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El exilio y la literatura han estado estrechamente vinculados a lo largo de la historia argentina. Casi podría decirse que la literatura argentina está fundada a partir del desarraigo. Obras cumbres como El matadero de Esteban Echeverría o Rayuela de Julio Cortázar fueron escritas por autores argentinos en tierras lejanas. Manuel Puig, Guillermo Cabrera Infante, Osvaldo Bayer, Juan José Saer, Tomás Eloy Martínez, Eduardo Galeano y Osvaldo Soriano fueron algunos de los autores argentinos y latinoamericanos más reconocidos que tuvieron que cargar su talento hacia otras tierras. Algunos lo hicieron de manera transitoria, otros en forma definitiva. El exilio y la literatura es el eje del ciclo “La página en blanco”, que hoy a las 17 y 22 se emite por Canal (á). Conducido por Silvia Hopenhayn, el programa contará con los testimonios del escritor Héctor Tizón y del poeta Santiago Sylvester, dos autores que padecieron en carne propia el destierro obligado.
Bajo el título “Letras del exilio”, el programa se apoya fundamentalmente en las palabras de Tizón, quien en 2002 publicó El viejo soldado, una novela escrita en Madrid durante la última dictadura militar argentina. Pese a su incuestionable valor literario, el escritor jujeño tardó más de veinte años en decidirse a publicar la obra. “Es que el motor de la escritura del libro fue el odio”, señala Tizón en el programa. “Odio por aquellos que me habían expulsado de mi país. Y como estaba sujeto a esa pasión rencorosa, no hice la menor autocrítica de la obra. La gente reacciona frente a un drama o una tragedia de diferente forma: algunos se cuelgan de una rama, otros tiran maniquíes de mimbre por la ventana, y otros, como yo, no tienen más que escribir una cuantas páginas”, remarca, antes de señalar que su intención era no publicarlo jamás. Inclusive, el autor confiesa que quemó algunos de los textos de aquella época, simplemente porque no le gustaban.
Sylvester, que es amigo personal de Tizón y compartió los siete años del exilio del jujeño en Madrid, contradice al escritor. Según el poeta, que fue uno de los primeros en leer la novela, Tizón “hizo bien en publicarla”. Aunque Sylvester remarca que “es cierto que es menos tizoniana que el resto de sus novelas. Tal vez sea esa la distancia que siente Tizón respecto a la novela. Porque no transcurre en el norte argentino, sino en España”.
Tizón, que también escribió La casa y el viento en Madrid, no cree haber sacado ninguna experiencia positiva de aquel destierro obligado. “El exilio –cuenta– fue realmente insoportable para mí. Del exilio no he sacado más que rencor. No lo acepté jamás. Y en la medida en que uno rechaza el lugar donde vive, está más susceptible a que le pasen cosas muy malas y se ahonden sus desdichas. Es lo que, por otras razones, le está pasando a mucha gente en este país en este momento. Creen que la vida está en otra parte. Pero la vida siempre está donde uno vive. La vida en el exilio se encierra en nuestro propio cuerpo.”
Tizón confiesa que la distancia le cambió su escritura. “Me hizo ver que tenía que decirles adiós a viejos temas y personajes. Desde el exilio que ya no hay más localizaciones ni nombres en los personajes de mis novelas”, explica. Para terminar, el autor de Fuego en Casabindo desarrolla la idea de que el exilio es más cruel para los escritores. “El artista –concluye– tiene que ser forzosamente provinciano. Los únicos que no pueden ser provincianos son los filósofos y los científicos. Porque, en definitiva, lo que uno conoce se circunscribe a un cierto lugar y a una cierta gente, que vienen a formar la cantera de donde uno debe sacar sus ideas. No hay otra literatura que la de cada lugar en particular. Por eso es que la vida para un escritor no puede estar en otra parte que no sea su lugar.”