ESPECTáCULOS › FERNANDO SULICHIN, LAWRENCE BENDER Y ROBERT LANTOS, EXTRAÑOS PRODUCTORES DE HOLLYWOOD

“Sólo hacemos las películas que nos gustan”

Trabajan con Tarantino, Oliver Stone o Cronenberg, entre otros. Estuvieron en el Festival de Mar del Plata, donde ofrecieron una charla en la que contaron increíbles experiencias y anécdotas. El argentino Sulichin confiesa: “Los actores, a veces, son como latas de supermercados”.

Por Mariano Blejman
Desde Mar del Plata

La mesa se llevó a cabo durante el XX Festival de Mar del Plata, pero por algún motivo vinculado al azar, pocos asistieron al encuentro de tres titanes del mundo del cine, que jamás aparecen delante de la cámara. Eran los productores de Oliver Stone, Quentin Tarantino y David Cronenberg. Uno de ellos es argentino: Fernando Sulichin comenzó trabajando con Spike Lee y siguió con el excéntrico Oliver Stone en varias de sus últimas películas (Fidel y Alexander). Lawrence Bender produjo Kill Bill, Pulp Fiction, Perros de la calle (todas de Tarantino) y Good will Writting de Gus Van Sant, entre muchas otras. Robert Lantos, además de ser jurado del festival, produjo Conociendo a Julia de Istvan Szabó, Crash de David Cronenberg y Ararat, entre otras. Página/12 recogió sus imperdibles testimonios.
–¿Cómo deciden qué película van a producir?
Fernando Sulichin: –Trabajo con pelis que me gustan. Siempre me pregunto si vale la pena gastar de dos a cuatro años de mi vida en un proyecto que va a redituar económicamente pero sólo eso. Prefiero producir con gente que me gusta como filma, como David Cronenberg.
Lawrence Bender: –No existe un camino para aprender a ser productor. Este trabajo se va haciendo al andar.
–Tarantino dijo que tenía dinero para no trabajar más. ¿Eso le afecta directamente?
L.B.: –Es bueno que Tarantino haya hecho dinero, que todos hayamos hecho dinero. Pero lo que nos gusta es hacer películas. Es difícil, es un trabajo que lleva mucho tiempo. Filmar es apenas una parte de hacer una película. Pero es cierto que ahora hacemos sólo los films que nos gustan.
–¿Pero qué les interesa particularmente?
F.S.: –Lo más importante es que tenga una historia atractiva. Si la historia es rebuscada, complicada, tormentosa, si no es buena la trama, la película no va a funcionar. Me gustaría hacer una comedia, pero no me llegan comedias bien contadas. También querría hacer historias políticas.
R.L.: –Busco films que ayuden a entender el estado de mi alma. El tema y la historia es importante. Ararat sobre el genocidio armenio, Conociendo a Julia o Where the Truth Lies no son necesariamente importantes. Pero me dio mucho placer hacerlas. Valen la pena como historias originales, aunque otros estudios en Hollywood no las podrían hacer.
L.B.: –Me apasionan los grandes personajes. Una película que estimulo a ver es Voces inocentes de Luis Mandoki. Tiene un gran personaje, una gran historia. Me gusta trabajar con directores importantes, que posean una visión diferente. Pero soy consciente de que Hollywood tiene una audiencia masiva, una llegada masiva. Una buena historia, un thriller, una comedia, tienen que llegar al gran público.
–¿Cómo surgen sus proyectos más riesgosos?
R.L.: –Una vez fui a presentar una película de Atom Egoyan en Armenia, y había unas dos mil personas. Venía de filmar Diáspora, una historia de judíos húngaros. Le dije al público que quería hacer una película con Egoyan y hubo una reacción increíble. Después, casi me mato. Pero no podía escaparle. Diez meses más tarde comenzamos la preproducción, e hicimos un rodaje de diez semanas. Terminamos para presentarla en Cannes. Aunque la financiación no suele ser fácil para estos proyectos, en este caso sí lo fue. Porque vendí mi sociedad, con la condición de que quien la comprara financiaría mis próximas cuatro películas, y Ararat fue una de ellas.
