EL PAíS › COMO HIZO MASSERA PARA CONVERTIR LA TORTURA EN UN METODO DE ENRIQUECIMIENTO

Política y caja eran una misma cosa

La detención del hijo de Massera por orden del juez Sergio Torres puso aún más al descubierto un sistema montado para quitar los bienes a los secuestrados porque eran seres privados de derechos, incluso del derecho de propiedad. Las relaciones entre la Marina y el Ejército. El papel del general Olivera Rovere. Massera y su gusto por los pura sangre.

 Por Susana Viau

La detención de Eduardo Enrique Massera, hijo del ex almirante, y de los marinos Jorge Perren y Alberto González Menotti, sacó a la luz una porción importante del negocio que se gestó en la ESMA y cuyo capital inicial provino de la sabia aplicación de la picana y el perfeccionamiento del submarino. Todos ellos están acusados de haber participado en el secuestro y despojo del bodeguero Victorio Cerutti, su yerno, Omar Masera Pincolini, el abogado Conrado Gómez y el contador Horacio Palma.
Massera hijo carga con la responsabilidad de haber sido el accionista mayoritario de Misa Chico, la sociedad comercial que “adquirió” los valiosos terrenos de Chacras de Coria propiedad de esos detenidos-desaparecidos. El desapoderamiento se blanqueó en 1981, cuando el “pater familiae” dejó la junta militar y creyó llegado el momento de lanzarse a la arena política. Todos sabían que “el Almirante Cero” tenía un proyecto propio. “Se equivocó de arma. El Ejército nunca se lo va a permitir. Deje la Marina si quiere ser presidente”, dicen que le advirtió Juan Domingo Perón al entonces joven capitán de navío que lo visitaba en Puerta de Hierro. Para alcanzar sus metas –la jefatura del Estado y el ascenso social– Massera sabía que el dinero era una condición indispensable. Y lo hizo. Amasó una fortuna con el asesinato, los negocios turbios y el asalto al aparato del Estado. Lo que sigue es una parte de esa sórdida actividad empresarial y de los nombres y situaciones que la posibilitaron.
El casamiento del ex almirante con Delia “Lily” Vieira, hija de un importante escribano platense, Enrique Benjamín Vieira, fue el primer paso en dirección al éxito, aunque por esos años nadie se tomara muy en serio al oficial pagado de sí mismo y celebrado por las mujeres: ni siquiera el hermano de su mujer, que al verlo en uniforme de verano lo llamaba “el chocolatinero”. Lo cierto es que, tal como recuerdan algunas de sus viejas amigas, “fue el almirante más joven de la historia de la Marina”. En efecto, tenía 48 años al llegar a la cima del escalafón. La advertencia de Perón –Massera era peronista, una mosca blanca en la fuerza– se cumpliría pese al protagonismo que le dio la comandancia en jefe y la participación en el triunvirato de la dictadura militar. No sería presidente ni por ésas. De todos modos, aprovechó la oportunidad para preparar lo que se ha dado en llamar “la construcción de poder”. Dentro de la Armada, dejó reducida a un sello la estructura de inteligencia al montar un aparato paralelo con sede en la ESMA; hacia afuera ocupó con hombres de su confianza áreas clave del Estado: la Marina, o mejor dicho, Massera controlaba el importante Ministerio de Bienestar Social, heredado de José López Rega; la Cancillería, con el contraalmirante Oscar Montes, la Secretaría de Información Pública a cargo del capitán de navío Carlos Carpintero, y con ella Canal 13, Radio Mitre, Radio El Mundo y Radio Antártida. También y sobre todo había metido una baza en el corazón financiero: durante los primeros años, acompañando al presidente Adolfo Diz, el contraalmirante Andrés Covas retuvo la vicepresidencia del Banco Central. Con el manejo de esos resortes, hacer negocios era coser y cantar.

