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Rezar en el Consulado

París, finales de 1947, Consulado argentino. Un matrimonio polaco con su hija de doce años está terminando los trámites para una visa cuya tramitación inició un pariente en Buenos Aires. La pequeña Irene no abría la boca, acostumbrada por una guerra mundial a que lo mejor, a veces, es decir lo menos posible. Pero entonces un diplomático argentino se acerca y le ordena que lo siga a otra oficina, cierra la puerta y la mira fijo. “¿Así que vos sos católica?”, dice el argentino en francés. “Sí”, miente la niña. “Entonces, recitame el Padrenuestro”, ordena el argentino. E Irene comienza, en mal francés, a recitarlo. Un minuto después está de vuelta con sus padres. Acaba de salvar el viaje a la Argentina.
¿Cómo sabía Irene la oración católica? “Es que llevábamos años pasando por católicos, así nos salvamos de los nazis”, explica la señora Irene Dab, que todavía no se explica cómo se las arregló su padre para salvar a su familia y hasta para sacarla de la Polonia de posguerra, de fronteras selladas. En París, los Dab esperaron semanas que salieran los trámites, y hasta probaron suerte inútilmente en el Consulado argentino en Bélgica. Cuando desembarcaron en Buenos Aires, a principios de 1948, los Dab se enteraron de que sus parientes habían pagado una pequeña fortuna por sus visas. Los argentinos habían aceptado las coimas, pero igualmente habían tratado de dejar afuera del país a esta familia de perseguidos. E Irene Dab también figura en el manifiesto del vapor “Jamaique” como “católica”.

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