ESPECTáCULOS › “EL FARMER”, UNA ADAPTACION TEATRAL SOBRE “EL RESTAURADOR”

“Olvidamos al Rosas de los manuales”

El director Adrián Blanco y el actor Esteban Massari se propusieron buscar un retrato diferente a la historia oficial. En la obra, Juan Manuel de Rosas es un anciano en el exilio, acosado por sus fantasmas.

 Por Hilda Cabrera

¿Y por qué no?, le dijo el escritor Andrés Rivera al actor Esteban Massari, cuando éste le pidió autorización para llevar a escena su novela El farmer. Allí, el autor de la galardonada La revolución es un sueño eterno (Premio Nacional de Literatura 1992), también teatralizada años atrás, imagina bajo la forma de un monólogo las vivencias de Juan Manuel de Rosas (1793-1877) en un determinado día del exilio inglés de quien fue llamado por sus seguidores el Restaurador (de las Leyes): el 27 de diciembre de 1871. Este hacendado que asumió la gobernación de Buenos Aires en 1829 y que, investido por la Asamblea Constituyente en 1835, impuso su política a la Confederación Argentina hasta 1852, es en esta ficción un modesto farmer que vive empobrecido y solo en las afueras de Southampton.
“Rosas no murió ese día, como uno podría pensar por alguna frase que aquí se repite, sino seis años después, pero a través de este monólogo se deduce que lo está rondando la idea de su muerte”, observa Massari en diálogo con Página/12, junto al director Adrián Blanco, a cargo de la puesta que se viene ofreciendo los viernes y sábados a las 21, en el Teatro La Máscara, de Piedras 760. La versión pertenece a Susana Nova, y acompañan al protagonista la actriz Nerina Flores y el actor Manuel Bello. Completa el elenco Néstor Zvasnabal, en la asistencia de dirección. Aunque, entrenados en el arte de armar proyectos (Massari una cantata sobre El payador perseguido, de Atahualpa Yupanqui, y Blanco una movida en La Sodería de Vidal 2549, espacio que funciona como fábrica de soda y centro cultural), son conscientes del riesgo que implica esta traslación: “La literatura se resiste a veces al teatro. Darle sentido escénico a este Rosas que, en la soledad del destierro, habla de otros y de sí mismo, significa evitar también los discursos. Por eso acá los recuerdos se parecen a fantasmagorías, a sombras de un desvarío”, sostiene el director.
–El relato de este Rosas tiene cierta poesía, filosa, ruda y violenta, acaso porque aquí no hay personajes inocentes...
Esteban Massari: –Creo que Andrés Rivera no se equivoca cuando pone en boca de Rosas frases que lo muestran hablando de manera bárbara y muy de hombre de campo. Para este personaje las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer, por ejemplo, son como las de un toro y una vaca. Y quizás era eso lo que pensaba Rosas. En ese campo inglés en el que se encuentra añora otra naturaleza, además de estar muy enojado porque es pobre y no puede comprarse leña para combatir el frío de ese invierno.
–Que es una forma “casera” de mostrar que lo han traicionado y que el bien y el mal son conceptos ambiguos.
Adrián Blanco: –Esto del bien y el mal es también motivo de algunas frases que aparecen en el monólogo. Rosas extracta otra de Sarmiento: “Derrame sangre gaucha, que es barata.”
–¿Qué visión tienen ustedes de Rosas?
E.M.: –Rosas era autoritario y brutal, pero sus enemigos no lo eran menos. Todos, cuanto más poder tenían más especulaban. Se hacían grandes negocios, sobre todo en Buenos Aires.
A.B.: –En esta puesta hice lo posible por olvidarme del Rosas de los manuales. Necesitaba armar un mundo teatral que fuera suficiente en sí mismo. Si me aferraba demasiado a su historia o a su carácter tirano, me iba a resultar imposible construir un personaje creíble. A nadie en el elenco le interesaba hacer una reconstrucción arqueológica. Lo importante era establecer una relación vívida entre este Rosas y sus recuerdos. Acá aparecen los personajes de su memoria, pero sin que nadie intente explicar la situación. La puesta tiene un recorrido, que pretendemos sea claro para el espectador. No nos apoyamos en grandes gestos ni grandes cambios de vestuario.
–Tal vez, siguiendo un poco lo que dice el texto: “Los viejos piensan a saltos. Y repiten lo que ya dijeron, y olvidan lo que dijeron.”
E.M.: –En la puesta, Rosas es simplemente un hombre solo que habla y no se siente observado.
A.B.: –Se entretiene en cosas cotidianas y piensa en placeres y perversiones.
–Otro asunto controvertido, porque la perversión parece igualar aquí a todos, como la muerte, que Rosas presiente al escuchar ruido de pasos sobre la nieve que rodea su casa...
A.B.: –Es que está solo en un país que no conoce y donde hace mucho frío. No está loco, pero desvaría.
E.M.: –Se sabe muy poco del Rosas envejecido. Quizá por eso me atreví a interpretarlo. A los argentinos se nos mintió siempre. Pocas personas saben cómo terminaron sus vidas los personajes de nuestra historia. Y muchos acabaron mal. ¿Quién sabe, por ejemplo, que Francisco Narciso de Laprida murió tapiado? (Este colaborador de San Martín se unió a los unitarios en Mendoza y fue asesinado en 1829.) O que Justo José de Urquiza mandó degollar y ahorcar a miles después de Caseros. La mentira y la rapiña son una constante en nuestra historia.
A.B.: –Y el “no te metás”. Eso está claro en el texto de Rivera, cuando Rosas, vencido su ejército en Caseros por las tropas de Urquiza (el 3 de febrero de 1852), cabalga por las calles de Buenos Aires, buscando refugio en la ciudad desierta. El sabe que son muchos los que lo están espiando desde detrás de las ventanas.
E.M.: –Eso es algo que se sigue repitiendo. Lo vemos ahora: una parte importante de nuestra sociedad se esconde o no hace nada, esperando que sea otro, algún “salvador”, el que decida.

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Massari y Blanco, responsables de la puesta que se ofrece viernes y sábado en el Teatro La Máscara.
“A los argentinos se nos mintió siempre. Pocos saben cómo terminaron los personajes de la historia.”
 
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