Acumulación primitiva

Las Fuerzas Armadas habían adherido con vehemencia a la doctrina del “botín de guerra”, confiscando sin miramientos todo aquello que, de poco o mucho valor, perteneciera a los seres sin derechos, de acuerdo con la categoría a que habían reducido a sus víctimas. En especial los bienes que, intuían, podían pertenecer en verdad a las organizaciones guerrilleras. Así fueron despojados por el Ejército los uruguayos desaparecidos en la Argentina. Así ocurrió, asimismo, con las Bodegas Calise, una famosa marca mendocina comprada por Montoneros para utilizarcomo infraestructura. Del grupo adquirente de las bodegas participaban el contador Horacio Palma, Omar Masera Pincolini y Horacio Cerutti, el hijo del bodeguero Victorio Cerutti, militante de la Tendencia y secretario de la gobernación de Mendoza, a cargo de Martínez Baca. En carácter de representante de la nueva sociedad y administrador del emprendimiento fue designado Julio Alsogaray, hijo del general homónimo, oficial montonero asesinado luego en Tucumán. Bodegas Calise fue fragmentada y a poco de andar revendida a tres hombres que serían detenidos a veinte días del golpe militar, el 16 de abril de 1976. Uno de ellos, Aparicio Echeverry, recuperó la libertad con llamativa rapidez. Sus amigos y socios, en la celda y con tiempo para pensar, llegaron a la conclusión de que la única explicación de la suerte de Echeverry era su vinculación con el general Jorge Olivera Rovere, segundo de Guillermo Suárez Mason, capanga del Primer Cuerpo de Ejército.
Seis meses más tarde fueron liberados los dos socios restantes, quienes, en diciembre de 1976 –en esas fechas se exiliaba también Horacio Cerutti–, salieron del país no sin antes ceder sus acciones a Echeverry. El protegido del general Olivera Rovere prometió que pagaría en efectivo y en una sola cuota. Explicó que Olivera Rovere había dado el visto bueno a los 200 mil dólares en los que se fijó la operación. La fecha establecida fue el 29 de marzo de 1977 y el lugar la casa central del Banco Nación, donde estaban depositadas las acciones. Un abogado representaba a los dos socios ausentes y contó: “Sellado el contrato y firmados los correspondientes recibos, Echeverry se retiró junto con parte de sus acompañantes, oportunidad en que uno de los presentes, que se identificó con cédula de identidad militar como capitán Carlos Alberto Villanueva, me hizo saber que me encontraba detenido”.
Ante el gerente de legales del Banco Nación, Esteban García Blanco, del subgerente Pablo López Borrelli y el segundo comandante de gendarmería César Hunt, el capitán Villanueva pidió los 68 mil dólares pagados y el recibo. El dinero se esfumó y, se sabría poco más tarde, el área de “Personal” del Ejército informó desconocer la existencia del supuesto capitán Carlos Alberto Villanueva. Se ignora aún, tal vez porque esos hechos han quedado en el olvido, si detrás del “affaire” Bodegas Calise se encontraba la codicia conjunta de los “azules” de la Marina y los “verdes” del Cuerpo de Ejército I –que, por cierto, compartían territorio, la vecindad del río– o fue una maniobra exclusivamente naval, encubierta con documentación de oficiales del Ejército, método que el masserismo empleó en numerosas oportunidades. De lo que no caben dudas es de que Bodegas Calise fue el preámbulo de una operación mayor: la que culminó con la desaparición de los integrantes de la sociedad Cerro Largo, Conrado Gómez, Horacio Palma, Victorio Cerutti, su yerno, Omar Masera Pincolini, y el apoderamiento de los terrenos de Chacras de Coria, valuados en 12 millones de dólares (si se observa, el secuestro de los accionistas de Cerro Largo sucedió a escasos días de haber salido del país los propietarios de Bodegas Calise y Horacio Cerutti).
La doctrina del “botín de guerra”, convertida en catecismo de la ESMA, había dado con estos dos golpes un salto en calidad. Massera suponía que había encontrado la punta del ovillo que conducía a los 60 millones de dólares pagados por los hermanos Jorge y Juan Born a Montoneros. Es probable que ese objetivo no haya estado ausente al asumir el monopolio de la represión a Montoneros. Política y caja eran una y misma cosa.

