ESPECTáCULOS › LA SITUACION DE LA INDUSTRIA DEL DISCO, LAS PRODUCTORAS Y LAS DISQUERIAS ANTE
LA VASTEDAD DE LA CRISIS ECONOMICA

La música en la Argentina también ha sido devaluada

Una recorrida por distintas vertientes de la industria permite comprobar que la devaluación llegó para rematar a un mercado casi destruido. Hay coincidencia en que subir hoy los precios de entradas y discos es imposible.

Por Fernando D’Addario

Pasadas las 15 hs., cuatro personas se movían con curiosidad resignada entre las bateas del Musimundo de Corrientes al 1700. Sí, el mismo que fue saqueado hace mucho tiempo, cuando el Presidente era Fernando de la Rúa. Los cuatro se fueron sin comprar ni preguntar. Casi enfrente, en Zival’s, se podían contar sólo tres potenciales compradores, que privilegiaron la precaria sanidad de sus finanzas por sobre la tentación de llevarse, por ejemplo, un Sketches of Spain, de Miles Davis, a 13 pesos. En El Atril, disquería especializada enclavada en la librería Gandhi, no había nadie. En Constitución, Lima y Pavón, negocio de usados, un cliente, después de mucho revolver (en las bateas y en sus bolsillos) pagó 1 $ (0,60 dólar, al cambio oficial de ayer) por un compilado de música cuartetera. A unos metros, un par de adolescentes, algo tumbados, intentaban convencer a un comerciante para que les comprara una “bolsa de discos”. O en su defecto un minicomponente. O una procesadora. Por la actitud de los chicos y la cara de pánico del comerciante, podría intuirse que la múltiple propuesta estuvo a punto de sintetizarse en un asalto a mano armada.
La malaria y la incertidumbre actúan como buenos aliados para concluir en la parálisis de la industria musical en todas sus variantes. Un negocio exhausto que sobrevive por inercia, sin saber muy bien a qué atenerse. La devaluación del peso se impone como una preocupación a futuro. El presente es lo que se ve. Los afiches en la calle anuncian un megashow de Roger Waters para el 7 de marzo, en la cancha de Vélez. Se vislumbra como un incierto remezón de épocas mejores, que pronto serán lejanas. El ex Pink Floyd ya cobró por adelantado (antes de las restricciones bancarias) una parte de su cachet en dólares, y los organizadores aseguran que el recital se hará. Están estudiando la manera de que la fluctuación cambiaria afecte lo menos posible el precio de las entradas. Por ahora, se habla de un aumento de un 10 por ciento.
En la Rock and Pop dicen que será un año de “apuesta por las producciones nacionales”. En el rubro visitas, hasta el momento sólo se anota la banda de ñü metal Korn, que actuaría el 6 de marzo en el Luna Park. Los demás proyectos internacionales fueron frenados. El productor Lucio Alfiz, dedicado preferentemente a la música popular, señala que recién se pondrá a pensar en la temporada 2002 cuando esté seguro de que les puede pagar a los artistas. “Todavía no le pude pagar a Caetano Veloso, porque no está permitido girar dinero al exterior. Hice gestiones, presentaciones, pero nada. Caetano me conoce, sabe que le voy a pagar, pero cómo voy a prever lo que puede venir si ni siquiera sé si tendré que trabajar con el dólar de exportación o el del mercado negro. Teníamos pensado traer a Pablo Milanés y a Luis Eduardo Aute, pero dejamos todo en suspenso. ¿Subir el precio de las entradas? No... ¿quién va a venir? No sólo hay que subirlas, sino hay que bajarlas.”
Algunas empresas top intentarán producir espectáculos de artistas nacionales en el exterior. A tono con los nuevos tiempos, la exportación sería, también en el rubro musical, el último intento de supervivencia. Se trata, claro, de otro país. En 1993, en el apogeo de la fiesta convertible, pisaron los escenarios argentinos los siguientes artistas: Duran Duran, Metallica, Guns N’Roses, Peter Gabriel, Madonna, Bon Jovi, Paul McCartney, Red Hot Chili Peppers, Simply Red, Paralamas, EMF, Midnight Oil, Robert Cray, Koko Taylor, Emerson, Lake & Palmer, Motorhead, Toto, Ziggy Marley, Anthrax, los Ramones, Poison, Iggy Pop, Festival Reggae Sunsplash, Jethro Tull, Living Colour, Pantera y B. B. King, entre otros. Una fiesta. ¿Una fiesta?
Aquel primer lustro de los 90 fue, también, el período testigo de la explosión de Musimundo. La clase media renovó su sentido de pertenencia social a partir de la reconversión de su discoteca, desde entonces digital. Hoy Musimundo, en manos del Exxel Group, está en convocatoria de acreedores. Tower Records, que fue un fracaso en tiempos del uno a uno, fue comprada por una sociedad encabezada por Mario Pergolini que pelea por reflotar la cadena. Las ventas globales de discos en la Argentina bajaron un 40 por ciento con respecto a 2000, temporada en la que, a su vez, se había registrado una disminución del 37 por ciento en relación con 1999. Sólo Paraguay experimentó un descenso similar en Latinoamérica. Las compañías discográficas multinacionales instaladas en la Argentina están (unas más, otras menos) cerca de la quiebra. Algunas barajaron, inclusive, la posibilidad de irse del país. Después de haber participado activamente de la fiesta, y ya en tiempos de incipiente recesión, abarrotaron de mercadería a Musimundo, que empezó a no vender y empezó a no pagar. Como el catálogo que maneja Musimundo no depende tanto de la importación, los precios se mantienen estables. Difícilmente un cd supere los 20 $. A excepción de los discos de Los Redonditos de Ricota, una banda que tiene su base de sustentación en los barrios de Buenos Aires y alrededores, pero vende sus producciones a precio de París o Londres.
