ESPECTáCULOS

“Soy De la Iglesia, pero no soy creyente”

El director vasco Alex de la Iglesia vino a la Argentina a presentar su última película, Crimen ferpecto, una comedia de un humor negro feroz, que se estrena aquí el próximo domingo, y habla de sexo, religión y sociedad de consumo.

Por Mariano Blejman
Desde Pinamar

Tal vez no valga la pena contar la historia de esta película, sino los motivos profundos que llevaron al excéntrico director Alex de la Iglesia a filmar Crimen ferpecto, que se estrena el domingo 2 de enero de 2005, como para comenzar el año a las carcajadas. El director de El día de la bestia, Perdita Durango y 800 balas es una rara avis del cine español con su humor cínico, sus policiales delirantes, su crítica mordaz a la manera de vivir de la sociedad moderna. De la Iglesia propone un guión donde el vendedor más seductor de un centro comercial asesina sin querer a su jefe de planta, y la única testigo del crimen es una compañera de trabajo que se aprovecha para realizar un chantaje sexual. Pero el modo de chantaje será un escenario para contar sarcásticamente la idea del sucio juego en el que todos estamos metidos en la sociedad de consumo. Rafael, el mejor vendedor que jamás haya existido, nació en un centro comercial, donde se mueve rodeado de lujo, elegancia y buen gusto en el sector de “Señoras”. En la trama, Rafael (Guillermo Toledo) dejará de ser quien es, para ser quien nunca quiso ser.
En conversación con Página/12, Alex de la Iglesia confiesa –aunque ese no es un término de su agrado– que le gusta el rol de “payaso” que se ha construido para los medios, para la televisión e incluso para el mundo del cine: “Pero como todos saben, el payaso usa una careta y esconde su tristeza con una sonrisa pintada”, dice. Esa tristeza parece acumulada en cada uno de los pliegues de ese inmenso cuerpo ágil pero atronador que comprendió que ya no se puede terminar con ese “juego”. Y, aunque intenta acercarse a mundos perfectos, sabe que sólo se trata de un intento. “El mundo real siempre es ferpecto. Siempre hay algo que sale mal, nadie es como debería ser.”
–¿Y cómo deberíamos ser?
–Como los anuncios de la tele. Que muestran un lugar que no existe en ningún lado. El protagonista del film, Rafael, vive en un mundo de mentira y ella, Lourdes, le debe al centro comercial su pecado de ser fea.
–Creo que el momento central de su film es cuando Rafael la golpea y le dice “tú no tienes la culpa de ser fea, pero tienes que aceptarlo. Somos así. Hemos sido educados para admirar la belleza”. ¿En qué se diferencian estos personajes entre sí?
–Ese es un poco el fondo del asunto. Creo que son casi el mismo personaje, en diferentes momentos. El ha sido un guapo de la vida, está destinado a triunfar y su realidad pasa por el centro comercial. Ella sufrió durante años la humillación. Eso le creó un dolor, aunque ella sabía que quería triunfar. No quiere resignarse. El mensaje es que deberíamos quemar los centros comerciales, pero como no me animo a hacerlo en la realidad lo hago en una película.
–¿El centro comercial es el enemigo?
–El enemigo es el juego, el problema más grave es aceptar que el juego existe. El juego de este mundo moderno.
–Entonces, el asunto es romper el juego.
–Es que no hay manera de romper el juego. Cambiar el mundo es absurdo, lo único que podemos hacer es huir o adaptarnos. Hacia el final, Rafael optará por convertirse en Don Antonio, su competidor, protagonista de un mundo mediocre. Lourdes, la fea, sabe que si triunfan los idiotas, ella también puede triunfar. La cuestión es que hay que ser payaso para eso.
–¿Usted se siente en el rol de payaso?
–Sí, me siento que soy un tipo que se dibujó un payaso en la cara. Me va mal conmigo mismo, porque no veo manera de romper el juego y eso es verdaderamente desagradable. Todavía no nos hemos dado cuenta de cómo se puede romper el juego. No tengo soluciones. Aquí no hay un final feliz, porque el final no es feliz. Es como negar la máscara. Un final sin posibilidad de que sea feliz. ¿Cómo se puede evitar el horror? Lo único que puede hacerse es reírse, aunque uno sea un estúpido.
–¿La risa es una forma de responderle al discurso serio?
