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El profeta de Shepperton

Por pablo capanna*

A pesar de la fama y del mercado que le abrieron películas como El imperio del Sol, de Spielberg, y Crash, de Cronenberg, Ballard sigue siendo un autor de culto, capaz de convocar a un público tan heterogéneo como fiel. En Argentina –donde contó con traductores de lujo, como Porrúa, Gardini, Souto, Pezzoni, Bernárdez o Cohen– fue conocido desde sus comienzos y acompañado en toda su evolución.
Todavía estaba marcado por las crueles experiencias de China cuando quiso ser aviador y cirujano; de esa etapa, sólo le quedaron la frialdad de su estilo y la perpetua fantasía de volar. Y recién estaba organizando su vida cuando un absurdo accidente se llevó a su mujer. Se las arregló para criar solo a sus tres hijos, ganarse la vida y escribir. No quiso moverse de Shepperton, un suburbio que vio desaparecer absorbido por Londres. Pero sus viajes al Mediterráneo lo convencieron de que el desierto crecía en todas partes.
Comenzó escribiendo ciencia ficción, aunque sus primeros cuentos eran bastante anómalos para los códigos del género. En los ’60 se propuso revolucionarlo con un manifiesto donde invitó a abandonar el espacio cósmico para explorar el psíquico. Provocó un gran revuelo, pero sólo él se hizo cargo de su programa. Admirador de la estética surrealista, creó “paisajes” teñidos de subjetividad en El mundo sumergido, La sequía, Vermilion Sands y El mundo de cristal. Tardó en despedirse del surrealismo y lo hizo, años más tarde, con una de sus mejores novelas: Compañía de sueños ilimitada.
Tuvo una etapa experimental en la que fue provocador y escandalizó con el nihilismo de La exhibición de atrocidades y Crash. Desde los ’70, el “presente invasor” y el cemento dominan su imaginación. La decadencia urbana de Rascacielos, la regresión a la barbarie de La isla de cemento y las ingenuidades yanquis de Hola América! prefiguraban ya sus temas más recientes. Y aunque el éxito cinematográfico lo tentó a escribir dos novelas fallidas, como El día de la creación y Fuga al Paraíso, en la última década volvió por sus fueros con Noches de cocaína, Super Cannes y Milenio negro, donde explora, de modo casi hiperrealista, los espacios de exclusión: sitios tan “ballardianos” como los barrios cerrados y los no lugares. Sin embargo, a pesar de ciertos destellos, en estas obras Ballard sigue oscilando entre el moralismo y la psicopatología y no consigue evitarle al lector una cierta sensación de déjà vu.
Quizá lo esencial ya lo dijo en Running Wild, un conciso policial de 1997.

* Autor de Ballard, el tiempo desolado (1993).

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