Fernando Laviz, uno de los propietarios de Zival’s, debe asumir la doble condición de disquero y distribuidor. Venden cd nacionales e importados y a su vez distribuyen a otras disquerías más chicas. Su target musical está orientado a un nivel sociocultural medio y alto. “Nos pasa una cosa increíble: como importamos, les debemos dólares a quienes nos venden, pero a nosotros los que nos compran nos deben pesos. Y además, no podemos remarcar, porque nos quedaríamos sin clientes.” El perfil del comprador de Zival’s (del mismo modo que el de los frecuentadores de “cuevas” especializadas) deberá adaptarse a las circunstancias. Esto es: para conseguir el último disco del africano Salif Keita será mucho más fácil viajar a Francia. “Tendremos que aguzar el ingenio”, propone Laviz, consciente del panorama. Es que a la industria, en general, le resultará difícil mantener el actual sistema de precios. Hasta la cajita de plástico de los cd se fabrica en el exterior, el laminado del disco también es importado, y así sucesivamente. Sólo se podrá bajar el “costo argentino”, eufemismo para garantizar despidos de trabajadores y/o rebajas en las regalías de los músicos.
La crisis, de todos modos, es democrática. No se salva nadie. Frente al caos, los poderosos y los débiles intentan, cada cual a su manera, reagruparse, fortificar posiciones para amortiguar la debacle. Por ejemplo, las compañías multinacionales Sony, BMG y EMI ensayarán una fusión, en principio restringida a cuestiones operativas y logísticas. Las casas matrices sostienen que así como está la situación, mantener sus filiales en Buenos Aires resulta inviable. Esta unión, que le debe más al espanto que a otra cosa, les permitiría “tirar” un poco más. Warner está cerrada por vacaciones. De Universal sólo quedan los recuerdos de los tiempos en que parecía querer arrasar con el mercado discográfico argentino.
Las pymes, en tanto, ensayan otras estrategias de supervivencia. Siete sellos independientes (Acqua, Ultrapop, Los años luz, Pretal, La Pirada y Fogón) se agruparon en PIFIA (Productores Independientes Fonográficos de la Inmensa Argentina), una sigla y una idea alusivas al errático rumbo del país. Desde su pequeño lugar buscarán preservar su perfil, más ligado a lo artesanal que a la producción en serie. “Acá se bastardeó el consumo cultural. Hubo un momento en que la compra de cd se parecía a la avidez por comprarse la 4x4. Eso era ficticio. Se tenía que caer y se cayó. Lo malo es que nos arrastró a todos. Pero esta última crisis ya llegó sobre un mercado destruido”, dice Javier Tenembaum, responsable de Los Años Luz y uno de los dueños de El Atril. “Soy superpesimista con respecto al país, pero en medio del desastre, podemos hacer con menos, más. Acá no se vende nada, y al mismo tiempo, el material que trabajamos nosotros (por ejemplo Axel Krygier y Kevin Johansen) es muy pedido en Europa. Si hubiera una verdadera política de industria cultural, podría mejorar la situación.”
En los márgenes de la situación que sufren las multinacionales y PIFIA, se verifica otra realidad: en los trenes suburbanos, en las grandes terminales, en los parques, quienes viven del pirateo de discos también pierden. “Yo voy a tener que volver a vender latas de gaseosas”, dice Luis, un hombre de unos 40 años que arrastra una valija llena de discos, entre las estaciones Ezpeleta y Berazategui, del Ferrocarril Roca. Sus combos son tentadores: tres discos por diez pesos, o uno por cuatro. También pueden ser cuatro por diez, o uno por tres. “Ya nos dijeron que los cd vírgenes que estaban a 1,20 ahora se van a ir a 1,60. Si la gente no nos compra ahora, ¿quién va a andar gastando guita en un disco si no tiene para comer?” Las grandes compañías discográficas encuentran en la piratería a su principal enemigo. En el primer mundo también, pero allí, los “terroristas” informáticos bajan la música por MP3. No es el caso de Luis. Después de haber lidiado durante casi dos años con inspectores, policías, ladrones y clientes que regatean hasta lo imposible, descubrió que la música, también para él, dejó de ser negocio.

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Musimundo, años atrás un emblema del fervor consumista, está hoy vacío, y en convocatoria de acreedores.
 
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