ESPECTáCULOS › EL CHANGO SPASIUK ABRE UNA NUEVA ETAPA EN LA TRASTIENDA

“No cargo ninguna bandera”“No cargo ninguna bandera”

Además de presentar un documental sobre el disco Polcas demi tierra, el acordeonista misionero presentará en estos shows un formato grupal que deja la electricidad de lado.

 Por Cristian Vitale

Es difícil descubrir si el café le resulta frío, si la silla donde está sentado es dura o si alguna pregunta le incomoda: el Chango Spasiuk –chamamecero, misionero, 48 años– nunca apaga su leve sonrisa ante inconveniencias coyunturales. Es cálido y revela pocos misterios cuando responde; tampoco eleva el tono de voz ni cree portar verdades categóricas. Pero lo cortés, como dicen, no quita lo valiente. “Para nada me interesa pensarlo como algo comercial. Lo pienso como una herramienta de comunicación, de conocimiento”, dice sobre el cortometraje que presentará hoy y el próximo sábado en La Trastienda como parte de sus últimas actuaciones aquí antes de partir a Inglaterra, Alemania, Austria y Holanda con el objeto de internacionalizar, otra vez, sus chamamés crudos.
El corto de 16 minutos es un collage de imágenes, testimonios, paisajes misioneros y shows, relacionados con el disco más exitoso de su carrera (Polcas de mi tierra), que nunca se había podido compaginar... hasta hoy. “Lo estrené el mes pasado en la fiesta del inmigrante en Oberá y provocó buena impresión. Vamos a ver qué pasa aquí”, se entusiasma. La parte musical reflejará un momento bisagra en su trayectoria... el origen de lo que el hombre nacido en Apóstoles define como “una nueva etapa” por dos razones: una es que BMG acaba de reeditar con algunos bonus tracks sus últimos tres discos (La ponzoña, Polcas... y Chamamé crudo), cuyas ediciones originales estaban agotadas o mal distribuidas (“encontrar mis discos era un trabajo de arqueólogo”), y la otra es la presentación del octeto acústico con el que piensa encarar el futuro, cajoneando sus intentonas eléctricas. “Es como una búsqueda hacia la pureza del sonido, de los instrumentos y de sus timbres, pero no quiero llenarla de palabras. Siento que empiezo a comprender la fuerza no como algo muscular sino como propia de música. Me gusta experimentar este sabor, acostumbrarme, ir en esa dirección. Creo que quemé bien mi etapa eléctrica... llegué al límite con Chamamé crudo. Ahora mis necesidades son otras.”
–¿Se puede pensar esas otras necesidades en términos de pureza, introspección o vuelta a las raíces?
–Es que yo no tengo ese conflicto entre vanguardia y tradición. Siento que cargo con las dos cosas. Para mí no son conflictivas, pero la gente tiene lecturas muy confusas de lo que significa realmente cada cosa. Hay lecturas superficiales de esas palabras. Hay muchas cosas entendidas a priori como tradicionales que para mí son vanguardistas, y otras leídas como renovaciones, que yo comparo con un guiso viejo recalentado. Supongo que cuando escuchen al octeto acústico muchos lo van a oír tradicional, pero es necesario ver qué sucede realmente con la instrumentación, con los arreglos, con las composiciones. Yo siempre trato de ser fiel a mis expectativas personales, por fuera del business y el juego del negocio. El momento de la verdad comienza cuando me siento frente al instrumento: cuando somos mi obra y yo.
–Usted pasó casi todos los ’90 sin tocar en Misiones, pero en los últimos años se tomó varias revanchas. ¿Es más exigente el público allí?
–No estoy tan pendiente de dónde soy local o no. Solamente me interesa diferenciar entre la gente que se dispersa o se concentra mientras yo toco. No quiero cargar con eso de ser un representante de la música de mi provincia... mi proyecto es algo personal que si por añadidura ayuda a que se conozca más la música del noroeste, mejor. Pero no quiero cargar con esa bandera.
–Sin embargo, en su último disco el color regional es fuerte. Hay una improvisación dedicada a Isaco Abitbol, un tema llamado A Posadas y un sonido mesopotámico...
–Es que está dentro mío, no quiero ni puedo negarlo. Pero otra cosa es creer que uno es el que mejor sintetiza su lugar. Uno no crece tocando en su casa sino en interacción con gente de otros lares. Hay algo que va y vuelve en la música.
–En esa interacción se cruzaron Divididos, Mimi Maura, La Mississippi y Gieco, entre otros. ¿Cuánto influyó este vaivén en su música?
–Uno no puede ser impermeable a eso, pero lo tomo más como algo extramusical. La conexión se dio a un nivel personal... tocábamos y servía para que mucha gente se sacara el prejuicio del acordeón, por ejemplo.
–¿Qué prejuicio?
–El de tantos jóvenes rockeros que creían que el acordeón era el instrumento del abuelo... nunca hubo en mí una idea de fusión entre chamamé y rock, ni nada parecido. No tomo elementos de Cienfuegos o Divididos para llevar a mi música. Celebro compartir un momento.
–¿Cómo es la recepción de su música en Europa? ¿También hay prejuicios?
–Es lo mismo que ocurre acá cuando toca un grupo extranjero. La diferencia es que nosotros nos hacemos esas preguntas y ellos no. Ocurre así porque crecimos en una sociedad que se ha minimizado en muchos de sus contenidos. Somos un país fragmentado, no sé si por imposición o por propia debilidad, pero, por lo que sea, es necesario aceptar esa ignorancia. Los europeos no tienen prejuicios con el chamamé como tienen algunos acá... no se lo asocia con determinado tipo de gente, oficio o región. Ellos están interesados en el sonido, en la música. Y lo único que vale es hacer un buen concierto. Si no convencés en esos términos pasa algo muy simple: te volvés.

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El Chango acaba de reeditar sus últimos tres discos, casi inconseguibles.
 
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