ESPECTáCULOS › MAURICIO WAINROT Y LA CANADIENSE GINETTE LAURIN, EN EL SAN MARTIN

“El bailarín debe tener imaginación”

El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín presentará desde mañana un programa de tres coreografías. En un buen momento de la danza, el elenco oficial va a renovar el lenguaje coreográfico.

 Por Silvina Friera

Cuando Mauricio Wainrot dibuja una coreografía, exhala un entramado de emociones y sentimientos que son, en parte, formas que le permiten eclipsar fantasmas de su historia familiar. Ex bailarín y actual director del Ballet Contemporáneo del San Martín, Wainrot es hijo de inmigrantes polacos que escaparon del nazismo semanas antes de la invasión a Polonia. Aunque salvaron sus vidas, quedaron marcados por el desarraigo. Entrenado en la Escuela Superior de Arte del Colón, empezó a bailar junto a Oscar Araiz, y estudió y trabajó en el extranjero. Cuando habla sorprende por la expresividad de cada palabra, como si buscara el equilibrio entre el movimiento y el gesto, entre el tono de su voz y el espacio que lo rodea. Mañana a las 20.30, el Ballet del San Martín presentará en Corrientes 1530 su segundo programa, integrado por Cuerpos cautivos, de Alejandro Cervera; Canciones de un caminante, de Wainrot, y The shape of infinity (“La forma del infinito”), de Ginette Laurin.
Cuerpos cautivos, con coreografías de Cervera, tiene vestuario de Mini Zuccheri y música japonesa, de Leonard Eto. “Me inspiró la emotividad de Gustav Mahler. ‘Lieder eines fahrenden gesellen’ integra un ciclo de canciones que compuso a los 19. Me dejé llevar por la emoción que trasluce esa música”, confiesa Wainrot, que a principios de año montó una exquisita coreografía, Carmina Burana (vista por más de 40.000 personas en menos de cuatro meses), recordado por Consagración de la primavera, El mesías, Libertango, Anna Frank y Estaciones porteñas, entre otras. “Si bien utilizo muchos bailarines en escena, aquí sólo hay cinco: una mujer y cuatro hombres. Y son cuatro despedidas. En realidad el caminante para mí es la caminante”, dice el coreógrafo sobre Canciones..., con escenografía y vestuario de Carlos Gallardo e iluminación de Eli Sirlin. De contextura pequeña y apariencia frágil, Laurin es una prestigiosa coreógrafa canadiense que ya enfrentó al público argentino en el 2000, con En Dedans –con el Ballet Contemporáneo–, y hace dos meses con Luna, a cargo del grupo O Vertigo, fundado por Laurin en 1984.
“Para trabajar sobre la idea del infinito elegí a Steve Reich (“Seis pianos”), porque no tiene comienzo y fin, y mi obra empieza y termina con gente en movimiento; está concebida como una parte del tiempo y espacio que nos toca. Mi danza es la atracción por el vacío, el frenesí, una emoción en caída libre”, señala Laurin, autora de más de 30 coreografías de la llamada nouvelle danse, que nació en los ‘80 y que influyó a los coreógrafos de Francia, Canadá y Bélgica. Por piezas como Crash Landing (1984), Up the Wall (1985) y Timber (1986), Laurin recibió el premio J. A. Chalmers en 1986 y es una artista destacada en la renovación del lenguaje coreográfico.
–¿Qué es lo primero que aparece en sus creaciones, los sentimientos o una idea de movimiento?
M. W.: –La música me tiene que tocar alguna fibra emotiva. Trabajo a partir de la música, es esencial porque me tiene que decir algo, casi nunca arranco con un movimiento sino con los sentimientos que la música me produce. El bailarín es un instrumento más. Necesito que camine sobre determinada nota o melodía, que dibuje la música, que haya espiritualidad, imaginación y musicalidad.
G. L.: –La música me ayuda a recrear un ambiente o una atmósfera. Pero la creación parte desde otros lugares. Realizo las coreografías antes de elegir la música porque para mí es importante que la coreografía tenga su ritmo, su energía, su vida. Es similar a lo que ocurre en el cine, donde primero se filma la trama visual y luego se incorpora la trama sonora.
–¿Cuáles son sus obsesiones?
M. W.: –Las pérdidas, las despedidas, el transcurrir del tiempo y la soledad aparecen como marcas. Trato de no pensar en el pasado, de no mirar fotografías porque soy muy sensible. Cuando me encuentro con fotos de amigos que ya no están me pongo nostálgico. Tengo una historia familiar muy dramática que incide en mis creaciones.
G. L.: –Una de mis obsesiones se vincula con la fragilidad del ser humano. A pesar de que en mis obras se ve tanta energía, hay un hilo conductor que muestra la fragilidad y la flotación de los seres, como si estuvieran en un espacio donde no existe un punto de apoyo. Busco que se vean muchas relaciones corporales.
M. W.: –Tampoco me gustan los solos, prefiero que los bailarines se toquen, que haya contacto emotivo y físico. Es bueno un solo porque no se puede saturar con la totalidad, pero me gusta trabajar con masas.
–¿La danza se abrió hacia otras experiencias en estos años?
G. L.: –Las formas de entrenamiento cambiaron mucho, se aproximan más a la formación del atleta que supera obstáculos, porque los bailarines son artistas atletas. El cuerpo también cambió y a mí me inspiran más las posibilidades de exploración que implican estos cambios.
M. W.: –Me interesa trabajar con bailarines que transformen el material. No me gusta un bailarín que hace exactamente lo que pido porque es como un alumno. Siempre es necesaria una cuota de imaginación.

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Wainrot dirigió este año “Carmina Burana”, un suceso de público.
 
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