ESPECTáCULOS

Un Torito armado con fragmentos

El cineasta y artista plástico Edmund Valladares apela a la técnica del collage para recrear la vida del legendario boxeador.

 Por Horacio Bernades

Nacido en 1900 de una familia humildísima y fallecido de tuberculosis en 1938, el ascenso y caída de Justo Suárez, El torito de Mataderos, habían inspirado ya un famoso cuento de Julio Cortázar. Ahora es el cineasta y artista plástico Edmund Valladares –quien en su película más conocida, Nosotros los monos (1968), se había acercado ya al mundo del boxeo– el que le rinde homenaje, a través de una película hecha a puro pulmón y a lo largo de cuatro largos años. Ambiciosa en su intención de condensar en la figura del Torito la suerte de los pobres en tiempos en los que la Argentina era sólo para los ricos, y lanzada a una serie de experimentaciones formales y estructurales audaces en los papeles, en los hechos I love you ... Torito resulta un naufragio, más por razones estéticas que de medios económicos.
Tal vez su formación de artista plástico haya sugerido a Valladares la idea de contar su versión de la vida del boxeador (y de la historia argentina de aquellos años) mediante un collage cinematográfico constituido por fragmentos documentales, reconstrucciones dramáticas, distintas voces narrativas, locución en off y un espacio teatral en el que se representa un puñado de sainetes. Salvando las distancias en todo sentido, la premisa es semejante a la de Hitler, un film de Alemania, el monumento cinematográfico en el que Hans-Jürgen Syberberg reconstruía, mediante un patchwork semejante, la figura del Führer, su carácter mítico y la entera historia alemana. Claro que Syberberg se tomaba el trabajo de hacer dialogar tan heterogéneos materiales y puntos de vista, creando un universo de absoluta organicidad a partir de lo disperso. Valladares, en cambio, se limita a poner los diversos elementos uno al lado del otro, haciendo de la película una suma de compartimentos estancos que jamás entran en relación.
Sometidos al proceso de color conocido como “solarización” –que da imágenes más abstractas que figurativas–, los materiales de archivo que documentan la vida argentina de aquellos años (el fraude electoral, el ascenso de Yrigoyen, la semana trágica, el golpe de Uriburu) se intercalan con fotos y filmaciones de la vida y la carrera de Justo Suárez, que transcriben su meteórico ascenso y su llegada hasta las puertas mismas de la gloria deportiva, al pelear en esa Meca del box que siempre fueron los Estados Unidos. A intervalos más o menos regulares, un grupo de actores dan vida al Torito y sus allegados, así como a distintos fragmentos de sainetes escritos por el propio autor, en los que se alude a la figura protagónica y a la vida política de aquellos años.
A falta de una conexión dramática entre estos materiales dispersos, un relato en off lineal y expositivo –que Víctor Laplace recita como si estuviera ante un auditorio escolar– tiene a su cargo darles una amalgama al menos ideológica, que hace del golpeador de Mataderos poco menos que un héroe nacional y popular, en lucha contra los bíceps más granados del Imperio. De resultas de este esquema político-ideológico, la figura misma del boxeador no llega a aparecer ni de modo fragmentario, asomando en su lugar una tesis, que por lo demás no se caracteriza por su originalidad ni consistencia.

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Justo Suárez, “El torito de Mataderos”, y su mujer Pilar, en una foto que sobrevivió al tiempo.
 
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