ESPECTáCULOS › HECTOR OLIVERA HABLA DE “AY, JUANCITO”, SU NUEVA PELICULA, QUE SE ESTRENA EL PROXIMO JUEVES

“Hacía años que quería filmar el peronismo”

A partir de un guión que escribió junto a José Pablo Feinmann, el director de La Patagonia rebelde exhuma la historia de Juan Duarte, el hermano preferido de Evita y el secretario privado del general Perón, un personaje tangencial a partir del cual se desprende el retrato de toda una época. “Es el ascenso, apogeo y caída de un muchacho de provincia que llega a lo más alto, al corazón del poder”, define Olivera.

 Por Mariano Blejman

Debe ser el único productor y director cinematográfico que pudo colar películas comprometidas entre una camada de productos industriales –con su compañía Aries hizo 36 films de Alberto Olmedo y Jorge Porcel– y que en alguna época llegó a reunir 6 millones de espectadores por año. Esos productos, dijo siempre Olivera, les habían permitido a Adolfo Aristarain, a Fernando Ayala y a él filmar historias propias. Hace cuatro años, para el estreno de Antigua vida mía, dijo que se estaba poniendo mayor y quería hacer una película por año. Por entonces, volvía después de más de un lustro, algo decepcionado por el fracaso comercial de Una sombra ya pronto serás, sobre el libro de Osvaldo Soriano. Pero justamente en el recorrido que dio por España conoció de una testigo directa anécdotas de Juan Duarte, hermano de Eva Duarte. Juancito parecía un personaje a medida de un cine hollywoodense: nació en el interior (provincia de Buenos Aires), vivió el ascenso al poder, el glamour y la riqueza y –con la muerte de Eva– se desbarrancó y murió sospechosamente, después de que Perón le quitó el saludo. Olivera plasmó la historia en Ay, Juancito, que estrena el próximo jueves.
–¿Cómo conoció la historia de Juan Duarte?
–Hacía muchos años quería hacer algo sobre los ’50 y el peronismo. Había hecho una película sobre el Proceso con La noche de los lápices, donde debutó Leonardo Sbaraglia, sobre La Patagonia rebelde... Hice tantas películas. Pero de la primera época de Juan Domingo Perón había poco: apenas Eva Perón, de Juan Carlos Desanzo, y Gatica, el mono, de Leonardo Favio. Sin embargo, no encontraba la forma de encarar el tema. La clave me la dio casualmente Susana Canales, una actriz española que se había fugado de Argentina en esa época, después de recibir el acoso de Juancito.
–¿Susana Canales vive en España, todavía?
–En Madrid. Una tarde, tomamos el té juntos cuando estaba presentando allá Antigua vida mía. Susana me contó que tenía catorce años y cada martes recibía un regalo de un admirador anónimo. Un día su padre Ricardo Canales dijo “basta de regalos”, pero supo que de donde venían los regalos no se podían rechazar. Entonces la envió a España, escapando de Juancito. Volví al país y le dije a José Pablo Feinmann que quería hacer un film sobre Duarte y nos pusimos a investigar.
–¿Por qué no trascendió el personaje?
–Creo que fue olvidado por ser tangencial. De algún modo fue un vehículo perfecto para contar una historia que desde hacía años no me salía. Había hecho comedias y dramas, pero no pude revisar esa época en su intimidad. Salvo Leopoldo Marechal y algún otro, la mayoría de los intelectuales de esa época eran antiperonistas. Aunque en los ’70, muchos razonaban: “Yo estoy con el pueblo, el pueblo está con Perón, yo estoy con Perón”. Era un razonamiento medio raro. El peronismo nació diciendo “Alpargatas sí, libros no”. Clausuró la libertad de prensa, persiguió a los intelectuales; este país tuvo que lidiar con un personalismo que lo impregnó todo. La provincia del Chaco se llamó Presidente Perón; la ciudad de La Plata se rebautizó Eva Perón. Era una dictadura que tuvo una trayectoria de ascenso impresionante hasta el ’52, cuando murió Eva. Nadie podía pensar que Perón tendría que escapar en el ‘55.
–¿Cómo fue la reconstrucción de esa época?
–Se usaron varios edificios que todavía se mantienen, pero la ciudad ha cambiado mucho. Buenos Aires tiene poca memoria, todo cambia bastante. Fue muy difícil la reconstrucción. Usamos la Cancillería, el Palacio Legislativo de la Ciudad, el edificio de La Prensa. El espíritu de los ’50 se mantiene en los despachos presidenciales, por ejemplo, pero no podíamos estar filmando una semana ahí. El Presidente tiene algo que hacer, ¿no? Entonces trasladamos el rodaje al Palacio San Martín, que se mantiene bastante bien. El departamento de Juancito en el film era muy típico de los ’40, pero el Tabarís de los años ’20 no obedece a la realidad. Le dimos otra dimensión.