–Es que el discurso serio no es serio. La seriedad perdió su poder de legitimidad. Lo que pone nervioso es que se le rían al poderoso. La actitud de Cristo es cojonuda. Aquí se dio una visión muy blanda de Cristo. Pero si se lo piensa bien, es un tío que cuando le dan una bofetada, va a poner la otra mejilla. Un profesor de metafísica me decía que su opción es radical. Es el actor más cínico: “Dame otra cabrón”. Si nosotros asumimos eso, lamentamos que el dolor existe y que no hay manera de impedirlo. Podemos mantener una posición seria con la risa.
–Usted también podría proponer que apaguen el infierno.
–Es una buena idea, pero los centros comerciales no se pueden cerrar. El infierno en verdad es el centro comercial. El paraíso se convierte en el infierno, que destruye al paraíso al descubrir que el paraíso es una gran mentira.
–Pero el centro comercial también puede ser el lugar de redención.
–En la película se cita a San Agustín, consciente de la verdad. San Agustín decía que el fuego purifica el alma. Pero es una cita que me inventé para que sonara más creíble. Están jugando conmigo sin ningún tipo de rubor, me piden que esté de acuerdo y lo acepte. La violencia y el temor tiene que estar presente. Pero uno no piensa en todo esto cuando hace la película. Cuando se filma no se teoriza tanto, simplemente se está contando una historia. Recién cuando a uno le preguntan sobre el film se da cuenta de lo que quería decir realmente.
–La idea del juego está también en sus otras películas.
–Es cierto. En El día de la bestia cuando aparece el diablo y dice “esto no es un juego”, aunque es una comedia. En Muertos de risa está entre la comedia y la seriedad, pero cuando contrata a uno que lo golpee y el tipo dice “esto no tiene ni puta gracia”.
–Pero pareciera que el motor del juego es la angustia, que es también el motor del consumo.
–En otros momentos históricos funcionó la idea de que el Paraíso debía estar fuera de la Tierra. Pero en el siglo XX a partir de la llegada de Marx, Freud y Nietzsche, ya no se puede vender esa moda. Ahora, el paraíso debe estar dentro de la Tierra. El asunto era ¿cómo colocarlo? Entonces decidieron que el Paraíso terrenal esté en los anuncios publicitarios. La gente quiere vivir en ese paraíso que no está en ningún lado. Deberíamos escribir algo sobre eso. Ese paraíso inalcanzable está en los shoppings. Donde uno va a rezar es a los centros comerciales, ya no se va a misa los domingos. El cura viene a ser la propia televisión.
–¿Y cómo se llega al cielo entonces?
–El modo de llegar al cielo es ser bueno, pero para ser bueno hay que comprar, es el nuevo objeto religioso. Donde más personas buenas hay en el mundo es en la ciudad de Los Angeles, donde está Hollywood, cuyo nombre viene muy bien al caso. En Los Angeles si te ve un policía caminando te pregunta ¿dónde vas? Te convierte en sospechoso. A todos lados se ingresa en auto. Sin auto seguramente eres un delincuente y además ya no puedes comprar. En los centros comerciales no hay puerta, la entrada real es el parking. Así que no conoces a nadie y es un poco como el paraíso ultraterrenal donde nadie se conoce con nadie.
–¿No quedan espacios para la vida fuera del juego?
–Hay que gritar fuerte, salir a los bares, salir a la noche. Es extraño, pero sobre Crimen ferpecto casi nadie habla de los payasos. Y yo creo que todo el mundo es un poco payaso, aceptamos la moda que nos imponen.
–¿Por qué le gusta mostrar en sus films el dolor físico?
–Es que me gusta que sea físico. En Perdita Durango, en El día de la bestia, en Muertos de risa no quiero que mis personajes se mueran en un tiroteo. Me gusta una pelea: es lo más directo de contar el dolor. Es una forma de mostrar qué nos van a dar de esto cuando bajemos al Infierno.
–¿Y qué le pasa con eso?
–¿Con la religión? Como decía alguien: antes no creía en nada, pero ahora ni eso. El cristianismo es atractivo y así funciona nuestra cabeza. Somos, decimos y tenemos nuestra forma de pensar. Salvando las inmensas distancias que me separan, me siento como Buñuel, que era ateo aunque decía que pensaba en Dios todo el tiempo. En el infierno, en el demonio. Estuvo pensando una película durante mucho tiempo. Contrató actores, armó la producción, pero al momento de rodarla se arrepintió. No la rodó porque le daba miedo.
–Encima, usted, es De la Iglesia.
–Soy De la Iglesia, pero no soy creyente. No estoy preparado para eso, sobre todo si me amenazan con el Infierno.

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