ESPECTáCULOS › UN HOMENAJE DEL GOBIERNO DE LA CIUDAD A ALGUNOS DE “TITANES EN EL RING”

Eramos tan crédulos que creíamos que peleaban

Unos pocos de los sobrevivientes de la mítica troupe televisiva de Martín Karadagian –el Caballero Rojo, William Boo y Pepino el Payaso– repasaron sus vidas, anécdotas y dolencias, en un encuentro con un público familiar, en el que los grandes fueron más curiosos que los chicos, en Villa Lugano.

 Por Julián Gorodischer

Uno renguea y al otro le cuesta sostenerse. Los viejos se palmean, o se acarician, o se demuestran el cariño de modo particular: contando las bromas del pasado. “A William Boo le cagaron el bolso en un viaje en micro, y desde hace treinta años que está buscando al culpable”, se ríe uno. Vida de vapuleado, de insultos por la calle, William Boo –Héctor Brea– no festeja las anécdotas. El ex luchador Pepino el Payaso se llama, en verdad, Domingo Cucciarini, y puede llegar a resultar molesto. “¿No, William? Decile al periodista, ¿no es cierto que sacaste la mano cagada?” Los veteranos del catch suben al escenario con los disfraces de la otra Argentina, la que los hizo crecer como “Titanes”, con película y disco propios, en este homenaje de la Secretaría de Cultura porteña, en Villa Lugano. Por momentos, el tiempo parece no haber pasado para los “Titanes en el Ring”, aunque el Caballero Rojo (Humberto Rovello) tenga que estibar en el puerto para sobrevivir y Pepino se dedique a la conducción de programas infantiles.
“Tengo 66 y sigo peleando. Tuve un infarto. Yo solito, entrenando, me destapé dos válvulas y, si ustedes me ayudan –dice el Payaso al auditorio–, vamos por la tercera. Si Dios quiere...”
Hace tiempo que los viejas figuras del catch viven su ostracismo, que básicamente es no aparecer más en televisión, salvo para los homenajes y recordatorios. Es duro, dicen, pasar de la ovación al silencio. Pepino paladeó, una vez, su condición de celebridad. “Yo era la principal fuente de ingresos de la empresa”, dice y se asume como divo, el único que le habría ganado alguna vez a Martín Karadagian. Pepino tiene recuerdos excesivos, de alto impacto, palabras como pinzas, llaves o patadas voladoras, a tono con el show. En el debut, el Payaso habría ahorcado a Iván el Terrible. “Tranquilo, chiquito”, dijo que le dijo Martín, lección que lo marcaría: lo que se muestra al público es un espectáculo, no un deporte.
Los viejos recuerdan: el ruso Iván fue atropellado, en los ‘70, por un camión. La misma (mala) suerte tuvieron los que hicieron el personaje de la Momia, todos muertos en accidentes de tránsito. Pepino, autoproclamada fuente de sabiduría, improvisa una explicación: “Lo decían las sagradas escrituras de Egipto: quien usare el nombre de la Momia, morirá trágicamente. El pibe que la hace ahora, reza veinte Padrenuestros cada día”. El aura mítica sobre “Titanes” tiene, en su descargo, otras compensaciones: en las salas de infectados de los hospitales –dicen–, los viejos curaban chicos. “Yo le di un susto a un pibe postrado y lo rehabilité –exagera Pepino, y adhiere a la idea del progreso indefinido, del ascenso social que imaginaron ligado a los “Titanes”–; hoy es un importante abogado.”
“En una pelea –cuenta el referí William Boo– le levanté la mano a la Momia Negra. Y una señora me partió un paraguas en la espalda. El paraguazo fue uno de los momentos más difíciles de mi carrera.”
Vida torturada, soportando el insulto (“bestia, aprendé a contar”) en cada caminata, William tiene una cuenta pendiente que saldar. “Martín se portó muy mal conmigo”, dice. “Declaraba a la prensa que me hacía limpiar las letrinas después de la pelea. Y en el colegio de mi hija eso se comentaba...” Convertido en icono de villano, William aprendió ahora a reírse del “Booo...” que acompaña sus salidas, pero no siempre fue así. “Toda la vida traté de encontrar explicaciones sobre el paraguazo. ¿Por qué me pegaron, si yo no le hice nada a esa señora? ¿Por qué me atacó así?” Entre la agresión y la broma en el micro (la deposición en el bolso) se tiende una línea invisible coronada por la declaración del máximo titán: “William limpia letrinas”. El viejo Boo, que alguna vez fue rubio y delgado, quiso devolver dignidad a su tarea y se asoció con Rubén Peucelle para mejorar en “Lucha libre” (por Crónica TV) las condiciones de trabajo. Después fue el primer jubilado entre los luchadores y abrió las puertas a muchos otros. Claro que el rango que figura en la Anses no es el que más le hubiera gustado. “Payaso”, dice en su categoría, no luchador grecorromano, no referí de salvajes contiendas bañadas de heroísmo. Apenas “payaso”.
“En Chile me dieron tal palo que quedé bañado en sangre. De ahí salió lo de Caballero Rojo.”
“Lindo lomo”, les dijo Martín Karadagian hace años a él y a los otros viejos. Observador entrenado de cuerpos de varones, el líder no descartaba luchadores por panzones o encorvados: los quería gigantones, con aire de mole o montaña humana, como corresponde al espectáculo exagerado, y así incluyó a sus vecinos de la calle Libertad, a su parentela, todos reclutados en el café: de la calle a la celebridad.
Los elegidos, décadas después, tienen siempre una situación de riesgo para contar: una verdadera paliza confirmaría la veracidad de las patadas y las llaves. Al Caballero casi lo internan, esa vez en Chile, y al Payaso le sacaron un hombro de lugar. “El Hombre Montaña me pegó un golpe para ponerlo en su sitio y yo salté como un canguro. ‘¿Sos luchador o bailarina?’, me dijo”, cuenta el Caballero Rojo, que desde los ‘80, salido del ring, demostró que la lucha era cosa de rudos y se metió a estibar en el puerto. Hoy mismo se niega a mostrarse, porque nunca se sacó la máscara en público: mantener el secreto es el sentido de su profesionalidad. No le pedían mucho más: llaves, pinzas, y no sacarse la máscara. Pepino dice que es por feo, pero el Caballero Rojo atribuye el secreto de su éxito como titán a la negativa de mostrarse, a conservar el misterio. Cuando habla, claro, se le entiende poco detrás del látex rojo, y él escucha menos, pero el porte, a los 68, sigue intacto. “Disculpame, tengo que firmar...”, explica y sale al hall del teatro a seguir posando.

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Dos postales de la era de gloria de “Titanes en el Ring”, cuando hacían televisión, películas y hasta grababan discos.
 
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