ESPECTáCULOS › “EL HADA IGNORANTE”, DEL TURCO-ITALIANO FERZAN OZPETEK

La familia a la manera gay

Por H. B.

El de la señora (o la familia) burguesa a quien el descubrimiento de un mundo nuevo le permite reinventarse es todo un tópico del cine contemporáneo (véase, sin ir más lejos, Cleopatra, otro estreno de hoy). En El hada ignorante, ese mundo nuevo es la cultura gay, a la que la protagonista se asomará tras abrir una puerta inesperada. Si en películas como Todo sobre mi madre o La habitación del hijo es la muerte del hijo la que lleva a esa revelación, en El hada ignorante es el marido quien deberá desaparecer para permitir el pasaje.
En su opera prima El baño turco (estrenada en Buenos Aires un par de años atrás), Ozpetek –nacido en Estambul y emigrado a Italia– había narrado ya una variante de esta misma historia: allí, un señor burgués –obligado a viajar a Turquía por asuntos familiares– descubría la libertad, al enamorarse de un muchacho del lugar. En El hada ignorante, Ozpetek vuelve a rozar el slogan, al oponer el mundo conyugal (construido sobre la base de mentiras) con una pequeña comunidad gay en la que imperan el afecto y la franqueza. La que pasa de un mundo a otro es Antonia (Margherita Buy, la monjita de Fuera del mundo), cuya impecable vida burguesa se ve puesta patas arriba, el día que su marido Massimo muere en un accidente.
Tras la muerte vendrá el duelo, y en medio de éste, la pista que conduce al secreto, celosamente guardado por Massimo durante años. Para no andar revelando demasiado, conviene hacer un salto, hasta encontrar a Antonia semiincorporada al mundo de Michele (Stefano Accorsi, protagonista de El último beso), cuyo departamento en un bullicioso edificio romano parecería casi una versión gay de “Los Campanelli”, fideos incluidos. Por allí circulan un intelectual veterano y su pareja más joven, una transexual parafinada, una “loca” estilo Ronnie Arias, la portera y un exiliado turco, además de un enfermo terminal de sida que guarda reposo en una habitación cerrada. La idea subyacente de que se trata de una organización familiar más libre, auténtica y vital que la de la familia tipo representada por el matrimonio de Antonia y Michele (donde el ocultamiento es tal que la mujer jamás se enteró de que el marido cocinaba como los dioses) se ve matizada por un par de pinceladas, que sugieren que también en el interior de ese grupo se cuece alguna que otra mentirilla.
Más allá de esos leves matices, Ozpetek parece siempre más interesado en hacer cine de propaganda que en crear verdaderos personajes, que vayan más allá del rol asignado. En consecuencia, el film raramente supera su esquemática condición, dirigiéndose hacia una historia de amor que por más que esté en el guión, jamás se desprende de una verdad cinematográfica.

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