ESPECTáCULOS › SE ESTRENO EN SAN MARTIN DE LOS ANDES
EL DOCUMENTAL “MAPUCHE, NACION QUE VUELVE”

Un viaje en imágenes de miles de años

En el cine Amancay se encontraron turistas curiosos, militantes, funcionarios, periodistas y los propios protagonistas del film dirigido por Pablo García. Para todos fue una experiencia inolvidable, que ayuda a conocer la vida y la lucha que afrontan los pueblos originarios.

 Por Cristian Vitale

Entre montañas oscuras y heladas, un centenar de mapuches se reúne en torno de la única luz en kilómetros, que provee la escuela intercultural enclavada en el corazón de la comunidad Kuruwinca. Alrededor hay bosques, nieve en lo alto y mucho barro. No se escucha un solo ruido en el paraje Paylamenuko, apenas el correr del agua en los arroyos o algún gallo de amanecer. Son las seis de la mañana y alguien da la orden de iniciar la marcha por un camino angosto, serpenteado y húmedo hacia el newen, el centro de energía del lugar. La caravana tiene un aura misteriosa, atemporal; hay niñitos, mujeres, ancianos; las nubes púrpuras presagian lluvia y el fin inmediato es llegar donde está la fogata para caminar alrededor de ella, en sentido antihorario: está por comenzar el milenario Wiñoy Xipantu o Año Nuevo Mapuche y el frío hiela. “El no mapuche dice que va a relacionarse a la iglesia con un dios; nosotros decimos que nos relacionamos con la fuerza de la tierra, el lago, el sol, la piedra y la nieve”, explica Mirtha, una werken de ojos dulces y serenos, que concatena una serie de actividades múltiples sin perder la paciencia nunca. En verdad, Wiñoy Xipantu significa “la luz del sol que vuelve”, porque los pueblos originarios del sur despiden el día más corto del año, la bisagra que marca un nuevo ciclo de la naturaleza, de la vida y esperan que se active la fertilidad del suelo.
Como mostrará después, esa misma noche del 24 de junio, el documental Mapuche, Nación que vuelve, durante su estreno en el cine Amancay de San Martín de los Andes, el rito refuerza la cosmovisión del hombre como parte de la naturaleza que los pueblos aborígenes conservan desde siempre. Antes del sol, los longkos –jefes de comunidad– se colocan en semicírculo esperando su salida tras las montañas; esparcen trigo sobre la tierra y clavan banderas en tres cañas de colihue; una música envolvente, a veces arrítmica, emanada por el kultrum, la pifilca y la tutruca (instrumento similar al erke norteño) y la voz de una mujer que parece provenir de la inmensidad, acompañan el rito, hipnotizan, agregan enigmas en los poquísimos no mapuches, a los que se les permite asistir a esa hora. “Fue todo un trabajo de conocimiento, de entrar por otro lugar, de adecuarnos a sus ritmos cotidianos, a su paciencia. Por eso nos permiten estar acá”, explica Pablo García, el director. Doce horas después, discursos políticos y gran asado gran mediante, cuatro niños bailan choike –danza del avestruz–, la claridad cae y el pueblo mapuche se compromete a bajar a la ciudad con el objeto de asistir a la proyección de la película, a ver de qué manera tres arriesgados realizadores (el mismo García, más Juan Riggirozzi y Martín Monzón) lograron sintetizar la esencia de una cultura milenaria en apenas 65 minutos.
“¿Qué pasa con esta película?, no se puede creer”. La chica de la boletería del Amancay, un cine coqueto, cubierto de maderas coloridas como casi todas las construcciones de la ciudad, se siente desbordada por el éxito popular del estreno. Asisten turistas curiosos, militantes, funcionarios, periodistas, vecinos antirroquistas de San Martín y alrededores, mapuches y la primera función, por repleta, termina en momentos de tensión entre acomodadores, vigilantes y los mismos realizadores, que evitan aplicar el bendito derecho de admisión y permanencia. Todo el mundo tiene que ver el documental que decidieron estrenar junto a los mismísimos protagonistas, antes de caer en el cruel circuito de Capital, ante ojos tal vez más extraños. “La idea fue juntar en una sala dos cosmovisiones, dos filosofías de toda una sociedad”, explica Monzón. La tensión se resuelve con otra función –lo mismo pasará al otro día– y un revuelo de ideas necesario, que concluirá en un debate enriquecedor entre protagonistas y público como experiencia comunicativa. Hay un pueblo que, como excepción, se siente respetado por el otro y se emociona. “Ellos han podido ver algo que nosotros necesitamos y que los jóvenes de nuestras comunidades deben aprovechar, porque nos miran bien. Estoy muy emocionado”, dirá Carlos, la máxima autoridad del lof Kurruwinca, al analizar la película.
