ESPECTáCULOS › JORGE GUINZBURG DEBUTA ESTA NOCHE EN TELEFE CON EL PROGRAMA “EL LEGADO”.

“Todavía no sé cómo pagaremos los premios”

El primero de los dos programas que el animador conducirá esta temporada en el canal líder en las mediciones se suma a la ola de envíos de preguntas y respuestas con recompensas en efectivo. Página/12 participó de un ensayo de su mecánica.

Por Julián Gorodischer

La fantasía de llenarse de plata, el gran batacazo, desaparece, de a poco, del imaginario argentino. Para cierta gente queda una esperanza: que la tele provea, y mucho. La vertiente local del gran sueño americano sobrevive en los programas de preguntas y respuestas. El aluvión se anota en “El legado” (el nuevo programa de Jorge Guinzburg, que comienza el próximo hoy en Telefé) porque se imagina poseedor de esos doce mil pesos que el ciclo entregará en cada uno de sus dos capítulos semanales de los martes y jueves a las 23. Doce rondas de preguntas de cultura general, ese último bastión para jugarse el status, conducen al premio o a la nada. Pero queda una incógnita, y se la plantea el propio Guinzburg durante un ensayo general del programa, en los estudios Teleinde, en Martínez: “Todavía no sé cómo pagaremos los premios: el canal no cuenta con tanto efectivo”.
En “El legado” –según se ve en este ensayo, con periodistas de espectáculos en rol de participantes– no se busca un especialista del tipo “Tiempo de siembra”, ni tampoco un conocedor profundo como el que pretendieron consagrar otros ciclos como “Audacia” o “¿Quién quiere ser millonario”. En otros tiempos, el programa de preguntas y respuestas, tipo “Odol Pregunta” era una feria de eruditos: el premio era el justo reconocimiento a un saber cultivado por años, a una afición que se demostró dominar, a una preocupación por estar al día. Eso es historia antigua: la nueva era de concursos pretende otra cercanía.
“El legado” (como “Pasapalabra”, con Claribel Medina, “Tres por tres”, con Héctor Larrea, y el reciente “Números rojos”, con Horacio Cabak) alientan la participación masiva. La crisis extingue la galería de sabelotodos para convertir al concurso en un servicio. Entonces, la dificultad disminuye, la exigencia se afloja, y “El legado” –en este caso– plantea enigmas renovados: la verdad o falsedad de una definición de diccionario, la letra de un estribillo de una canción famosa, las últimas noticias de los diarios de hoy. “Usted también puede hacerlo”, expresa “El legado”, en cada ronda de preguntas, y Guinzburg asume que en esa facilidad reside el entusiasmo que pueda llegar a provocar desde esta noche.
“En la casa, la gente se engancha si piensa que puede jugar y ganar. Si puede hacerlo, el programa le interesa, y no importa en qué canal esté: lo mira”, dice. “El legado”, o el ensayo de “El legado”, es dinámico y responde a todos los cánones clásicos del género. No tienen vocación innovadora ni su escenografía circular para doce participantes, ni sus rondas aceleradas con cinco segundos para acertar un dato de historia argentina, geografía universal o actualidad política. En sus momentos blandos, sus rondas más activas, Guinzburg pedirá a los participantes que canten para la sección un poco de ritmo, y si todo va bien seguirán en carrera.
Los que no acierten dos preguntas seguidas, serán iluminados por un potente reflector amarillo y luego invitados a retirarse. Antes de la exclusión –un tópico que vuelve, por estos días, desde que los reality shows lo hicieron hegemónico– el perdedor podrá elegir un compañero para legar su monto acumulado. Sólo que ese elegido deberá contestar una última consigna que, de no acertarse, motivará su propia exclusión y dará una nueva chance al que lo había seleccionado. Sobre el final, cuando sólo queden dos concursantes, un rápido ping pong decidirá al ganador del pozo. En el medio, como para marcar algo de estilo personal y convertirlo en un programa propio, Guinzburg intentará matizar con bromas y chicaneo.
En “El legado”, cada ronda es diferente a la anterior y tiene una mecánica dinámica, afirma el conductor. “No es como en otros programas depreguntas que son iguales desde el principio al final. Traté de encontrar espacios para incorporar el humor porque si no logro que el formato tenga que ver conmigo, no me interesa. Quiero darle mi personalidad, mis características, y creo que voy a poder jugar con los doce participantes, y chicanearlos como hacía con los entrevistados de “La biblia y el calefón”.”
Además de promover ese saber general que el buen ciudadano debería tener, el programa se entusiasma con una variable relativamente novedosa para el género, que “Codicia” (luego “Audacia”) hizo aceptable en la televisión. El participante deberá demostrar, como allí, qué tipo de vínculo establece con la plata. Si elige sólo lo mío o pretende todo, si es ambicioso para acumular o se conforma con ir ganando paso a paso. Ese conteo, ese deslumbramiento por la acumulación y el billete adquieren novedoso dramatismo en tiempos de corralito, desempleo y retraso en los salarios. La tele se obsesiona con los pesos que no se ven en la calle, y “El legado”, y su convocatoria masiva, según Guinzburg, se vuelven un testimonio de estos tiempos.
“Estoy muy sorprendido por el estado del país”, dice el conductor: “Además de la tocada de culo del corralito, ahora estrangulan más la plata. ¿Por qué hacen lo que hacen? Yo no le veo racionalidad. Estoy enojado. Y creo que es irresponsable de parte del presidente decir que “va a correr mucha sangre”. ¿Está tratando de asustarnos?”. Para el final, no está previsto el plano de la alegría del ganador ni el saludo hasta la próxima entrega de Guinzburg. Caen cientos de billetes (¿falsos?) desde el cielo, llenan el estudio, y se los puede ver de a muchos, cubriéndolo todo, mientras suena la música y aparecen los títulos. El cierre del programa, o de su ensayo, toma ribetes fantásticos, y conmueve.

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Guinzburg está contento por su nuevo ciclo, pero lleno de dudas sobre el futuro económico argentino.
 
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