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Una agenda para la cultura digital

A partir de los intercambios en el Foro Hacia una Agenda para la Cultura Digital en la Argentina, Natalia Calcagno continúa el debate sobre el rol del Estado frente a la convergencia tecnológica.

 Por Natalia Calcagno *

¿Cuál es el valor de la creatividad en la era digital? ¿Internet es solamente un soporte? ¿Tiene sentido un sistema jurídico que protege derechos de copia en un entorno tecnológico basado justamente en la posibilidad de copiar fácilmente? ¿Cuál es el rol del Estado frente a la convergencia tecnológica?

Estas y otras preguntas fueron ejes del Foro Hacia una Agenda para la Cultura Digital en la Argentina, que tuvo lugar en septiembre pasado en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Organizadas por el Sistema de Información Nacional de la Cultura Argentina (SInCA) de la Secretaría de Cultura de la Nación, las dos jornadas de trabajo analizaron los aspectos económico, social, tecnológico y regulatorio. Y alcanzaron una primera gran conclusión: hay problemas y desafíos que se inauguran en la era digital y que todavía no están claros ni suficientemente debatidos; es necesario entonces definir una agenda para la cultura digital de manera colectiva y plural, antes de que la definan unos pocos grandes grupos económicos interesados en la temática.

Para empezar, es fundamental, prioritario y hasta obvio a esta altura del desarrollo tecnológico reducir al mínimo la brecha digital, es decir, es necesario incluir a todos en el uso de las nuevas tecnologías, porque de otra manera se profundizan los abismos sociales, políticos, económicos y culturales, y por lo tanto, se vulneran derechos.

Rodolfo Hamawi, director nacional de Industrias Culturales, planteó otro nudo a resolver: “En el mundo digital la concentración económica no desaparece, y en algunos casos se exacerba. Cuando hay lógica comercial en el tráfico de contenidos culturales, el Estado tiene que regular para garantizar el acceso y evitar la exclusión”. En Internet hay alrededor de 700 millones de sitios activos, se comparten 500 millones de fotos cada día y se suben por minuto 100 horas de grabación a YouTube. Sin embargo, los canales masivos para acceder a semejante producción son muy pocos –Google, Yahoo, Facebook o YouTube– y determinan la forma en que las personas acceden a Internet y, a través de estos canales, ven el mundo.

La digitalización abre también una nueva dimensión del derecho a la información. Esto queda claro, por ejemplo, en las nuevas Constituciones de países latinoamericanos como Ecuador, Bolivia o México, que plantean el acceso a las TIC y a Internet como derecho constitucional.

“La nube”, ese cúmulo inabarcable de contenidos que parece estar en ninguna parte y en todas, rejerarquiza los consumos de manera globalizada a través de los buscadores. Estos definen los contenidos que ven los usuarios (y los que no) in-dexando búsquedas y priorizando unos sitios por sobre otros. En este sentido, asegurar la neutralidad de la red aparece como una necesidad básica. Para permitir la libertad de información y expresión, y también para garantizar la visibilidad de los productores culturales regionales no masivos. “La nube no es otra cosa que un montón de servidores en un oscuro sótano de Idaho, regido por las leyes donde están dichos servidores”, señaló Beatriz Busaniche, secretaria de Fundación Vía Libre, para sub-rayar la necesidad de dotar a la red de una neutralidad que evite manipulaciones de grandes jugadores globales.

¿Y qué pasa con el derecho de autor cuando las tecnologías digitales no hacen otra cosa que copiar información de un dispositivo a otro? “La creatividad debería encontrar en lo digital una oportunidad de revalorizarse. Es un buen momento para repensar el justo valor que debe tener la creatividad, transformando los paradigmas de la era industrial”, afirmó Roberto Igarza, especialista en comunicación y tecnologías. Otro tema a resolver: cómo compatibilizar la libertad de acceso con la propiedad intelectual; cómo garantizar a los autores que vivan de sus creaciones, con una justa retribución por su trabajo.

En el Foro, del que participaron, entre otros, Pedro Less Andrade (director de Google Argentina), Osvaldo Nemirovsky (TDA), Silvina Reyes (Cámara Argentina de Comercio Electrónico), Washington Uranga (periodista de Página/12), Hernán Botbol (fundador de Taringa!) y Víctor Yunes (Sadaic), hubo una temática que atravesó todos los paneles: el rol del Estado. Sin dudas, la intervención de lo público en el mundo digital se traduce a partir de iniciativas como Conectar Igualdad, que con cada computadora entrega miles de contenidos y herramientas que permitan generarlos. O la Televisión Digital Abierta, una innovación tecnológica gratuita y masiva con un fuerte sentido de inclusión. O Argentina Conectada, que dirige la inversión pública allí a donde no va la privada, instalando cableado para el acceso a Internet en zonas vulnerables o de baja densidad de población.

Estos diversos tipos de intervención del Estado en la esfera de la cultura digital –regulando relaciones, proveyendo infraestrucura, equipamiento, conectividad y contenidos– son necesarios para que el mundo conectado sea un espacio donde todos puedan ejercer su derecho a expresarse y a informarse con libertad e igualdad. Y en este sentido, son los no conectados quienes más necesitan del Estado para no quedar excluidos de una nueva etapa civilizatoria en la que los bienes culturales se han desmaterializado, transformándose en bytes que modifican las pautas de consumo y de producción cultural.

* Socióloga (UBA), coordinadora de los Programas Sistema de Información Cultural de la Argentina (SInCA) y Laboratorio de Industrias Culturales (LIC), Secretaría de Cultura de la Nación.

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