EL PAíS

“Viven en una sociedad armada”

Darío Kosovsky, de la Red Argentina por el Desarme, dice que los jóvenes de EE.UU. siguen el ejemplo del Estado: “El uso de la violencia para conseguir la libertad”.

 Por Mariana Carbajal

“El ejemplo que les está dando el Estado norteamericano a los jóvenes es que las armas y el uso de la violencia son un método para conseguir la libertad”, advirtió el abogado Darío Kosovsky, integrante de la Red Argentina para el Desarme, al analizar los factores que desencadenan en Estados Unidos matanzas como la de ayer en la Universidad de Virginia. A su entender, la política armamentista de Bush es “una estimulación permanente a este tipo de fenómenos”. “En una sociedad donde hay un marco de conflictividad social y un regadero de armas, es probable que cuando se desata un conflicto se resuelva con el uso de armas de fuego”, consideró en un reportaje con Página/12. Kosovsky es coordinador del Area Seguridad del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales (Inecip) y autor del libro El ciudadano sheriff. Armas y violencia en la Argentina.

–¿Por qué que ocurren matanzas de este tipo en Estados Unidos?

–Simplificarlo en un solo factor sería demasiado reduccionista. Pero no se puede dejar de enfocar el hecho de que viven en una sociedad absolutamente armada, en la que cualquier conflicto que estalla se viabiliza a través del uso de armas. ¿Por qué en Suiza, Suecia o España, que también son sociedades con una alta proporción de armas por habitante, no se producen esta clase de matanzas? Porque tienen un contexto menos conflictivo y con menos desigualdad social.

–¿Cuántas armas de fuego por habitante hay en esos países?

–Una cada tres o cuatro habitantes. Canadá también es un país sembrado de armas.

–¿Cómo es la situación en Argentina?

–Hay un arma cada diez o doce habitantes. El cálculo es que hay 2.250.000 armas: 1.200.000 registradas legalmente y 1.100.000 ilegales.

–¿Y en Estados Unidos?

–Tiene casi un arma por habitante: hay más de 200 millones de armas en la sociedad civil. La diferencia con España, Canadá, Suecia y Suiza es que Estados Unidos es un país con altos niveles de desigualdad social, aunque es un costado negado por nuestra derecha, que lo toma de ejemplo: tiene altos índices de pobreza, de encarcelamiento, de represión. No es tan libre como parece y sus habitantes viven encerrados con mucho miedo. En una sociedad donde hay un marco de conflictividad social y un regadero de armas, es probable que cuando se desata un conflicto se resuelva con el uso de armas de fuego. La derecha argentina vende aquí la imagen de que en Estados Unidos se respeta más el derecho a la propiedad privada, hablan de la política de Rudolph Giuliani y de la tolerancia cero. Pero esas políticas lo que buscan no es gestionar la conflictividad social a través de mecanismos institucionales, sino de reprimirla con teorías como la llamada “de las ventanas rotas”, en la que cualquier delito leve o cualquier “incivilidad” como tomar cerveza en la esquina o romper una ventana es controlada en el origen, porque sostiene que así se evita que derive en el futuro en un hecho delictivo. Ese tipo de políticas es estigmatizante: no busca gestionar la conflictividad social, sino anularla. Esa negación, que existe en Estados Unidos, genera que salga el tiro por la culata: la conflictividad reprimida finalmente estalla de forma más violenta, justamente porque tienen gran cantidad de armas en la sociedad civil.

–¿Por qué estas matanzas se desencadenan en ámbitos educativos, como colegios secundarios o universidades?

–Porque son los espacios donde hay mayor angustia cultural. Vivimos en una ciudadanía del miedo. Eso responde a una angustia cultural de falta de certezas sobre el futuro, de falta de identificación de lo que es la felicidad en el presente. El sistema no da oportunidades de decidir con libertad. En Argentina esta situación se manifiesta en una ciudadanía con pánico a la inseguridad. En otros países como los europeos, hay mucha menos angustia cultural, tal vez la canalizan por el lado de la fiesta. En Estados Unidos hay un uso de la violencia permanente: los jóvenes viven rodeados de una violencia que es negada, que los oprime, que ya no puede negar el genocidio a nivel internacional, que no puede negar la falta de tolerancia hacia los inmigrantes internos, la falta de cobertura social, la persecución de las minorías como los latinos. Las desigualdades se manifiestan en el ámbito de la juventud mucho más fuerte.

