ESPECTáCULOS › RODOLFO GRAZIANO PRESENTA DOS OBRAS EN EL TEATRO CASA AZUL

El que puede paga, y el que no, no

El ex director del Cervantes utiliza textos de Oscar Wilde y Juan Francisco Giacobbe para una experiencia de intercambio generacional.

 Por Hilda Cabrera

El actor, director y docente Rodolfo Graziano dice que tiene obsesión por los “actores grandes” y menciona inmediatamente a Osvaldo Miranda y el ciclo que organizó temporadas atrás en el Teatro de la Ribera, en la Boca, con su participación. El ciclo se llamaba Hoy, ensayo, hoy y el director lo recuerda con el entusiasmo con que se evocan las fiestas. En estos días, Graziano está ofreciendo dos piezas en las que reúne a intérpretes de diferentes generaciones. Una es El abanico de Lady Windermere, de Oscar Wilde, y otra La voz intrusa, del argentino Juan Francisco Giacobbe. Fundador de grupos y teatros independientes (Taller de Garibaldi, Agon, Teatro de la Ciudad), régisseur (Falstaff, El caso Maillard, La zapatera prodigiosa, todas en el Teatro Colón), director de ciclos radiales y otros de carácter educativo por televisión y distinguido con varios galardones (entre los más recientes el destinado a la trayectoria, entregado por la Legislatura de Buenos Aires), presenta sus montajes sobre las obras de Wilde (los domingos) y La voz..., viernes y sábado en horarios vespertino y nocturno en el Teatro Casa Azul, de Tucumán 844.
Entre aquellos admirados “grandes”, menciona a algunos que ya no están, como Milagros de la Vega e Ilde Pirovano. “En cada una de mis clases, dedico diez minutos al estudio de todos esos artistas fundadores del teatro argentino”, apunta el director a Página/12. Aun cuando presentó obras de repertorio, tanto en los grupos que fundó como durante su desempeño de ocho años al frente del Teatro Cervantes (donde hubo temporadas en que dirigió todas o la mayoría de las obras que allí se representaron, básicamente entre 1979 y 1982), se muestra entusiasmado por el género musical. Alguna vez pensó en incluir a Eva Franco, actriz a la que dirigió y consideró como “una de las más modernas”. “Fue un privilegio trabajar con ella, como con Santiago Bal, que es un gran comediante, y aunque a algunos los desconcierte, me asombró el desempeño de Mirtha Legrand en Tovarich. No voy a juzgarla ahora como actriz, pero sí como profesional. Recuerdo que nunca llegó tarde y que acostumbraba sentarse en el escenario y mirar todo el ensayo.”
Tampoco deja de asombrarle la resistencia de los teatristas, mayores y jóvenes: “Es sorprendente, tanto en Buenos Aires como en ciudades del interior”. Se lamenta sin embargo de que hoy el Cervantes no tenga presupuesto para salir de gira por provincias. “En la época en que yo lo dirigía, estrenábamos antes en el interior que en Buenos Aires, y era estupendo. Había ciudades en las que el público sabía todo sobre el teatro griego y sobre los vanguardistas.”
–¿Cómo fue su experiencia como director del Cervantes en la dictadura?
–Tuve plena libertad para contratar a los artistas que necesitaba. Nunca me mandaron una lista negra. Cité a trabajar a María Rosa Gallo, Onofre Lovero, Inda Ledesma, y nadie me puso trabas. Inda tuvo problemas, pero cuando la llamé nadie me dijo nada, y María Rosa, que no podía trabajar en el San Martín, lo hizo en el Cervantes. La dirigí en El conventillo de la Paloma, de Alberto Vaccarezza (en 1980), y Fedra, de Racine (en 1982). Inda pudo trabajar en los festivales de teatro que organizábamos. Hablo de estos artistas porque están entre los conocidos como contrarios al régimen. Cuando pusimos Las de Barranco, en 1982, el hijo de Gregorio de Laferrère me señaló por qué yo no había hecho caer en mi puesta el cuadro del coronel, tal como lo marca la obra, y le contesté que los coroneles ya estaban en el suelo. Cuando presentamos una versión del Martín Fierro (en 1978) se podía pensar en un golpe en contra de la policía y los milicos. Pero nadie nos dijo nada.
–¿Quiere decir que no hubo autocensura?
–No voy a negar que había trabas. Pero en mi caso personal, fue como lo cuento.
–La pregunta se relaciona también con la obra que está presentando, La voz intrusa, de Juan Francisco Giacobbe, donde este autor se refiere a la libertad de expresión...
–Giacobbe, que fue además mi maestro, escribió esta obra en 1955. Ahí habla del poder tiránico de los mandatarios. Los personajes centrales tienen algo de un Macbeth y una lady Macbeth. Este es el reinado de Herodes y Herodías, quienes utilizan a su hija Salomé para seducir y lograr que se decapite a Juan, el Bautista, el de “la palabra acusadora”. Pero el autor no pone el acento en Salomé sino en un jefe de gobierno y en un loco, que es en realidad el más cuerdo. Esta obra nos está diciendo que la palabra que trae consigo la libertad no puede acallarse.
–Ese año de la escritura, 1955, es también violento en la Argentina. Es el del golpe militar de la Libertadora...
–Y hasta entonces y antes fueron los años en los que mandaban Perón y Evita. Pero Giacobbe no identifica aquí al mandatario. Escribe sobre los poderosos en general y sobre la ambición de poder que modifica la línea de conducta de cualquier persona. Por eso, en esta puesta de La voz intrusa (que interpretan el mismo Graziano y, entre otros, Rolando Alvar, Emma Ledo y Guillermo Renzi) el ambiente es atemporal. Los ministros visten traje y llevan anteojos oscuros. No se los reconoce. Los que presionan existen en todo tiempo y lugar.
–¿Cómo sobrevivió a tantos cambios?
–Me considero un trabajador del teatro. Las experiencias en el Cervantes y el Colón fueron para mí una especie de cajas, lugares de contención, pero teatro se puede hacer en cualquier espacio. El Taller de Garibaldi, por ejemplo, marcó una época en nuestra historia teatral. Entonces no se frecuentaba a los autores clásicos, y yo tuve la posibilidad de hacer un Fausto basado en la novela de Goethe y presentar obras como Romeo y Julieta, Sueño de una noche de verano y El burgués gentilhombre. En esos proyectos colaboró el grupo Atafi, que significaba “Amigos del taller de Fito”, que es mi sobrenombre, pero también el público que nos seguía. Ahora aspiramos a que la gente se acerque a nuestras obras, y nosotros le damos la opción de depositar una contribución de cinco pesos. En caso de que no pueda, será igualmente bien recibida.

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Graziano fue director del Cervantes durante ocho años, que incluyeron los tiempos de la dictadura.
“No voy a negar que había trabas, pero a mí nunca me mandaron una lista negra”, recuerda.
 
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