ESPECTáCULOS › “LA HORA 25”, DE SPIKE LEE, CON EDWARD NORTON

Elegía por una vida perdida

El director de “Haz lo correcto” y “Clockers” vuelve a ofrecer un poderoso retrato de Nueva York a través de la historia de un traficante de drogas que se despide de su novia y sus amigos antes de ir a prisión.

 Por Luciano Monteagudo

Pobre Monty. Nunca pensó que su vida podía acabar así. ¿Cuánto tendrá? ¿Treinta años? Pero “está terminado”, como lo reconoce sin eufemismos uno de sus mejores amigos. Apenas le quedan un día y una noche, antes de entrar a una oscuridad de siete largos años, en la prisión federal de Nueva York. Y de allí ya nadie sale igual. No al menos alguien como él, acostumbrado a una existencia cómoda y sin sobresaltos. Porque Monty (Edward Norton) vivía bien, en un cómodo pero discreto departamento en el Upper West Side de la ciudad. Ni él ni su novia puertorriqueña, Naturelle (Rosario Dawson), tenían de qué preocuparse. Es verdad, la plata parecía fácil y salía del tráfico de drogas, pero Monty no es lo que habitualmente el cine muestra como un dealer –esos personajes oscuros y siniestros, que defienden su territorio a sangre y fuego– sino en todo caso un tipo común, que fue a la universidad, que nunca tuvo un talento particular y que descubrió que así se podía dar algunos gustos, nunca demasiado ostentosos, como para no llamar demasiado la atención.
Pero alguien lo vendió. Cuando esa tarde los agentes de la DEA llegan a su departamento saben exactamente dónde buscar. La escena no tiene violencia explícita, pero el director Spike Lee la construye con un nivel de tensión ejemplar, una tensión que no es sólo suspenso, sino también presión racial, como la que alimenta todos y cada uno de sus films. Monty es blanco, educado, tiene a su lado una hermosa mulata y quienes lo vienen a hostigar son dos policías negros –la clase prestadora de servicios–, que parecen más preocupados por hacer notar su resentimiento que por cumplir con su deber.
De estos pequeños momentos está hecho lo mejor del nuevo film del director de Malcolm X. No se trata de una gran película, porque hace tiempo que Spike Lee no las entrega, pero sí de unos cuantos relámpagos de buen cine, de esos que es imposible no identificar como la marca de fábrica de su autor. Como ese largo, imprecatorio, encarnizado monólogo de Monty frente al espejo del mugroso baño de un bar, una diatriba feroz contra todas y cada una de las grandes y pequeñas etnias que conforman la tribu de Nueva York, contra cada uno de los hombres, mujeres y niños que la habitan y que concluye con Monty incluyéndose a sí mismo en esa oración atroz.
Es curioso descubrir que ese soliloquio, que parece una continuación del que enunciaba John Turturro en Haz lo correcto, proviene de la novela original de David Benioff, que parece escrita a partir de la visión de los films del director. Es más, se diría que todo el film podría resumirse en una serie de monólogos como ése, como el que pronuncia uno de los amigos de Monty frente al horrible vacío que se abre donde alguna vez estuvieron las Torres Gemelas, un discurso que no las incluye pero que no por ello las hace menos presentes. O el elegíaco monólogo final del padre de Monty (Brian Cox), que habla de una vida que pudo ser y no fue y que parece resumir el sentido de toda esa hora 25 de la que habla el título del film.
Siempre se reconoció en Spike Lee a un gran director de actores, pero aquí todos están particularmente justos, sobrios, medidos, un poco en la línea que traza Edward Norton para su opaco Monty, un hombre derrotado por sí mismo, que en el último día de su vida en libertad no encuentra mejor consuelo que sacar a pasear a su perro y hacerse golpear hasta volverse irreconocible, como si quisiera castigarse por no haber sabido a tiempo hacer lo correcto.

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Edward Norton y Rosario Dawson, cuando todavía parecía posible la felicidad.
 
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