La danza de la fortuna

La detención, secuestro y asesinato de Gómez, Palma, Cerutti y Masera Pincolini dio muchos más frutos para las arcas de la ESMA que el fraccionamiento y loteo de los terrenos de Chacras de Coria convertidos en barrio privado. El grupo que asaltó la casa de Gómez, en Santa Fe y Rodríguez Peña, al mando de capitán de navío Jorge Perren –según lo reconoció el pasado miércoles al declarar ante el juez federal Sergio Torres–, se llevó de la caja fuerte una suma sideral y también teléfono, máquina de escribir, calculadora, ropa, afeitadora, plancha. Un cheque con la firma del secuestrado Gómez vació la cuenta que éste tenía en el National Citi Bank. El cheque fue endosado a favor de la Asociación Obrera Textil, de la que era contador el teniente Jorge Radice. Desde Paso de los Libres le llegó asimismo el anuncio de que Gómez, un amante de los caballos de raza y de las carreras en el Hipódromo de Palermo, había dado orden de vender sus ejemplares. “Le sacamos los caballos”, escuchó decir en la ESMA el sobreviviente Marcelo Hernández, militante de la estructura de finanzas de Montoneros. El ex almirante, por pasión o por arribismo, era un entusiasta de los “pur sang” y tenía su propio haras, La Magdalena, un gusto caro para el bolsillo militar.
Para sus variadas propiedades inmuebles el ex almirante constituyó, además de Misa Chico, otras dos sociedades. Una se llamó –y presumiblemente aún se llama– Luz del Sur. Luz del Sur tuvo entre sus accionistas originales a Roberto Castellanos (escribano y amigo “de los burros” del ex almirante), a su cuñado De La Lastra y a su nuera María Luz Méndez Ezcurra, mujer de su hijo mayor Eduardo Enrique, hoy detenido. Esa primera constitución societaria fue la que compró en 13 millones de la época la quinta de El Talar de Pacheco en la que Massera estuvo recluido en mayo de 1999. La quinta de Pacheco, cercana a la planta Ford, tiene características similares a las descriptas por sobrevivientes de la ESMA que relataron haber sido llevados allí en varias ocasiones. La transferencia de la quinta se efectuó en una fecha sugestiva, en lo más caliente de la fiebre del oro que atacó a la Escuela de Mecánica –abril de 1977– y fue legalizada por todo el staff de escribanos del ex almirante: De La Lastra, Castellanos, Fernando Mitjans. En 1991, Luz del Sur pasó a ser propiedad mayoritaria de Lily Vieira, quien mantuvo en ella a su nuera María Luz Méndez Ezcurra e incluyó a su hijo menor, Emilio Esteban Massera. En ese año pasaron a ser patrimonio de Luz del Sur un departamento de la calle Figueroa Alcorta 3590, piso 16, y el piso 12 de Avenida del Libertador 2423, vivienda de los Massera. Como una rareza, la sociedad que vendió a Luz del Sur los terrenos de El Talar de Pacheco se llamaba Apadi; el escribano que protocolizó las escrituras, Aarón Siganevich, primo de Sara Siganevich, la dueña de la Lotería Chaqueña, secuestrada y desaparecida en plena dictadura, pese a que era una hermosa mujer “con amistades influyentes”, como escribieron misteriosos los diarios de la época.
Otra sociedad del ex almirante fue ECER, a cuyo nombre estaban inscriptos el departamento de Cerrito al 1100, donde tuvieron sede Misa Chico, el Partido por la Democracia Social (PDS) y el estudio de abogados de Eduardo Massera hijo (titular de Misa Chico con 11.980 acciones, junto a su fallecido tío Carlos Massera –10 acciones– y el que fuera presidente del PDS Pedro Añón –10 acciones–) y el departamento de la calle Darragueyra que Massera padre había comprado a la locutora y ex modelo Teté Coustarot. Allí, el jefe naval mantenía fogosos encuentros con sus amantes, citas protegidas por una custodia multitudinaria. Accionista de ECER era, curiosamente, Roberto De La Lastra, marido de la hermana de Lily Vieira, la mujer de Massera.
