ESPECTáCULOS › MUSICA LEON GIECO, ATTAQUE 77 Y ARBOL PUSIERON CALOR EN GESELL

Canciones con peso propio

Cada uno en lo suyo, León y Attaque demostraron estar unidos por similares compromisos ideológicos. El recuerdo de Cromañón sigue presente, pero la música ganó más protagonismo.

 Por Cristian Vitale

No es de ahora. León Gieco y Attaque 77 conforman una brillante pareja, que puede tener varios hilos de conexión saludables y honestos, pero hay uno que destaca: la idea de que el movimiento de rock patrio –al menos su línea gruesa– es uno y único desde que se originó a fines de los ‘60 hasta hoy, y que tiene, como parte elemental de su expresión, una sensibilidad social que no estaría nada mal que imitara cierta clase política. Es una pena que pocos lo conciban así. El viernes, en la segunda jornada del Gesell Rock, al menos 4 mil de las 10 mil personas presentes dejaron el autocine cuando Ciro Pertusi y compañía abandonaron la escena. El frío que se apoderó del lugar pasando la medianoche no es excusa, tampoco la hora –a la 1.50 de ayer, como estaba previsto, habían tocado las 8 bandas anunciadas–. Fue lamentable ver cómo una buena cantidad de fans de Attaque desaparecían del predio, dándole la espalda al gran León. Prueba de que esos puentes de la memoria que detonó la dictadura entre ambas generaciones aún no pudieron reconstruirse, o al menos cuesta.
Y esto escapa a los músicos en cuestión. No sólo Attaque y Gieco dedicaron dos canciones a los obreros de Zanon (ver aparte), sino que son muchas las conexiones ideológicas que pueden establecerse entre dos estéticas tan distintas. En rigor, minutos antes del éxodo de veinteañeros, Ciro Pertusi ofreció un discurso en absoluta sintonía con los principios siempre vigentes en León. “Estamos contra las propuestas de los gobiernos que tuvimos por décadas, esas que nos hacen vivir muriendo décadas de individualismo y de sálvese quien pueda. Nosotros estamos en otra historia, con ganas de morir viviendo, pero viviendo con todo. Con ganas de disfrutar de la música que hacemos.” El manifiesto y la posterior entonación a capella de Donde las águilas se atreven (“Podrán pasar mil años / verás muchos caer / pero si nos juntamos / no nos van a detener”), sumados al “hijo de puta” colectivo que precedió a la canción que Attaque hizo en honor a Menem (Neo Satán), podrían hacer suponer una continuidad... pero los puentes, como se dijo, aún parecen averiados.
Algo de ese vacío percibió León durante los primeros temas de un repertorio casi totalmente eléctrico, a excepción de Cachito, campeón de Corrientes y Kilómetro 11 de Isaco Abitbol, el Troilo del chamamé. Tal vez molesto con el contexto, primero felicitó con cierta ironía a los que sabían la letra de Orozco; después, con ironía más explícita, aclaró que Aznar no era un verbo, cuando le dio por contar el origen de De igual a igual: “Esta letra la compuse en España, aparecieron dos ‘ilegales’, un colombiano y un ecuatoriano, que no tenían documentos, pero tenían un diario clandestino con un titular maravilloso: ‘Señor Aznar, si usted nos pide que en 15 días nos vayamos, nosotros le pedimos que en 15 días retire todas sus empresas de Latinoamérica’. Aznar es el ex presidente de España, no es un verbo, eh”. Por suerte, el calor y el aguante de los que habían quedado –unos siete mil a esa altura– torcieron el humor de León. Hecha la catarsis, él y el público provocaron un vaivén sensible y enriquecedor: Los Salieris de Charly, Bandidos Rurales, Las madres del amor –con comentario de troglodita policial incluido: ‘claro, cuando matan a los vigilantes éste no dice nada’– y tres clásicos en los que las nuevas generaciones deberían reparar, al menos sólo por reparar: La mamá de Jimmy, La rata Laly y Pensar en nada.
La jornada había comenzado muy temprano –a las 17 con Cabezones– y ya de entrada se percibió que la paranoia y el celo del personal de seguridad habían perdido el rol protagónico de la noche anterior. Estaban los mismos, pero se los notó menos, con lo que el factor mediático del operativo quedó explícito. La noche mantuvo la misma atmósfera de respeto, el mismo ánimo de reflexión y autoconciencia que en el debut, pero con la música ocupando levemente su lugar: al set impecable de Carajo –precedido por Karamelo Santo y Massacre– le siguió otro aún más contundente de Arbol. Enes, Vomitando flores y La vida se han convertido ya en esos que saben todos. Hubo un minuto de silencio por las víctimas de Cromañón –que nadie interrumpió, claro–, y el cierre con JiJiJi a capella, con la compañía de los músicos de Carajo, en una costumbre ya impuesta en los festivales que comparten ambas. Almafuerte, con el crepúsculo en puerta, detonó el autocine con un show concreto, agitado y súper profesional, como acostumbra la banda de Ricardo Iorio. El Otro Yo fue el puente entre la diversidad de la apertura y la comunión que a León y Attaque tanto les cuesta trasladar a cierto público.
Al cierre de esta edición, la gente esperaba el arribo del imprevisible Charly García a escena, mientras los más frescos se divertían con Babasónicos. Para hoy, la ceremonia de cierre está asegurada con Las Pelotas –otra costumbre festivalera–, con vermouth asegurado en manos de La Vela Puerca, Kapanga, Jóvenes Pordioseros y una promesa rosarina: Cielo Razzo.

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Gieco cerró una jornada en la que el operativo de seguridad se mostró menos mediático.
 
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