Un derrotero de imágenes, secuencias y diálogos logran instalar nítidamente las injusticias que el pueblo mapuche sufre, al menos, desde que Julio Argentino Roca concretó la vieja idea de exterminarlos para dejar la Patagonia al libre arbitrio de hacendados y estancieros británicos, finalizando el siglo XIX. Además de registrar imágenes del Wiñay Xipantu del año pasado, estos tres aventureros militantes de la imagen lograron sumergirse en la racionalidad política y social de una cultura, que históricamente se cerró al blanco como una forma de resistencia y autoconservación. Uno de los momentos más oscuros y tristes del documental, en efecto, transcurre cuando Lucía, pillancuse (autoridad filosófica) del lof Salazar, narra de qué manera ellos, como pueblo, debieron ocultar durante decenios sus ritos al huinca (blanco) para no ser exterminados. “Si nos entendían, nos mataban”, expresa, en tono sereno, esta anciana que puebla de misticismo el film. Hay otros momentos que son más enérgicos y calientes, que muestran a un pueblo vivo y luchando, que los muestra al grito combativo de “Diez veces venceremos”, en conexión con la denuncia que Osvaldo Bayer hace cuando exige quitar el monumento a Roca en Diagonal Sur: “Ese que permitió que los blancos les arrancaran los hijos a sus madres para regalarlos, después de haber sometido y exterminado a su gente”.
Una hora de cine, con compromiso, humilde y sin prejuicios, es una herramienta indispensable para deconstruir lo que una educación oficial pretendió instalar hasta no hace mucho tiempo en el imaginario colectivo de muchos argentinos. El pueblo mapuche hoy sigue actuando como parte de la naturaleza. Se resiste con pintadas, cortes de ruta, movilizaciones que son reprimidas; libra una batalla en varios frentes: en esa zona específica contra la lógica del beneficio y la acumulación que persiguen grandes empresarios al explotar el farandulesco cerro Chapelco sin medir el impacto ambiental, la contaminación de los arroyos que provoca esa estructura. “Si ellos siguen actuando, nos vamos a quedar sin bosque”, sostiene Roberto Nancucheo, de la Coordinadora de organizaciones mapuches de Neuquén; en todo el sur colonizado en pro de recuperar tierras que naturalmente les corresponden como pueblos preexistentes al Estado, como indica la Constitución Nacional; y en términos de reconocimiento de una identidad. “Nosotros no somos campesinos y pobres, como nos dicen, somos un pueblo originario, un pueblo nación, que no busca la autonomía total sino un grado de interacción cultural que nos ayude a convivir con otras culturas, mientras protegemos la nuestra”. Un ejemplo actual de interrelación ancla en el complejo manejo en el que aborígenes y gente de Parques Nacionales confluyen ante la amenaza “muy fuerte”, según Roberto, de que se privaticen las áreas de esos parques. Es muy claro en este sentido cuando, en otra de las secuencias formadoras del documental, Mirtha, la werkwen, habla de colonización vegetal usando otras palabras. “Traen pinos importados y los reemplazan por plantas originarias bellas, que nosotros usamos como medicinales. La naturaleza está pidiendo auxilio y no nos están escuchando”.
La norma que regula a la sociedad mapuche es la palabra. “La persona vale lo que dice su palabra”, enuncia el longko Elía, del lof Gramajo de Zapala. Y la palabra es lo que, en última instancia, rescata Mapuches, Nación que vuelve. Lo que esencializa. Lo mismo que durante el acto político en medio del Winay Xipantu –al que sí puede ir cualquiera– se denuncia por parte de las autoridades mapuches, medio en catellano, medio en mapuzungun: “Hay gente que no cumple con su palabra, que con tanta tecnología no sabe ni siquiera proteger lo que tiene que proteger para que vivan sus familias. No les interesa eso sino las ambiciones: si pueden poner una torre encima de su madre, lo van a hacer. Nosotros, jamás. En sus escuelas les dijeron que el indio era el salvaje, pero los salvajes son ellos”, mientras el diez veces venceremos se apodera nuevamente de la escena y más de 300 mil mapuches lo agradecen desde puntos más lejanos e impenetrables.

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La película Mapuche, Nación que vuelve, sintetiza la esencia de una cultura milenaria en 65 minutos.
 
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