–¿Qué representa Juan Duarte?
–Juan Duarte es el ascenso, el apogeo y la caída de un muchacho de provincia que llega a lo más alto, que está inserto en el corazón del poder. Accede con la característica de ser un verdadero Don Juan. Fue criado entre mujeres, era incapaz de tener una relación amorosa estable. Siempre tenía varias simultáneas, disfruta de su vida de dandy, tiene caballos de carrera y goza de la impunidad total, pero también se contagia la sífilis. Por otra circunstancia, cae más rápido de lo que subió: encima, era el hermano preferido de Eva y cuñado del general Perón.
–¿Qué hacía usted en esa época?
–Hay algo curioso, una ironía del destino: yo empecé en la década del ’40 como asistente de dirección de la película La gran tentación, de Ernesto Arancibia. Investigando sobre el personaje, descubrimos que Juan Duarte era un gran amante del cine y presidió en 1948 el primer convenio cinematográfico peronista entre los productores y exhibidores, del primer Fondo de Fomento Cinematográfico, con el que, casualmente, filmamos ahora esta película sobre su vida. Hay otra casualidad: las sábanas donde muere Eva Perón en la película eran sábanas reales de Victoria Ocampo, parienta de mi mujer, con quien Eva se llevaba pésimamente. Pues bien, en la ficción terminó prestándole las sábanas para que se muera.
–Sin duda, el vestuarista Horace Lannes tiene un rol fundamental.
–Fue una decisión muy acertada haber llamado a Horace, que es un grande del cine. El tenía ropa que había hecho para los estrenos de las artistas de esa época, como Zully Moreno, Evita, Tita Merello. Cincuenta años después se usaron para reconstruir esa época. Víctor Szlazi, un director de fotografía húngaro que vivía acá, decía que el cine argentino era un señor de frac con alpargatas. En esta película, como diría Szlazi, filmé el frac y evité las alpargatas.
–¿Piensa que van a acusarlo de “gorila”?
–Mire, en una de las notas que encontré, en una vieja revista 3puntos de octubre de 2002, entrevistan a Jorge Antonio, que responde que Juan Duarte le compró tres autos para Elina Colomer, Fanny Navarro y otra chica. El periodista le pregunta cómo pagó los autos. Jorge Antonio responde: “Con los cheques de la Secretaría de la Presidencia”. Esto no lo dice un “gorila”, sino Jorge Antonio. Juancito tenía una gran sensación de impunidad, la misma con la que se manejó María Julia Alsogaray durante el menemismo. María Julia jamás pensó que tendría que rendir cuentas. El peronismo pensaba que iba a durar mil años. Ese primer gobierno tiene mucho del menemismo. Eso de “somos los dueños del país”. Pero creo que Juancito nunca sobresalió como figura porque para el peronismo era un personaje bochornoso y para la oposición era irrelevante.
–¿Cómo llega a su tesis de la muerte de Juancito?
–Había una intermediación grande en el negocio de la carne. En un momento subió el precio, saltó que Juancito estaba en ese negocio, que se provocó un desabastecimiento y se formó una comisión militar para investigarlo. Eva había muerto y Perón no lo recibió más. Sobre la muerte, algunos piensan que se suicidó, otros, como la familia Duarte, cree que Perón lo mandó a matar. Cristina Alvares Rodríguez, creadora del Museo Evita, dice que, para la familia, a Juan lo mataron. Para saber mi tesis, sería mejor ver la película.
–¿Qué rol jugó la Revolución Libertadora?
–Cuando llega la Libertadora tratan de endilgarle todo tipo de chanchullos a Perón. Crean una comisión para investigar la muerte de Juan Duarte. Le mostraron la calavera de Juancito –le cortaron la cabeza para demostrar que no había sido suicido– a Héctor Cámpora, que era amigo de Juan Duarte. Decían que los marinos eran más inteligentes que los militares, porque viajaban, se instruían. Pero era mentira. En esa época hicieron cosas burdas: trucaron fotos donde se lo veía a Perón siendo violado por un campeón de box, el negro Archie Moore. Y por esa época apareció un graffiti: “Puto o ladrón, lo queremos a Perón”.
–Contra el mito no se puede.
–Evidentemente, no se puede.

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Juan Duarte “fue un vehículo perfecto para contar una historia que hacía años no me salía”, dijo Olivera.
“Había hecho comedias y dramas, pero no pude revisar esa época en su intimidad”, señala.
 
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