ESPECTáCULOS › SILVIA SÜLLER, LA INCREIBLE REINA DE LA TELEVISION BIZARRA DE LAS TARDES

Mujer al borde de un ataque de nervios

Entre las 14 y las 17, siempre hay lugar para la vedette platinada y su familia, en un culebrón permanente y grotesco que excede a cualquier libretista...y rinde en términos de rating.

 Por Julián Gorodischer

“La Süller te hace mierda, y no se le mueve un pelo”, dice Jorge Rial, y se ríe. Y Silvia, que es su preferida desde los lejanos tiempos de “El Periscopio”, en las medianoches del 9, adhiere a la carcajada para dar paso al nuevo monotema de esta semana. Sin escalas, del supuesto embarazo perdido a fines de febrero a una obsesión más actual: la demostración de que Pata (Villanueva) es “una sucia, una meada, una vendehijas y una lesbiana” y que, por si fuera poco, le tocó una teta en una disco. A la desbocada no hay quien la pare cuando el cachet y el encendido estimulan a dar pelea: Silvia -.y tal vez de esa cualidad derive la omnipresencia– derriba dos tabúes que la tele atribuye a las personas de bien: no harás leña del árbol caído ni te meterás con tu madre. Ella cultiva ambas opciones, y a la tele de las tardes (“Rumores”, “Intrusos”, “Venite”, “Va por vos”) le calza perfecto un acto que es siempre el mismo, con ligeras variaciones: arremete con saña contra la Rímolo y contra Peluca, o “el procesado”, o Soldán a secas, y descarga munición gruesa contra la matriarca del clan Süller. “Está caliente con Soldán”, dice de la veterana Doña Nélida, su madre.
La desbocada congrega multitudes porque viene a “hacer justicia”. Marcelo Polino cuenta en “Rumores” que lo saturan de cartitas y ositos para su compañera de tablas y todos buscan una explicación. “La Süller no se calla nada”, dice un miembro del coro (Guido, su hermano, o Jacobo, o el mismo Polino) y entonces queda claro el listado de prioridades de la tele de las tardes: hablar de más, que nunca haya silencio y todo quede dicho. Lo importante, en cualquier caso, es que la olla (cualquier olla) se destape. Si es en tono crispado y con aire a reivindicación o denuncia, mucho mejor, y entonces Silvia arremete contra Pata, Peluca o Doña Nélida, y motiva la frase de rigor que es contenido suficiente para sostener un próximo programa: “La seguimos en el juzgado”. Como La Nannis hace un par de temporadas, Süller abona al género favorito de las tardes: la guerra, imprescindible para que la atención no se disperse y se abra el juego de las réplicas. En “Rumores”, aunque también en “Intrusos” y en “Venite” (repetir, ésa es la cuestión) agrega una revelación al últimoe monotema: “Yo lo tuve al Conejo Tarantini antes que ella”, provoca. Carcajada, y el coro comenta el asunto.
Si hubo un tiempo en que los chismes de la tarde se diversificaban entre un colectivo de famosos o farándula, la tele de la crisis más profunda que se recuerde practica sólo dos acciones en busca de un único fin: focaliza y concentra. Centrípeta como nunca, vuelve una y otra vez sobre “los locos Süller”, clan de culebrón pero en vivo y en directo, en escenografía múltiple (la mansión venida a menos de Mar del Plata, la cárcel de Ezeiza, el canal). Silvia, sus hermanos Guido, Marcelo y Norma, mamá, papá, Giselle, Soldán y ex suegra Tita, son el elenco que cualquier novela hubiera pagado con creces, reaseguro de rating por su capacidad de enredarse y multiplicar pasiones. Silvia odia a Guido que a su vez odia a Marcelo que por el contrario ama a Nélida que sin dudarlo odia a Silvia que odia profundamente a Soldán que a su vez ama a Tita y a Rímolo que odia profundamente a Silvia, y al listado podría agregarse al menos una veintena de variaciones. El parlamento de lujo, el clímax para el lucimiento, siempre queda reservado para la protagonista: “Ver a Soldán muerto sería mi satisfacción más grande”, dice Silvia en “Intrusos”, y Polino, en “Rumores”, corona con la moraleja que todo melodrama apreciaría: “Los actores fueron; a los Süller los sacamos con fritas”.
La tele de las tardes, industria de fabricación en serie, respeta, en todos los casos, las mismas reglas: agravio y réplica, “loca” que acusa, insulta o revela un secreto, y un eje para la conversación: Silvia. Su “maquinaria del odio” es una rueda que funciona con un mecanismo aceitado, basado en la renovación del stock de referencias (la Rímolo, Guido, mamá,Pata...) y el in crescendo de las imputaciones. Silvia es referida muchas veces por los conductores (Monti, Roccasalvo, Rial, Georgina) mediante algunas metáforas espaciales .-un campo minado, una tierra de nadie– o mediante objetos: una bomba de tiempo, una ametralladora, un acorazado. Las tardes de la TV nunca hablan de las cacerolas, de las asambleas o del corralito (excepto para defender sus premios telefónicos, plata liberada y disponible), pero a Silvia a veces se le escapa una mención: “La Argentina es una mierda”, dijo una tarde.
Orgullosa de ser mala, la Süller no claudica ni con toda la familia en contra. A la tele, claro está, le encantan los villanos, y por eso, a las 14, a las 15, y hasta las 17, para reanudar a la noche con las segundas partes, ella no deja lugar para otra cosa. Su reinado, que reemplazó al reality como tema de conversación, parece ir por más: siempre hay una víctima disponible para el contraataque y la gran familia (la farándula, pero también la suya propia) da tela para cortar. Entre tanto simulacro sensual (el trencito de Monti y la Roccasalvo, los amagues de Rial), Süller es directa: “Lo hice con media Argentina”, dice, y enumera. Ella siempre tiene un nombre en la punta de la lengua, entre buchona y justiciera, un poco para molestar, un poco para adherir a una causa grande. “Yo desnudo la hipocresía”, dice cada vez que tiene ocasión.

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La revista “El paparazzi” de Jorge Rial produce, explota y aumenta el fenómeno.
 
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