–¿Hay un perfil del joven que ejecuta estas matanzas?

–El prototipo del pibe es el discriminado, el que no cumple con las expectativas del sistema. Tiene dos opciones: puede someterse a ese estigma y ser el excluido o intentar cumplir con el sueño americano que siempre es un esfuerzo al que solo logran llegar muy pocos, que luego se convierten en la excepción que confirma la regla. Como Jennifer López. Entre esas dos opciones, casi no hay alternativas.

–¿Por qué disparan contra sus propios pares?

–Los chicos reproducen lo que hacen los adultos en el ámbito social. Si el valor que se reconoce en el ámbito universitario es ser el ganador, los perdedores deben enfrentar la canalización del odio hacia los pares. Cuando hablamos de sacar armas de circulación, lo que decimos es eliminar o correr a un lado un factor que hace que estos conflictos se solucionen de manera violenta. El uso de armas afecta a los más vulnerables del sistema. Lo dicen las estadísticas: la mayor cantidad de muertes está en los sectores más pobres. Hay un sujeto social, que es víctima de la violencia, que no puede convertirse en un sujeto político, que no puede construir una posibilidad de tensión, de poner en jaque a este sistema que lo oprime.

–¿Una política armamentista como la que impulsa el presidente Bush puede funcionar como permiso para el tiroteo masivo?

–Es una estimulación permanente a este tipo de fenómenos. El ejemplo que les está dando el Estado a estos jóvenes que tienen angustia cultural es que las armas y el uso de la violencia son un método para conseguir la libertad. El mensaje del gobierno es el mismo de la teoría de la seguridad nacional: “Nosotros, los ciudadanos buenos, norteamericanos que representamos los ideales de la libertad y de la igualdad, del sueño americano, tenemos que tener armas para proteger nuestra propiedad privada y para que nuestros hijos se eduquen en libertad; nosotros tenemos que enfrentar a los malos, tenemos que tener armas más grandes que las que tienen ellos, para poder eliminarlos”. Ese mensaje tan simplista en la realidad se manifiesta en un gris permanente, que hace que los que más sufren la violencia sean los sectores que nunca tuvieron libertad ni igualdad, y nunca pudieron llegar al sueño americano. El gobierno dice: hay que crear un enemigo ¿Quiénes son? Las pandillas, los negros... Los metemos presos o nosotros, los ciudadanos buenos, los matamos. Esto se reproduce en el ámbito escolar y la canalización de los conflictos siempre es por la vía reduccionista.

–En la Argentina ocurrió el caso de Carmen de Patagones. ¿Fue un hecho aislado o hay caldo de cultivo para que se repita un hecho similar?

–Antes de Carmen de Patagones estuvo el caso de Pantriste (el adolescente de 15 años que mató a un compañero de curso). No creo que la situación sea tan grave. Ciertamente, la Argentina no tiene los niveles de violencia de otros países de América latina, pero sí tiene el fracaso de instancias primarias institucionales muy cercanas a la gente de resolución de conflictos sociales. Los conflictos quedan librados a su propia dinámica y van ganando tensión. La escuela en los últimos veinte años ha dejado de dedicarse exclusivamente a educar. Hoy uno de sus objetivos es mantener a los chicos en el aula para que no esté en la calle. Para cumplir esa función el sistema educativo no está preparado. No creo que haya un caldo de cultivo, porque no hay un fenómeno de armamentismo como en Estados Unidos. Pero hay que aggiornar a la escuela para que en las aulas haya un mensaje en contra del uso de la violencia y particularmente de las armas de fuego para resolver los conflictos sociales.

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