EL PAíS › OPINION

El que no corre, vuela

 Por Alfredo Zaiat

Ante el reiterado interrogante ¿qué va a pasar con el dólar? o con más insistencia ¿conviene comprar a este precio?, en este caso no hay mejor respuesta, y no se trata de una costumbre judía, que otra pregunta: ¿usted qué destino le daría si tuviera dinero que no necesita para vivir el día a día? Así, la mayoría llegaría a la conclusión de que no existe otra alternativa que invertir esos pesos sobrantes en dólares. Aunque quedaría con esa sensación incómoda de haber tomado por sí mismo esa decisión, quedándose de ese modo sin la capacidad de cargar la responsabilidad a otro por esa opción. Unos pocos, es cierto, con mente fría y calculadora, dirán ante esa duda existencial que, ante un dólar tan (¿?) alto, el mejor camino es comprar bienes, cuyos precios todavía no acompañaron la evolución del billete verde. Y detallan las varias ofertas que se presentan: departamentos devaluados, televisores de última generación que en dólares valen una tercera parte que hace un año, autos, muebles o hacer los arreglos de la casa tanta veces postergados. Hay un detalle que esa minoría, pese a que lo sabe, está dominando el comportamiento del mercado cambiario. Ese detalle es que existe una fenomenal corrida contra el peso. Y en ese escenario de pánico no hay criterio de racionalidad posible, más teniendo en cuenta la memoria histórica de los ‘80, y menos todavía con el engendro del corralito como potente combustión de la histeria colectiva.
En esa dinámica de fuga donde el que no corre, vuela, la flema de Roberto Lavagna ante el desmoronamiento del peso, con el riesgo de gatillar una hiperinflación, y el constante drenaje de depósitos no tiene otro efecto que acelerar la huida. La solución elegida para el corralito, que puede ser la opción más equitativa en cuanto a distribución de costos, no cierra una de las principales puertas de la fuga. Sin desarmar rápido esa trampa dejada por Domingo Cavallo, y el plan de Lavagna estira hasta mediados de julio saber cómo quedará el sistema sin garantía de que sea el definitivo, la cuenta regresiva se acelera peligrosamente al mismo ritmo que la pérdida de reservas del Banco Central.
La única esperanza del Gobierno es que el Fondo se allane a refinanciar los vencimientos de su deuda y, con ese respiro frenar el pánico, lo que no significa que el dólar vaya a dejar de ser el refugio que se piense como el único lugar para pasar el naufragio.

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