ESPECTáCULOS

Panamericana del pop de avanzada

Babasónicos, El Otro Yo y Café Tacuba volaron alto en el Quilmes Rock. La fecha de ayer, por lluvia, se pospuso una semana.

 Por Pablo Plotkin

Como si se tratase de un género, el mundo angloparlante lo denomina “rock en español”, pero la categorización es casi tan absurda y reduccionista como “world music” (“música del mundo”, una etiqueta que llevaría al resto de las góndolas al excitante rubro de “música extraterrestre”). El viernes, la cuarta fecha del Quilmes Rock Festival reunió a tres bandas que, a escalas muy diversas, torcieron la dirección de la música joven hispanoamericana de los últimos diez años.
Café Tacuba es el grupo insignia de esta última década de rock mestizo y televisado (vía MTV latina), la sublimación de un proyecto de identidad territorial y vocación mutante. Babasónicos inoculó en la industria del rock argentino algunos conceptos no del todo aceptados por el contexto (ambigüedad, irresponsabilidad, artificio) y se convirtió en espectáculo céntrico apelando a métodos de creatividad más o menos cifrados. El Otro Yo ganó terreno en la escena manteniéndose al margen del mercado de los grandes sellos, autogestionándose con la misma terquedad adolescente que exhuman sus canciones electrocutadas. El viernes, los tres tocaron en el escenario montado a la sombra del Monumental, acechado por nubarrones de tormenta que rompieron a la madrugada y obligaron a postergar la fecha de ayer (Los Auténticos Decadentes, Memphis y Los Pericos) hasta el próximo sábado, aprovechando la cancelación del concierto de Metallica.
Café Tacuba (que ayer tocó en El Teatro y hoy se presentará en la ciudad de Córdoba) apareció en escena después que La Portuaria y antes que El Otro Yo, ubicado en una “tercera posición” que no se condijo con la intensidad del show. La banda del Distrito Federal, acaso la más importante del continente (y, para algunos, uno de los mejores grupos de rock del mundo), comandó una hora de vuelo y deriva, planteando un permanente conflicto de estéticas que llevó a la construcción periódica de pequeños clímax. Trajeado de celeste, el cantante Elfego Buendía -chaparro de identidad esquiva– se apoderó de la noche con su paso de baile eléctrico y desmesurado. Esa convergencia de densidad y levedad, de celebración y drama que parece relacionarse con la manera en que la tradición mexicana honra a sus muertos, es el combustible que alimenta a esta hoguera de Ciudad Satélite y su descomunal avalancha de chispazos.
El sonido rockero de su disco reciente (Cuatro caminos) impuso la tónica inicial del show, hasta que el violinista Alejandro Flores (“150 kilos de autodestrucción”) subió para colaborar en una versión de “La ingrata” que se hamacaba entre el bolero y el corrido. “Ojalá que llueva café”, relectura del clásico de Juan Luis Guerra, propició uno de esos momentos de fricción cósmica y rural que el cuarteto sabe conjugar como pocos. Entre la contemplación de la galaxia y la admiración terrenal, Café Tacuba establece las coordenadas del viaje. “Arriba están las estrellas y acá abajo ustedes son un bellísimo campo de flores”, dijo Buendía, convirtiendo en poesía escénica una simple metáfora kitsch. Hacia el final, luego de enfundar sus rulos en un pasamontañas con cresta de gallo, el cantante y la banda interpretaron la preciosa “Déjate caer” (del grupo chileno Los Tres) y abordaron una coreografía paródica al estilo del pop prefabricado. “El baile y el salón” y “Cómo te extraño mi amor” (de Leo Dan) acaramelaron el cierre de un espectáculo que excedió los contornos de cualquier lógica festivalera, excepto por su contundente brevedad.
Después de eso, no le resultó fácil a El Otro Yo cambiar la sintonía de un público conmovido. Cristian y María Fernanda Aldana encabezaron a los alaridos su maquinaria de extenuación eléctrica. Centrándose en las canciones de sus últimos dos discos (Abrecaminos y Colmena), El Otro Yo gritó sus versos de ingenuidad y autodeterminación con ese espíritu “no sé lo que quiero pero lo quiero ya” que los llevó a ocupar un lugar de radiólogos de adolescencia (entendida no como una época, sino como forma de lealtad a la propia desesperación). Cristian percibió cierta frialdaden el ambiente y exigió un poco más de ardor. Los fans de la banda se sumaban al vértigo que demandaba el escenario (con Ray Fajardo aporreando la batería a un ritmo de taquicardia) y el resto se mecía entre la fascinación y la espera. El show se extendió más de la cuenta, pero la descarga de adrenalina y el volumen noqueador terminaron surtiendo el efecto habitual.
Babasónicos apeló a un despliegue escenográfico de estadio: “Soy rock” estalló en un cúmulo de llamaradas a la par del beat final. Las guitarras crujían al frente y el magnético Adrián Dargelos, de escote y bolados, se escurría por todo el escenario al calor de sus historias de bandidos de carretera, farsantes de la noche, inducción narcótica y espacios porteños como Once y Plaza Constitución convertidos en iridiscentes escenarios de ficción. “Irresponsable”, una canción nueva que parece cruzar a Attaque 77 y Sandro, se sumó a la cadena de rock lujurioso y espectacular con que el sexteto viene recorriendo caminos y conquistando públicos que, hasta hace poco, le resultaban esquivos.

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Babasónicos ofreció su habitual despliegue de glamour.
 
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