EL PAíS

Bussi en el jardín

Desde el jardín de una república cansada, él se despertó esa mañana agradecido, una vez más, de vivir en una democracia famélica y desmemoriada, y rezando para que las fracturas de nuestra anestesiada sociedad conservaran sus surcos unos años más. Saltó de la cama, se calzó la máscara, comprobó que las compuertas de su conciencia se mantuvieran selladas e intentó infructuosamente acomodar ese costado de la cara que mira siempre al piso, como un estigma de vergüenza desobediente.
Pero esa mañana era distinta. Desde el costado con alma de la justicia se tomó un decisión que produjo un giro histórico. 30.000 nombres golpearon a su puerta y lo acompañaron silenciosos hasta esa celda que llevaba 27 años esperándolo, con su nombre impreso y avejentado en cada uno de los barrotes. Y como por arte de magia, sus vecinos, sus menguados votantes, sus dogmáticos seguidores, sus tibios contrincantes políticos, su prensa y los burócratas de turno, que hasta el día anterior consintieron convivir con él, en esa aparente armonía que habilita una versión parcializada y debilitada de la democracia, le dieron la espalda. Ya nadie se refiere al intendente electo sino al genocida. (Texto de Virginia Duffy, de APDH Tucumán.)

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