EL PAíS › UN RELATO SOBRE LOS SECUESTROS DE LA TRIPLE A

Historial de muerte y horror

 Por Gonzalo Chaves

“Escuchamos un ruido y nos despertamos –cuenta Celia Pirucha Cambero, esposa del dirigente petrolero Carlos Ennio Pierini asesinado por la Triple A–. Tito se asomó por la ventana y vio un grupo de gente en la puerta. ‘Golpean aquí’, dijo. Eran las dos de la madrugada. Flavio tenía 15 años y me decía: ‘Están golpeando, mamá’. Mientras dudábamos qué hacer, irrumpieron en la habitación gritando: ‘¿Dónde están las armas?’ Se alumbraban con linternas en la oscuridad. Se identificaron como Policía Federal, portaban ametralladoras y pistolas. Entraron a la casa por la parte alta, treparon por la azotea, rompieron un vidrio de la puerta y se metieron. A mi marido le ordenaron que se cambiara. ‘¿Dónde está la libreta con direcciones?’, le preguntaron. Los que entraron eran cinco, otros tantos quedaron abajo en la puerta. Se presentaron como policías, eran muy jóvenes. El de más edad, que parecía el jefe, daba órdenes por señas. Otro se ocupó de sacarles los micrófonos a los teléfonos. Un tercero, con guantes puestos, hurgaba los cajones de la cómoda y el ropero. Se robaron todas las joyas y alhajas que encontraron. También una radio Noblex, una calculadora electrónica, una carabina calibre 22, un reloj contador. Del ropero sacaron un tapado mío, un montgomery de paño color beige con forro escocés en el interior y una campera de cuero del más chico. Para completar, en una bolsa metieron los zapatos de mi marido. Después por fotos de los diarios sabría que el que daba órdenes era Aníbal Gordon, el que robaba era César Pino Enciso y otro de los visitantes era Eduardo Ruffo. El reparto del ‘botín de guerra’ estaba acordado, el oro para el jefe, las otras cosas de valor se repartían entre el grupo.”

Tito Pierini estaba tranquilo. Con sus 53 años de experiencia seguramente pensaría que, como en otras oportunidades lo iban a interrogar, no la iba a pasar bien pero después lo liberaban. Las cosas habían cambiado. Se lo llevaron a punta de pistola sin escuchar el ruego de su familia. Lo subieron en un Torino blanco, detrás arrancó un patrullero de la Federal, salieron arando por la calle 115 a contramano y doblaron en 61 hacia la avenida, lo acribillaron en 7 entre 647 y 648.

“Al documento de identidad de Tito lo busqué varios días y no lo encontré, se lo habían llevado los asesinos, después supe que era el recibo que acreditaba la tarea cumplida. Presentaban el documento de la víctima y cobraban por la muerte. Cuando se fueron de casa llamé a la policía. Vino una comisión de la novena. ‘Quédese tranquila –me dijeron-, los que se llevaron a su marido eran policías’. Encontraron huellas de zapatos sobre el piso, las pisadas eran de barro, pasto con grandes manchas marrones. ‘Esto es sangre’, me dijeron. Venían de matar a los Chaves, dejaron mi casa enchastrada de fango y sangre.”

A Rolando, el hijo de Horacio, lo acribillaron frente a una tranquera en 66 entre 190 y 191, ahí quedó. Al viejo Chaves después de matarlo lo cargaron en el auto, fueron hasta el local de la JP, en 12 entre 45 y 46 y lo tiraron frente a la puerta. Fue una señal de lo que vendría. La noche del 7 de agosto de 1974 los sicarios visitaron otras casas, fueron a buscar a Gonzalo, otro de los hijos de Horacio y a la profesora Reina Diez, ex decana de la Facultad de Humanidades, por suerte no estaban en sus casas. La noche anterior se habían llevado a Luis Macor del departamento que compartía con otros estudiantes. Así como estaba, en pijamas, lo metieron en un Ford Falcon que arrancó hacia Punta Lara y en el puente del Arroyo del Gato lo mataron.

Aníbal Gordon tenía más de mil muertes. Extrañamente murió en la cárcel, se llevó toda la información que guardaba. Fue el jefe reconocido de Automotores Orletti, el centro clandestino de detención ubicado en el barrio de Floresta en la Capital Federal. Otro sicario era César Encino, casado con una hija del general René Otto Paladino, fundador de la Triple A y titular de la SIDE. El tercero reconocido por la familia era Eduardo Ruffo, quien formó parte de la banda de Orletti. Como otros grupos que cobijó López Rega desde el Ministerio de Bienestar Social, siguieron operando después del golpe del ’76. La Triple A se inició a las sombras y el amparo del Estado, después trabajó bajo el mando directo de las Fuerzas Armadas. Los uniformados en el poder llegaron a otorgarles grados militares a sus integrantes. A Aníbal Gordon, como premio a los servicios prestados, le asignaron el grado de coronel.

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López Rega armó la Triple A.
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