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Cita en Anillaco

El desplazamiento secreto de Brinzoni y del general Daniel Reimundes hasta Anillaco para reunirse con Carlos Menem en plena campaña electoral, el pliego de condiciones que el subdirector de La Nación Claudio Escribano presentó a Kirchner reclamando una reivindicación de la guerra sucia, la negociación con la Corte Suprema de Justicia para que convalidara las leyes de impunidad y los indultos a Mohamed Seineldín y Enrique Gorriarán, decidieron al nuevo presidente a cortar por lo sano. Hizo público el ultimátum de Escribano, repudió los indultos, descabezó a la cúpula lanussista e impartió a todos sus ministros la directiva de atenerse a la histórica consigna de “Memoria y Justicia”. De este modo, la mayoría automática de la Corte Suprema ya sabe que si convalida las leyes de punto final y de obediencia debida lo hará por su cuenta y riesgo. La respuesta fue brutal. Al salir de la basílica de Luján, Brinzoni intentó arrinconar al Senador Duhalde, que se le escabulló hacia el helicóptero sin escucharlo. También intentó frustrar la designación del general Roberto Bendini por medio de la apertura de un sumario respecto de los fondos de la Brigada de Río Gallegos atrapados en el corralito, pero Kirchner ni se inmutó. El problema no fue la cantidad de retiros que produjo el ascenso de Bendini, sino la resistencia de Brinzoni a dejar el mando. Su soledad es tan grande que todos los almirantes que pasaron a retiro por el relevo de Stella firmaron una nota explicando a Kirchner y al ministro Pampuro que no compartían los exabruptos de Brinzoni. El viernes, en la jura del nuevo Jefe de Estado Mayor Conjunto, Brinzoni volvió a lucir su uniforme en público. En su patética negación de la realidad, no se lo saca ni para dormir.

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