ESPECTáCULOS › “LUCIA Y EL SEXO”, UN LABERINTICO FILM DEL ESPAñOL JULIO MEDEM

Una mujer que huye hacia la vida

El director de “Los amantes del círculo polar” se aleja de la tragedia y se vuelca hacia una explícita celebración del erotismo. Por su parte, “Amélie” es, como “Delicatessen”, un amplio catálogo de excentricidades.

 Por Martín Pérez

El joven escritor y su agente y amigo están tomando algo en un bar. El en realidad ya-no-tan-joven escritor se llama Lorenzo y ha publicado una primera novela elogiada, pero está algo bloqueado a la hora de entregar la segunda. Su amigo y agente se llama Pepe, y bromea con que a la hora de la duda se decida por el sexo. Después de todo, el sexo vende. Y eso ya no lo dice tan en broma. La charla será interrumpida cuando Lorenzo se levante a buscar cigarrillos, y la culpable de la interrupción será una bella chica llamada Lucía, que –al fin y al cabo– será quien le ponga el tan vendedor sexo a la quinta película de Julio Medem. Un múltiple entramado narrativo –pletórico en casualidades y destinos cruzados, una característica de su filmografía– con el que el director vasco quiso dejar atrás su último film, el más celebrado de su filmografía, Los amantes del círculo polar (1998).
Si aquel film terminaba con una carrera final de Ana hacia la tragedia, el punto de partida para Lucía y el sexo –como bien lo dejó escrito el propio Medem– prácticamente comienza con una huida de su protagonista femenina hacia la vida. Lucía huye de la noche suicida de Madrid buscando refugio en una extraña isla mediterránea. Una isla que supo ser el origen de una historia que atrapó tanto a su Lorenzo, hasta no dejarlo escapar de ella. Y ése es el destino de Lucía, y en su camino hasta allí el film irá hilvanando todas las historias que en realidad llevaron –e incluso reciben– a Lucía hasta allí.
Una de las principales características del nuevo trabajo de Medem es la franqueza visual con la que decidió rodar el acto sexual, cuyo montaje final exhibe incluso desnudeces totales –y hasta planos detalle– de los genitales de sus protagonistas. Pero, si bien semejante exhibición es algo nuevo en la filmografía del director vasco, no lo es la presencia del sexo, que en todos sus films atenaza a sus protagonistas. Dentro del cine vibrante, apasionado y subterráneo de Medem, es casi lógico que el sexo ocupe en todas sus películas el lugar que tiene y, dentro de ese recorrido, lo explícito de Lucía y el sexo es sólo un paso natural dentro de la evolución de un estilo. Aun cuando el nuevo film de Medem no represente un salto con respecto a sus anteriores films sino casi todo lo contrario.
Las relaciones entre el escritor bloqueado, una misteriosa amante olvidada, su deliciosa fanática/musa y su posterior objeto del deseo adolescente no escapan de los cánones del cine de Medem. Es más: resultan casi un catálogo de las posibilidades recorridas en sus anteriores películas. Salvo por el hecho de que, esta vez, el creador y su acto creativo se han explicitado en la ficción de un cine visceral, haciendo de este film tal vez el más personal de un cineasta apasionado, pero al mismo tiempo demasiado obsesionado por las formas. Hay en Lucía y el sexo tal reunión de fantasías sexuales masculinas que es posible imaginar el film como un experimento enumerativo y casi expiatorio. Y, al mismo tiempo, en él otra vez la forma es la máscara detrás de la cual se puede sentir al film refugiándose detrás de los hilos del relato.
Narrador preciso y gran creador de fuerzas invisibles, Medem no logra insuflarle aire nuevo a su cine con Lucía y el sexo. Pero eso no significa una condena final para un film lleno de historias enlazadas, que confluyen en un final al sol luego de tanta oscuridad. Ahí están los símbolos y los opuestos complementarios durante todo su metraje, al menos para el que los quiera ver. También los múltiples personajes, cincelados por un caprichoso y laberíntico recorrido, pero queribles casi todos ellos, en particular los femeninos. Mientras tanto, es de destacar que Medem logró escapar, aunque sea un poco, de aquella dicotomía entre sexo y amor de Tierra, un film en el que su protagonista debía elegir por el amor por una mujer “buena” (Emma Suárez) o su deseo por la mujer “mala” (Silke). Esta vez su “buena” también tiene sexo. Y mucho. Aunque eso no parece alcanzarle. Y sólo termine sirviendo para vender el film desde su título, como bien lo sabía Pepe.

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Paz Vega es Lucía, el oscuro y salvaje objeto del deseo
de un escritor bloqueado.
 
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