–¿Qué porcentajes sobre los costos totales asignan a la preproducción?
F.S.: –Algunas veces hice preproducciones de siete meses y rodajes de veinte días, no hay una fórmula mágica. Con Alexander teníamos que conseguir 250 millones de euros y rodar en tres continentes. Además, en ese momento, había tres proyectos, uno de Martin Scorsese y otro de Oliver Stone, donde yo estaba embarcado. Había que llegar primero, porque losotros dos se morían con el primero. Conseguimos hacer una coproducción franco-alemana-inglesa, y conseguimos 40 millones de euros en subsidios –como acá en San Luis, pero a gran escala (risas)–. Fue una locura total.
–¿Cómo contemplan a las celebrities en el presupuesto?
F.S.: –Los actores, a veces, son como latas de supermercados. No son mejores personas porque sean actores.
R.L.: –Siempre digo que es estúpido invertir dinero en tu propia película. Es un principio que debería respetar aún más. Es una filosofía que cada tanto interrumpo. Cuando no puedo conseguir coproducir con Inglaterra, Canadá o Australia, entonces hago una cosa loca, emito un cheque y juro que es la última vez que lo voy a hacer en mi vida. Y lo digo aquí, públicamente, no voy a hacerlo nunca más.
–¿Por qué toman productos riesgosos?
F.S.: –Ustedes se preguntan por qué perdí el pelo. (N.d.R.: Sulichin es calvo). La primera vez produje para Spike Lee, quien vino y me dijo “quiero filmar dentro de la Meca”. Y yo, como buen argentino, le dije: “La Meca, no hay problema, mañana”. Ese fue el comienzo de mi adicción al suicidio vía film. O viene el proyecto de Alexander y Stone me dice “vamos a usar 150 caballos en Tailandia” y yo digo “vamos”. Es realmente una locura. Una vez Stone me dijo que quería hacer una entrevista con Arafat. Estuve varios meses negociando y cuando logré sentarlo frente a Arafat, lo primero que Stone dijo fue: “Estamos aquí, porque queremos hacer una serie sobre dictadores...”. Arafat nos echó y nos quedamos en Palestina, y estando allí se desató un conflicto armado tremendo.
R.L.: –Mi primera producción costó cincuenta mil dólares en Québec, en 1976. Fue bastante caótica. El director Gilles Carle tenía 57 años y la novia tan sólo 24 y era la protagonista del film El ángel y la mujer. La noche antes de comenzar a rodar, en una cabaña nevada de Canadá, la actriz se fue a dormir y cuando el director llegó a su habitación encontró que su novia no estaba. Estaba en la pieza del actor, e imagínense lo que sucedió. El director quería romper la puerta, quería matar al actor. Al otro día, la primera escena era de amor. Así que no la pudimos filmar, pero tuve que convencer a todos de que se quedaran rodando. La escena de amor la hicimos recién al final y le tuvimos que pedir al director que se fuera del set. Y la actriz lo dirigió. Ahora, la actriz Carole Laure y el actor todavía viven juntos, tuvieron dos hijos y todo. Ese fue mi bautismo.
L.B.: –Kill Bill fue lo más grande que tuve que filmar. Ana y el rey de Andy Tennant también fue grande: se hizo en Malasia con gente de veinte países, era como una Segunda Guerra Mundial. En el set estaban la mafia china, la de Malasia y Taiwan. Les sacaban la plata a los trabajadores.
–¿No se sienten directores frustrados?
F.S.: –Antes de producción, estudié arquitectura. Aparecí en el cine casi por casualidad. Además, en esta profesión no hay tiempo para pensar sobre la vida. (N.d.R.: el resto de los productores permanece en silencio.)

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Lawrence Bender, productor de Quentin Tarantino.
 
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