ESPECTáCULOS › EL FESTIVAL DE COSQUIN DEJO UN NOTABLE SALDO ARTISTICO Y DE CONVOCATORIA

Cuando el rock suena con acento cordobés

Fueron cuatro días con casi todo lo que hay para ver y escuchar en el rock de las pampas. Así lo entendió la gente, que acudió en masa –hubo 55 mil espectadores– y disfrutó la larga fiesta en paz. Los Piojos cerraron el encuentro con un show para el recuerdo.

 Por Esteban Pintos

Fueron cuatro días y cuatro noches de rock en las sierras, con 55.000 personas como asistencia total, sin incidentes y con una clara sensación de victoria. Para los organizadores, porque Cosquín no fue incendiada ni los músicos defraudaron en sus shows. Para los músicos, porque pudieron expresarse frente a un público siempre fiel, tolerante y entusiasta. Para los miles de chicos y chicas, hombres y mujeres (también niños) que llegaron hasta la capital nacional de folklore para ver a sus bandas y solistas favoritos, porque escucharon y cantaron esas canciones que habían venido a escuchar y cantar.
Todo transcurrió con una sensación generalizada de rélax, propia de la zona elegida para desarrollar un festival de estas características. Más acá quedan, además, las imágenes e historias de más de 35 horas de rock argentino y del bueno. Charly García emocionado después de haber cantado con su hijo Miguel “El karma de vivir al sur” (evidentemente, una canción favorita de los dos), y compartiendo nuevamente escenario con Fito Páez. Gustavo Cordera rodeado de chicas, mientras cantaba su hit onanista “La petisita culona”. Fernando Ruiz Díaz y su doble zambullida sobre los brazos y las cabezas de la multitud. La salida a la cancha de Los Piojos, entre fuegos artificiales, bengalas, cohetes y banderas al viento, con el Himno Nacional como banda de sonido. La concertación de voces propuesta por Attaque 77 para “Donde las águilas se atreven”. Fito volviendo a cantar “Giros” delante de una multitud, mientras se agitaban banderas del Che, Patricio Rey y los Rolling Stones. Los pasos de chacarera que Diego Arnedo agregó como coreografía para la inolvidable intro de bajo de “Aladelta”. El rap de la marihuana y los Simpson con que Intoxicados abrió su show. Los relámpagos que fueron escenografía perfecta para que Las Pelotas hicieran cantar a la plaza “Shine, shine, shine”. La desfachatez de Kapanga, el riesgo rock a tope puesto por Babasónicos, los solos de Pappo, la pared de percusión que Vicentico eligió para sostener sus melancólicas canciones, el fresco vendaval eléctrico que desata El Otro Yo cada vez que pisa un escenario. Postales de Cosquín 2003, el festival que se inventó a sí mismo.
El cierre de esta edición, la tercera de un evento en constante crecimiento, correspondió a Los Piojos en su carácter de banda masiva y amiga de la casa. Precedidos por el inefable Pappo, el grupo que lidera con La Renga las tablas de convocatoria del rock concretó un extenso set de más de dos horas, con invitados y clásicos. Pappo aportó el sonido de su guitarra en “B. B. King” y “Tan solo” (notables solos ambos, seguidos con una mezcla de asombro y satisfacción por los músicos), Omar Mollo cantó “Yira yira”, Germán Daffunchio lideró la rítmica de su canción “Shine” y puso los dedos en el enchufe para “Cruel”.
Este fue un show de celebración para Los Piojos, instalados definitiva y cómodamente en la liga mayor del rock argentino, seguros de sí mismos, disfrutando del estado de gracia popular que se ganaron luego de una década de carrera. En ese sentido, la elección de las canciones deja constancia de un buen stock de canciones infalibles para este tipo de ocasiones. Excepción hecha de “Ay ay ay”: tal vez ésta sea una de las pocas, por no decir la única, vez en que no la hicieron desde que fue compuesta y posteriormente incluida en el disco homónimo. Se recuerda, para quienes saben de su efecto en vivo, que motiva una sencilla pero efectiva coreografía de manos alzadas, aplausos y movimientos laterales. Esta vez no hubo nada de eso, aunque sí mucha participación del público, una marca distintiva de las actuaciones de Los Piojos. Por debajo, tal vez, subyace la idea de una pequeña polémica iniciada luego de una nota publicada por el Suplemento No de este diario: una entrevista en la que el cantante y compositor Andrés Ciro Martínez hablaba de su paternidad sobrela raíz murguera-candombera de la banda, un rasgo que los hizo grandes. En posteriores declaraciones al diario La Voz del Interior, Martínez dio a entender que todo había sido una “maniobra” periodística.
Al margen del episodio, queda la anécdota de la no inclusión de una canción emblemática de la banda, justamente una de las que mejor representa el ADN murguero-candombero de Los Piojos. Por lo demás, el show de Los Piojos entregó una idea certera del momento en que se encuentran, a tres años de la edición de su última cosecha de nuevas canciones: desde ese momento los nuevos discos fueron en vivo, retratando parte del folklore y la intensidad de sus shows a lo largo del país. Mucho rock de guitarras, revestimientos sonoros de piano y sección de vientos que refuerzan la idea de una “big band”, que es a lo que suena la banda por momentos. En otros, algunas canciones se estiran y dejan lugar para el libre albedrío de los instrumentistas: en “Morella” ocurrió en una contundente jam de rock arrastrado a la “Midnight rambler” de los Stones, con un cruce memorable entre las guitarras, el bajo y la batería con la armónica del cantante. Fue uno de los mejores momentos del show, que concluyó con el ritual de la mención de todas las banderas, parte del más puro folklore piojoso. Parte de la fiesta que cerró el Cosquín Rock.
El lunes por la mañana, una radio de Cosquín repasaba el saldo del festival y, acentuando el tono en la ausencia de incidentes graves (sólo hubo algunos encontronazos al iniciarse el show de Los Piojos), emitía opiniones de algunos comerciantes de la ciudad. Todos hablaron bien de los chicos que, pacíficamente, invadieron esta ciudad desde el jueves. El prejuicio no tuvo su correlato en la realidad y para todos los que opinaban, “aunque los chicos no estuviesen bien vestidos” o “tomaran mucho alcohol”, el festival había resultado en paz. Según la organización, la edición 2004 está confirmada y casi seguro que ocurrirá en tres días. La conclusión es que, más allá de los números (costó un millón de pesos, según se informó), el festival fue el triunfo de esos chicos que, aun sin estar “bien vestidos” y con sus hábitos etílicos, demostraron que se puede hacer en paz. Era su fiesta, y no la arruinaron.

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El cantante Andrés Ciro Martínez, en plena ceremonia de un cierre tapizado de banderas rockeras.
 
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