EL PAíS › OPINION

Pescados

 Por Eduardo Aliverti

Es muy difícil, si no imposible, encontrar algún tema político que no esté directa o indirectamente relacionado con el clima electoral. Influido por él. Contaminado por él. Y ése es todo un dato al momento de cómo evaluar las informaciones circulantes. De no comprenderlo así, se corre el serio y eterno riesgo de comprar, en forma total o parcial, lo que en la jerga periodística se denomina “pescado podrido”. Es el riesgo de no saber cómo manejar la ingenuidad y de, a la par, no caer en el extremo de creer que todo pasa por conspiraciones permanentes. La política, en tiempo de elecciones, es en ese sentido (en casi todos los sentidos, en realidad), un desafío analítico constante. ¿Cómo se hace para encontrar la frontera justa entre la manipulación y, digamos, la casualidad, el azar, el imprevisto?

Una primera medida podría ser descubrir (algunos de) los temas profundamente políticos que no son presentados o imaginados como electorales, en tanto y cuanto no interesan a la mayoría de la sociedad. Porque eso, sean cuestiones que no interesan per se o fuere porque los medios no las tratan, o ambas cosas, da un parámetro de en qué tipo de debate estamos metidos (si es que estamos metidos en alguno). Por ejemplo, la Universidad de Buenos Aires acaba de postergar, otra vez, qué ocurrirá con la reforma del estatuto que regula su funcionamiento, como continuidad de la novela de choques entre sus incontables grupos y grupúsculos. No le importa a nadie. Probablemente, ni siquiera a los propios actores universitarios. ¿Hay algo más político, y más inquietante, que el hecho de no importarle a nadie la suerte del centro de formación académico más significativo del país? Estamos hablando de cuáles científicos y profesionales se forman para cuál proyecto de desarrollo que queda no se sabe dónde y no le importa a nadie. No hay ningún partido ni conglomerado partidario ni candidato oficialista u opositor que hable de eso. El tema no existe, literalmente. Política pura, pero no “electoralidad”. Y bajo igual criterio: ¿alguien sabe algo de la vida del Congreso Nacional? Con alguna ingenuidad que no debe perderse del todo, se supone que es el foro de discusión de ideas por excelencia. Uno de los ámbitos, si no el principal, donde debería recaer la temperatura popular, la porfía de propuestas, el altercado intelectual. Pues no. El Congreso nacional no existe. Y eso tampoco figura en la campaña de nadie.

Marcado ese territorio, respecto de lo que se define por lo que no se discute, el punto sobresaliente de estos días –como episodio electoral– fue la presentación de la fórmula Fernández-Cobos. Una puesta en escena similar a la de Fernández en soledad, en La Plata, con gestualidad de Partido Demócrata yanqui y efluvios de género, del tipo que será la presidenta y no la presidente. Acompañando el clima noticioso de esa naturaleza, Macri dijo que en Capital vota a López Murphy y que en el resto deja libertad de acción, corroborando que no sabe qué diablos le conviene y que esto de la política es demasiado complejo para su formación empresario-nene de papá acostumbrado a ir de vez en cuando por sus empresas. Y no mucho más. Pongámosle, con suerte, la victoria con 60 por ciento de los votos del gobernador de San Juan, citado hasta ayer nomás en la Banelco de Flamarique, De Santibañes y De la Rúa. Lo previsible de La Rioja y San Luis. La tensión renacida en Santa Cruz. Todas derivaciones del estilo caudillesco de la política.

Eso es lo que está electoralmente a la vista. Muy poco por debajo de esa vista para quien, aunque sea, se anime a ver de reojo, y estando claro que el Gobierno es el principal enemigo de sí mismo, ¿no hay más nada? ¿El valijero venezolano saltó solamente porque a una controladora aduanera le llamó la atención la sombra profundamente negra detectada en los rayos x de la cinta pasaequipajes? ¿Carrió no aprovecha para su campaña su citación a Tribunales y sólo se trata de que De Vido sabe que la venganza es un plato que se sirve frío? El valijero, y antes –¿y todavía?– Skanska, y Carrió declarando en la Justicia, y cuanto vaya a aparecer, ¿no les cae como los dioses a la táctica de una oposición que sólo encuentra su razón de ser en el denuncismo de las corruptelas?

Tanta denuncia y tanto feo olor malamente desmentidos, además del dibujo de la inflación y otras cuitas varias, contrastados con la imponente intención de voto kirchnerista, podrían invitar a deducir que la mayoría de la gente es tonta porque igual va a votarlos. Que sólo de tan sospechosos no se merecerían el voto. Por lo pronto, es flaquísimo el porcentaje de votantes que sufragará con entusiasmo por la candidata y los candidatos oficiales. De hecho, los K., para apenas llenar el Luna Park y como mucho, deben seguir recurriendo a micros y chori-vianda. No hay más mística, ni utopía convocante, ni ir por la militancia y sanseacabó. Es un peronismo vacío de gloria, que subsiste cómodo, hasta ahora, gracias a la seguridad de que para gobernar la Nación no hay otra cosa. Hasta ahí llega. Y como llega hasta ahí pero no hay quién llegue más lejos, quizá la gente tan tonta no es, si es que se habla no de su compromiso activo con que las cosas estén mejor, sino de cómo apoya con indiferencia lo que contempla.

Veamos. Carrió, un cuadro intelectualmente brillante e ideológicamente muy pobre, tiene clara la “sustancia” kirchnerista pero, en armado político, es un elefante en un bazar. Macri, o lo que se llama macrismo, es lo único que se le ocurrió a la inteligencia de la clase dominante para, con suerte, sintonizar con el malhumor de las clases medias por la inseguridad (le corrigieron un poquito la dicción concheta y encontraron una acompañante, Michetti, que subyuga desde varias condiciones, algunas de ellas conmovedoras). El valijero es el valijero, la valija tenía lo que tenía y el avión traía los funcionarios que traía, y puede pensarse tranquilamente que son el producto de lo que se conoce como la diplomacia paralela con el gobierno venezolano o una cama que alguna mano traviesa les tendió a la imagen de los oficialismos de ambos países. Lo cierto es que todo fue real y que tan cierto como eso es que nadie cree, en serio, que el episodio sea determinante en la suerte de eso que se llama “la República” (por la que últimamente dicen estar preocupados sectores y personajes impresentables).

Entonces, tal vez la gente no sea tan tonta y, a falta de pescado fresco, tampoco compra el podrido.

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