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Jimbo Wales y la función del maestro

La red de redes, como se denomina a Internet, es un espacio complejo, donde lo privado y lo público corren el peligro de confundirse. Pero un riesgo mayor puede ser el pensar que puede cumplir funciones que siguen siendo insustituibles, como la de enseñar.

 Por Luciano Sanguinetti *

Volvía en el auto por la ruta cinco desde Santa Rosa, La Pampa, del Tercer Encuentro Nacional de Televisión Pública pensando en esta nota. Habíamos pasado dos días debatiendo con los colegas de las televisoras municipales, provinciales y universitarias, y la Renau (Red Nacional Audiovisual Universitaria), la idea de constituir el primer Consejo Federal de Televisión Pública, cuando me acordé de la visita que días atrás había hecho a la Argentina, Jimbo Wales, el creador de Wikipedia, la enciclopedia virtual, que hoy cuenta con 10 millones de artículos, en 250 lenguas, y que se ha constituido a partir de la tecnología wiki en el instrumento de información más apasionante de los últimos años en la breve historia de la red. Desarrollada a partir de la colaboración anónima y espontánea de miles de editores, Wikipedia es hoy el compendio de información que mejor refleja la última etapa de la red, la llamada web 2.0, caracterizada por la producción descentralizada de contenidos, la interacción entre los usuarios y la producción colectiva de conocimientos. Durante la presentación, la primera en Argentina, coordinada por Patricio Lorente, responsable del capítulo argentino de Wikipedia, Wales promocionó uno de los espacios (el del español) con más consultas de la enciclopedia, en una conferencia de prensa a la que asistió gran parte de los grandes medios nacionales. En esa circunstancia, un periodista le preguntó a ese norteamericano impasible si conocía la obra de Jorge Luis Borges, quizás el primero en imaginar, allá por los años ’40, el universo como una biblioteca, en su ya célebre relato “La biblioteca de Babel”. Wales dijo que no, y preguntó: ¿Debería conocerlo?

Pocos días antes de mi viaje, había tenido otro de esos momentos reflexivos con mi hija. Ese día ella preparaba un examen sobre historia argentina reciente, en particular la famosa década de los setenta. Ya había visto en el historial de la computadora algunos links sobre la lucha armada, el último gobierno de Perón y hasta del Seprin, portal informativo de la mano de obra desocupada. Enseguida me interesó el tema y le comenté que yo conocía algunos de aquellos viejos militantes y que de algún modo aquella época había sido una particularmente convulsionada. Le hablé de la proscripción del peronismo desde el ’55, de la Masacre de José León Suárez, de Operación Masacre, y de cómo al calor de aquellos años se había ido gestando la idea de la violencia política como método de resolución de los conflictos, de las dictaduras militares, de la falta de democracia, de la búsqueda de una sociedad más justa de miles y miles de jóvenes y no tan jóvenes. En un instante de la charla fuimos a la biblioteca, y encontramos el libro de María Seoane, Todo o Nada, la biografía de Santucho, el líder del ERP. En un momento dado, ella se ofuscó y me preguntó: ¿Por qué en la escuela no nos enseñan esto? Yo la miré, al principio sin entender, y le dije, ¿cómo que no te lo enseñan? Me respondió: sí, no lo enseñan. La conversación terminó ahí. Y me olvidé.

Mientras manejaba, saliendo entonces de Trenque Lauquen después de un pequeño desperfecto en el auto que me dejó unas horas varado en la ruta, pensé: ¿qué relación hay entre aquella escena de Jimbo Wales y la paradójica observación de mi hija? En principio pensaba que a pesar de la existencia de la red, de la infinita biblioteca que había imaginado Borges, de los miles de libros que circulan por el mundo, lo que mi hija me estaba reclamando es que alguien se hiciera cargo de ordenar esa inconmensurable red de información. Me estaba señalando la importancia que tienen todavía, y seguramente siempre, los maestros; es decir, estaba reconociendo el valor de aquella función del que enseña, y que debe transmitirles a los jóvenes y no tanto, una explicación de contexto, dar cuenta de los procesos, guiar a los alumnos en la lectura, acercarles fuentes y datos. En fin, lo que mi hija me estaba indicando era de algún modo la respuesta a un debate fundamental en estos últimos años, y es cómo pasamos de la Sociedad de la Información a la Sociedad del Conocimiento. Y eso mismo había sido lo que nos dejó algo frustrados cuando escuchamos la respuesta de Jimbo. El mismo creador de la enciclopedia más alucinante del mundo, quizás sin saber (de hecho deberíamos decir sin saber lisa y llanamente), estaba haciendo realidad el sueño de Borges. Pero necesitó que alguien le dijera: sí, Jimbo, deberías leerlo.

Por la noche, ya agotado, llegué a mi casa. Nadie me esperaba tan tarde, así que entré tratando de hacer el menor ruido posible. Cuando me asomé por la habitación de mi hija, observé que estaba vacía; ahí me di cuenta de que era sábado y ella se había ido a bailar, pero de refilón, cuando cerraba la puerta, reconocí en la mesita de luz el libro de María Seoane: Todo o Nada.

* Docente e investigador. Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.

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