar cómo sus presuntos adversarios se destrozan recíprocamente. El acercamiento argentino a México es razonable para preservar los equilibrios regionales, dada la poligamia eufórica de Brasil en sus excursiones por otros continentes. Pero esta táctica de contrapesos tiene un límite, tanto geográfico cuanto político, que es el río Bravo. El aliado estratégico es Brasil, no Estados Unidos. Estos alineamientos volverán a tensarse en la elección del nuevo secretario general de la OEA y del director de la Organización Mundial de Comercio, casos en los que la Argentina tuvo un desencuentro con México y otro con Brasil. Al mismo tiempo, se cruza en el camino la política interna, ya que Eduardo Duhalde fue designado a pedido de Kirchner en el Mercosur, pero se convirtió en un operador del hegemonismo brasileño. Estos matices deberán ser tenidos en cuenta en la designación del próximo canciller. Pero también reclaman un diálogo personal franco entre Lula y Kirchner. Si dejaran pasar esta oportunidad única, la historia no sería benévola con ellos.

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