ESPECTáCULOS › SU SHOW ES EL MAS EXITOSO DE LA TEMPORADA PORTEÑA

Piñón Fijo, el héroe de los chicos

El payaso cordobés sigue agregando funciones en el teatro Gran Rex. Sus canciones son cantadas por los más pequeños y también por los padres. El merchandising se multiplica. ¿La fórmula? Entretener sin desmerecer.

 Por Silvina Friera

En los últimos años hubo fenómenos infantiles efímeros, pero que parecían imbatibles, como el de Chiquititas. Más allá de la paupérrima calidad estética, sustentada por un puñado de personajes estereotipados hasta la náusea, las niñas huérfanas y pobrecitas que cantaban canciones pegadizas y ramplonas, el problema de este producto residía en una concepción peyorativa del espacio lúdico de los niños y la subestimación de sus intereses y motivaciones. Fabián Gómez es Piñón Fijo, un payaso cordobés pícaro, tierno y enigmático –nunca aparece sin maquillaje y el mameluco amarillo, rojo y azul– que pateó calles y plazas de su provincia natal, con su mochila cargada de canciones y juegos para entretener a los chicos, sin desmerecerlos con diminutivos ni tratarlos como idiotas. Después de 13 años de deambular por Mina Clavero, Carlos Paz y cuanta ciudad y pueblo de Córdoba y de otras provincias le quedara por visitar, ingresó a la vidriera de Buenos Aires, con la fuerza de un huracán, de la mano de su programa “Piñón Fijo es mi nombre” (que se emite de lunes a sábados por Canal 13). Al triunfo de su criatura y el éxito de sus discos (Con aire de las sierras, Con las alitas y Por los chicos vivo) se añade el record de sus presentaciones en el teatro Gran Rex. El suyo es, hasta el momento y por lejos, el espectáculo más exitoso del año.
La escenografía ya no está conformada por esa caótica belleza de árboles, pastos, perros vagabundos, el humo del choripán y los típicos transeúntes de todas las edades que se aglomeraban en torno de un payaso extravagante, ingenuo y ácido –si la situación lo requería–, que todavía no se llamaba Piñón Fijo ni era el ídolo de los niños, cuya maquinaria de difusión más preciada era el boca a boca. Ahora, mientras las cuerdas vocales se desgastan de tanto corear su nombre, las manos se recalientan de tanto aplaudir y el piso retumba por las patadas y saltos de padres, madres y niños, cuando el telón del teatro se corre, Piñón se aproxima al escenario desde un globo. Miles de ojos siguen fascinados el trayecto que recorre el payaso hasta que aterriza, cerca de los músicos que lo acompañan en todas sus presentaciones. La aparición “celestial”, mágica y encantadora es coronada por una estremecedora ovación de sus fans. Atento al clima efervescente que se respira en la sala, el diálogo que plantea con los espectadores apunta a integrar a la familia, pero no deja de comentar con sorna, frente a la incontinencia verbal de las mujeres de la primera fila, que “las madres están más entusiasmadas que los chicos”.
Excelente payaso por la sobriedad que transmite en cada uno de sus gestos y movimientos –su estética no es la desmesura sino la sencillez–, para comprender el fenómeno Piñón hay que verlo desplegar todo su bagaje callejero, porque este artista no ha olvidado su aprendizaje en una de las mejores escuelas, aunque no la única: las plazas y espacios públicos de Córdoba, que lo entrenaron en la titánica tarea de captar la atención de chicos y grandes. Hay dos títeres muy simpáticos, Kenchu y Cabrito, de buena recepción en los niños, que matizan las canciones y aportan una cuota de teatralidad al recital. Pero la extensión de los diálogos dispersa la atención de los niños que se impacientan porque sólo quieren cantar y divertirse. Este payaso cordobés (prestidigitador de los juegos que preceden a las canciones, y con gran timing del espectáculo) disponede una equilibrada dosis de arte de mimo y una pizca de titiritero que manipula a sus muñecos. Su mejor coro es el público que conoce cada una de las letras, aunque Piñón se hace el zonzo y los desafía: “A que con música no la saben”. Los niños, a prueba de cualquier duelo al que lo inviten a participar, cantan al unísono para demostrar que ellos forman parte del mundo de Piñón, que son protagonistas y testigos de ese universo.
Las canciones se zambullen con ajustada precisión en el imaginario infantil: las ganas de viajar en bicicleta, el sueño de volar y el alegato acerca del crecimiento, desde la lúcida mirada de un niño (“Basta de mamadera”). El payaso posee una buena voz, una dicción concisa y canta bien. “Hola, cómo va”, “Por los chicos vivo”, “Con las alitas arriba”, “El saxo cloacal”, “Por una ventanita”, “Chu, chu ua, chu chu ua” (la más bailada, especialmente entre los padres) y “Piñón Fijo es mi nombre”, entre otras, confirman que “las canciones vuelan más lejos que los payasos que las cantan”, como le gusta señalar a este artista. Piñón no es un fenómeno mediático como Chiquititas, no lo “armaron” los productores, aunque la televisión le sirva como trampolín para llegar a las familias que aún no lo conocían. Hace años que es un ídolo de los niños cordobeses, un muy buen payaso que pedía pista para que lo vieran en Buenos Aires. Y vaya si lo consiguió...

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Piñón Fijo metió casi cien mil personas en 32 shows y no parece dispuesto a parar.
 
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