EL PAíS › EL TESTIMONIO DE UNA SOBREVIVIENTE DEL GUETO DE VARSOVIA

Salir escondida en una bolsa de arpillera

“Lo que les voy a contar no son simples recuerdos, sino que configuran en mí una presencia imborrable”, empezó Irene Dab, una mujer castaña, menuda, y con el pelo enrulado, adelantando el relato de su historia. “Siempre me pregunté si es posible que todo aquello que pasó pueda volver a suceder. También me pregunté si convenía recordar o si acaso olvidar era mejor.” Después de decir esto, se detuvo un segundo y en seguida se contestó a sí misma: “Contarlo sirve para hacerle entender a la humanidad que aquello tan terrible que una vez pasó, nunca debió haber sucedido”. Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, Dab tenía 4 años. El 1º de septiembre de 1939 vivía en una casa en Varsovia junto a su papá, un comerciante de instrumentos de cirugía, y su mamá. A fines de septiembre de 1939, cuando los oficiales alemanes obligaron a los judíos de Varsovia a usar un brazalete blanco con la estrella azul de David, el padre de Dab se negó y por eso fue encarcelado. Estuvo preso durante 9 meses, mientras Irene y su mamá debieron dejar su casa para mudarse al gueto.

En 1941, cuando los alemanes acribillaban a balazos a los chicos del gueto que pasaban al otro lado a buscar comida, el padre de Irene le avisó que iba a intentar salvarla y para eso iba a llevársela. Dab salió metida en una bolsa de arpillera. Un día, cuando su papá salió a trabajar, se puso una bolsa al hombro y, apretujados entre todos los obreros, lograron pasar el puesto de control. Entre 1941 y 1942, Irene pasó por las casas de cinco familias polacas distintas. “Arriesgaron sus propias vidas al tratar de salvar y esconder a una niña judía. Pero siempre había sospechas o delaciones y había que escapar”, comentó Dab. Luego de haber sido encontrada por la Gestapo en una razia, volvió al gueto en noviembre de 1942. Volvió a escaparse en 1943, otra vez en una bolsa de arpillera.

Cuando Irene tenía siete años, su papá la dejó al cuidado de una joven pareja que vivía en un barrio residencial de Varsovia. Para sobrevivir, Dab tuvo que construir una nueva identidad. “Me disfrazaron de pastora. Me tiñeron el pelo. Me bautizaron. Me consiguieron papeles con nombre cambiado. El ‘Irene’ lo conservé como segundo nombre. El primero era Teresa”, relató Dab, y describió cómo aprendió a mentir acerca de quién era. “Me enseñaron a decir que había nacido en Riga. Que mis padres habían muerto. Que no tenía a nadie. Que todo lo que había pasado antes de llegar allá no existía, que estuve enferma, que olvidé todo.”

En diciembre de 1944, Irene se reencontró con su familia y, luego de dos meses que pasaron comiendo una papa por día, fueron liberados por los rusos y aprendieron nuevamente a ser una familia. “En el siglo XX de la historia humana hubo un pueblo digno, como todos los pueblos, que estuvo a punto de ser destruido por ideologías asesinas”, concluyó.

Informe: Sol Prieto.

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