ESPECTáCULOS

El más famoso poema gauchesco ahora llegó al mundo de los títeres

Dos grupos de teatro y títeres le dan vida a “Martín le yerró fiero”, una revisión en clave infantil del clásico de José Hernández.

 Por Silvina Friera

¿Cómo realizar una versión apta para el metabolismo de los más chicos de la trágica historia de Martín Fierro? Durante seis meses, el grupo El Mosquito y la Máquina Real y la compañía teatral Cuerda Floja buscaron las formas de aproximar el universo gauchesco reflejado en el poema escrito por José Hernández al imaginario infantil, sin que se perdiera la tensión del relato, ni la linealidad y cronología ni el lenguaje utilizado por el autor. El resultado de esta experiencia, en la que se confabularon dos grupos de títeres y actores y un puñado de canciones en vivo, fue bautizado como Martín le yerró fiero, que se presenta los sábados a las 17 en el Teatro del Abasto (Humahuaca 3549). El montaje, basado en la primera parte del libro, cuenta con la dirección de Carlos Groba, dramaturgia de Graciela Bilbao (que también actúa y manipula títeres) y los actores-titiriteros Diego Ercolini, Adrián Murga y Leonardo Volpedo. “Nos interesaba rescatar el tema de la identidad, que muchas veces queda distorsionado en los espectáculos infantiles. Aunque es un poema muy dramático, que produce mucha angustia, rompemos este clima a través del humor”, cuenta Groba a Página/12.
En una carta que Hernández escribió a sus editores, en 1874, con motivo de la octava edición de El gaucho Martín Fierro, subrayaba un aspecto clave de su personaje: “Sus desgracias, que son las de la clase social a que pertenece, despiertan, en los que participan de su destino, un interés fácil de explicar; pues si la felicidad aleja, el infortunio aproxima”. Groba, hombre de teatro que en los últimos diez años se dedicó a los espectáculos infantiles (con sala propia, El Errante, ubicada en Palomar), afirma que “somos occidentales y, lamentablemente, tenemos un criterio de la muerte muy drástico, la padecemos como una tragedia, la sentimos como un hecho inapelable”. Por eso, en las escenas en las que hay muertes, como la de la pulpería, “la risa nos proporcionó el antídoto para aliviar el dolor que puede ocasionar, tanto en un adulto como en un chico, darse cuenta de que un personaje puede morir”, aclara el director de Papusita, un sainete infantil y Corchito va por el mundo, entre otros montajes.
Los títeres, realizados con gomaespuma por Cuerda Floja, son de mesa y boca. Con el titiritero a la vista, los espectadores se sumergen en la cocina de una función: los conflictos de una compañía de títeres y actores que debe montar Martín Fierro. El grupo revela las torpezas y dificultades que implica representar una obra que les parece lejana por el vocabulario, los modismos, costumbres, el distanciamiento geográfico y temporal. “Hay un titiritero que no se anima a contar relatos tristes, otro que tiene una vinculación con los títeres casi amorosa y se va por las ramas y un experto en la temática gauchesca que se enfrenta con sus compañeros para encausar la obra”, precisa Groba.
Encargada de la dramaturgia, Bilbao (segundo premio Nacional de Dramaturgia infantil 2001 por El árbol, la luna y el niño con sombrero) dice que en la escena de la pulpería, una de las más complejas, el truco del teatro dentro del teatro les ayudó a digerir la muerte del negro. “Los títeres anuncian que van a jugar esa escena porque son profesionales, pero, tentados por la risa que les causa que tengan que pelearse, el personaje del negro, ofuscado porque Fierro se hizo el galante con su mujer, se muere de risa y cae... pero tiene que reponerse para la próxima función”, apunta Bilbao.
La parodia de la muerte, procedimiento artístico que al invertir los signos exalta lo cómico y disparatado en desmedro de lo dramático, es la mayor ruptura que asume el grupo, comenta Groba. “El actor que está trabajando tiene el mismo problema con el léxico gauchesco que tiene un chico de Capital, que está muy alejado de ver una yerra (marcar al ganado con un hierro candente) o comprender el término jinetiar (destreza demontar un potro y sostenerlo). Mantenemos la esencia del poema, incluso hay versos tal como los escribió el autor, pero no queremos asfixiar al chico con el drama y las penurias del gaucho. Es mucho más difícil hacer teatro para chicos que para grandes, porque hay que cuidar el lenguaje y la puesta. El chico tiene un poder de captación mucho más complejo y rico que el adulto, que suele estar más condicionado por los prejuicios. Los artistas, por no comprometerse con el riesgo, les dan a los niños menos de lo que ellos están dispuestos a recibir”. Por eso, prefiere, subraya, hacer teatro para chicos apostando a la experimentación, al riesgo.
“El teatro de títeres creció mucho en los últimos años, en parte gracias a las camadas de titiriteros que se formaron en la escuela del San Martín. Hay una nueva generación de titiriteros con propuestas innovadoras y de muy buena calidad, como los trabajos de Marcelo Peralta, el grupo Chon Chon, Bavastel y Los Peatones del Aire. Esta generación se atrevió a romper con los titiriteros tradicionales, con los mismos maestros que los formaron”, sugiere Groba. El títere tiene algo mágico, recuerda. “Una obra regular de títeres engancha más que una buena pieza de teatro, tal vez porque el muñeco nos representa desde la infancia. El títere siempre resulta mucho más atractivo que el actor”.

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La obra fue montada por El Mosquito y la Máquina Real y Cuerda Floja.
 
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