EL PAíS › CONCENTRACION DE MUJERES A FAVOR DE LA NINA

Las muchachas de la Señora

Por A. D.

Hace un año hubiese sido un acto claramente político, ahora fue un dato de color. Ella, la Nina, Mercedes Aragonés de Juárez, a las 9.35 de la mañana abrió las dos ventanas del balcón. El ámbito: la Casa de Gobierno. La platea: sus muchachas, las integrantes de rama de mujeres peronistas creadas en Santiago del Estero al estilo de las manzaneras bonaerenses o las redes de comuneras cubanas. Su ejército. El más fiel. Y, sinceramente, el escudo de protección más intacto sobre la vencida estructura del juarismo. Ellas estaban ahí para apoyarla. Para pedir con los boleros de letras peronistas que cesaran las presiones contra la Señora, y el doctor. Ella respondió. Muda, sin palabras. Con plenos gestos, como el mismo acto: “Estoy aquí, de aquí no me voy”.
En números eran más de dos mil mujeres, para los menos entusiastas. Más de tres mil para los anfitriones del gobierno que estuvieron detrás de la organización. En la primera fila estaban las mujeres que controlan los barrios cercanos a la capital. Frente a ellas, un vallado. Y enseguida la Casa de Gobierno. En las ventanas del primer piso, apareció un flanco de mujeres bien vestidas, con polleras, traje sastre al estilo de las bastoneras de Eva Perón: las diputadas del partido, un bloque de 18 mujeres abroqueladas a la jefa de gobierno. Un bloque. Irremediablemente “ninista”. El problema tal vez más real que en este momento perturba las cuentas que hace la oposición entregada a la suma de aliados para conseguir los dos tercios de la Cámara de Diputados que habiliten el desafuero de la jefa. Ellas son 18, un número que si se mantiene entero, como parece, imposibilitará eternamente la suma de 33 diputados, la tercera parte de los 50. Los votos necesarios para el desafuero o la destitución.
Desde allí arriba, entre las ventanas, eran ellas las que alentaban los cantos de las mujeres que durante media hora esperaron la salida de Nina Juárez. Ella salió. Sus mujeres no gritaban únicamente la marcha peronista. También repetían eso de “Nunca, pero nunca, me abandonesss, Nina Juárez”, con ese tono entre rock y bolero antiguo, trillado.
Nina escuchó. Parada durante cinco minutos en el balcón de la (también aquí) Casa Rosada, levantaba los brazos saludando, sujetando o deteniendo el clamor de las masas.
Debajo, las mujeres balanceaban cientos de carteles: “Señora Nina”, decía uno que repetía ese modo con el que circula el nombre de la gobernadora: “Ladran, señal que cabalgamos”. Y a continuación aparecían más y más referencias, comparables a los juramentos de amor: “La consigna es luchar hasta morir”. O, las más clásicas, esas que aparecen en medio de los grandes corazones que suelen poblar la mayor parte de sus actos: “Juárez y Nina, un solo corazón”.
Así como niñas, como mujeres apasionadamente cercanas a esa imagen del gobierno, cantaban aquella consigna dedicada a la pareja de “un solo corazón” como lo harían los más entusiastas estudiantes primarios. Con pasión. Con la misma entrega con la que antes, durante y después del paso de la gobernadora por el balcón de la Rosada, le recordaban a todos los presentes que estaban ahí por Néstor Kirchner. “Es para Kirchner que lo mira por TV”, coreaban.
Nadie sabe cuánto es aún el poder de convocatoria de la Nina. Y menos el del doctor Carlos Juárez, el hombre que probablemente aún siga arrastrando huestes si su aparato lo promoviera. Aun así, algunos afirman que la convocatoria hubiese sido realmente masiva un año atrás. En términos juaristas, lo masivo son más de quince mil personas. La misma cantidad que el viernes pasado nutrió la última marcha del silencio. Donde el pedido era la caída del gobierno.

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