ESPECTáCULOS › RAFAEL SPREGELBURD DESAFIA A LA SOLEMNIDAD DEL PODER

“El buen teatro es gracioso”

El dramaturgo, actor y director Rafael Spregelburd rescata el poder de la comedia, cree que en las fuentes de la comicidad se encuentra la materia prima del buen teatro y considera que los ‘80 fue una época fundante de una suerte de “extrañamiento” que hoy sigue profundizando cierto teatro: “Yo tenía 13 años en el ‘83, cuando llegó la democracia. Es posible que ese humor desenfadado, incorrecto, muy vulgar y muy fuera de lo ‘oficial’ estuviera en gran sintonía con esa sensación adolescente que te lleva a despreciar la seriedad. La seriedad en el teatro, en aquella época, venía ligada a la solemnidad de las salas oficiales que, durante la dictadura no habían podido producir un teatro verdaderamente lúdico, genuinamente ‘irresponsable’ para construir las metáforas más verdaderamente profundas, más extrañadas, de nuestra realidad. La gran revolución del humor under de los ‘80, creo yo, fue la instauración de lo ‘extrañado’ como condición sine qua non de teatralidad”.
En palabras de Spregelburd, “ahora asistimos a la tímida aparición de una forma de entender el teatro como extrañamiento puro, como reflexión más filosófica que periodística, que hace que a veces el oficio de autores de generaciones distintas sea muy diferente. Y creo que en esto tuvo mucho que ver el teatro de esos años del under. El teatro (y sobre todo la comedia) también cumple una pequeña función filosófica. Su praxis tecnológica no es la del cine (que construye realidad y la impone por el peso de la belleza técnica, que se nos aparece a los ojos contemporáneos como más bella, más intensa que la realidad misma), pero el teatro cuenta con una especificidad privada: la de la ‘representación’. En la representación que ocurre en el teatro, la ‘mentira’ sigue siendo mentira. Y aun así, el espectador no puede evitar dar lugar a pensamientos verdaderos. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué cuanto más se afanan los actores en evidenciar que lo que hacen es mentira, más posibilidades hay de construir verdad, una verdad escénica, lúdica, no científica? Esto en sí mismo ya es gracioso. El buen teatro es para mí siempre gracioso, tiene una férrea asociación con el arte de hacer reír. La risa no es alegría. La risa es, tal como lo explica Arthur Koestler, un reflejo de lujo: un reflejo muscular que no nos defiende de ningún ataque real. ¿O sí? Nos reímos ante la igualación, la unión impensable en términos racionales de lo profano con lo sublime, de lo conocido con lo ignoto, de lo cercano con lo alienígena, del ‘yo’ con el ‘nosotros’. Porque son igualaciones que superan a la razón. Y son la materia prima del buen teatro. No es que en teatro se trate sólo de ‘hacer reír’, de armar chistes. Pero el tipo de reflexión no argumentativa a la que nos somete el teatro (donde mediante el artificio del personaje se pueden presentar simultáneamente muchos puntos de vista contradictorios) es cómica”.
Según Spregelburd, “cada una de mis obras plantea un juego diferente, pero en definitiva, hay siempre un procedimiento latente detrás de todos ellos: la construcción de un lenguaje. Esto ocurre cuando se cuestiona permanentemente el uso del lenguaje elegido: la excepción hace presente la regla, y no sólo la cuestiona, sino que pone en evidencia que el mundo, así como los mundos ficcionales, también es construcción de lenguaje. El mundo es una cosaarmada por la gramática de los poderosos. Y como todo lenguaje, adolece de fracturas y excepciones. Y encontrarlas es también una tarea muy cómica. Es muy curioso plantearse el sentido del humor en el teatro argentino. Atravesado por su historia reciente, es un objeto digno de análisis: nos dan risa cosas que a otros pueblos los horrorizan, o al menos, los dejan indiferentes”.

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