En ese departamento admite haber estado Martha McCormack, la mujer de Fernando Branca, el empresario papelero que desapareció después de una invitación del ex almirante a navegar por el río. Branca tenía vínculos económicos con Massera y se afirma que, desdeñando la peligrosidad de su socio, “quiso quedarse con un vuelto”. Tal vez fueran los negocios con el papel o, quizá, los campos de Rauch, sembrados con lino. Según contó Branca antes de ser asesinado, su padre había huido embolsándose el dinero de la cosecha. Pese a que Martha McCormack asegura que “al momento de desaparecer Fernando no tenía un centavo”, el papelero era propietario de dos departamentos en Estados Unidos y al menos uno de ellos llegó a manos de su primera mujer.
En realidad, para el ex almirante –McCormack explicó que “Negro sólo lo llamaba Lili, ella fue su gran éxito, lo puteó toda la vida y lo amó toda la vida”– las vivezas de Branca no representaban sino monedas: la parte del león estaba en el plan de reequipamiento naval y las fragatas misilísticas, construidas mitad en los astilleros argentinos y mitad en las acerías Thyssen. La representante de Thyssen en la Argentina era Pittsburg & Cardiff; su titular, el ingeniero Mauricio Shocklender. En opinión de todos quienes merodearon el caso, en la terrible historia del homicidio del ingeniero Shocklender y su esposa está la mano del ex almirante. Shocklender, especulan, había comprometido un generosísimo “retorno” en moneda extranjera, pero lo hizo efectivo en devaluada moneda nacional. Negocio acuático de Massera fue igualmente el de Tandanor, la empresa armamentística dirigida por el almirante Ricardo Guillermo Franke y el capitán de navío Horacio Debernardi, futura pieza clave en la venta ilegal de armas a Bosnia. Hasta el ACV que acabó de destruirlo, Massera siguió controlando la ribera del río. Fue a él que, en los ’90, otro ex alumno del Liceo Naval, Luis Santos “Billetera” Casale, le pidió que intercediera para poder fijar allí, muy cerca de los astilleros Domecq García, la “zona franca paraguaya”, un curioso engendro pergeñado en complicidad con el testaferro de Emir Yoma. Massera y Santos Casale se conocían bien: habían coincidido en dos compañías de remolcadores, Rúa y Satecna. La reunión de acuerdo para la integración de éstas –corría aproximadamente el año 1982– se celebró en el sexto piso de un departamento de Azcuénaga y Marcelo T. de Alvear. Santos Casale concurrió con su mujer, Massera con su custodia, un Falcon verde y el tobillo enyesado. Hablaron de porcentajes, utilidades, beneficios. Santos Casale se reservó la gerencia; el mascarón de proa fue el capitán Pietranera; el poder detrás del trono, por supuesto, el almirante.
De todos modos, la niña de los ojos del ex jefe de la Marina, su gran esperanza estaba cifrada en el banco de Ultramar, la entidad a cuyo frente volvió a colocar al almirante Franke y cuyo directorio integraron Julio Luis Cortelezzi, David Bernardo Sapochnik y el cuñadísimo De La Lastra. Síndico y accionista de la entidad iba a ser Susana Esther Venditto de Fiorentino la persona que había firmado los balances de Misa Chico. El banco se hundió en el marasmo de los ’80, aunque eso no significó el fin de las actividades en la citi: Eduardo Massera hijo y su hermano Emilio Esteban fundaron la más modesta financiera Xanexva. Por un pelo no fue banco. Estaba amparada por la Ley de Entidades Financieras, la ópera magna de José Alfredo Martínez de Hoz, la vara mágica que convirtió en grandes casas las oscuras mesas de dinero que florecían en el microcentro.

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“El Ejército nunca se lo va a permitir”, advirtió Perón. “Deje la Marina si quiere ser presidente.”
 
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