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Memoria de un altar espontáneo

Cosecharás tu siembra, el libro de la fotógrafa Valeria Weiss, desarma en 140 imágenes las muestras de devoción que cambiaron la fisonomía de la Clínica Suizo Argentina durante la internación de Diego Maradona. Un objeto que funciona como relicario, santoral popular o simple espejo de una necesidad de convertir en sagradas las alegrías compartidas.

 Por Marta Dillon

El Gauchito Gil, la Madre Teresa de Calcuta, San Expedito, la Virgen Desatanudos, el chupete del primer hijo y la ropa interior que usó el día del soñado casamiento; la primera camiseta de un club de fútbol, las piedritas recogidas en un viaje memorable y el rosario bendecido en San Nicolás. Los objetos se fueron acumulando desde la noche del 18 de abril, cuando Diego Maradona fue internado por primera vez en la Clínica Suizo Argentina, hilvanados unos con otros con miles de frases con aspiraciones de plegaria o juramentos de fidelidad a un ídolo díscolo en el que de todas maneras parece fácil reconocerse. Que nos reconocen –a los argentinos– en el mundo por su rostro, que después de aquel gol que le dio categoría de Dios la identidad nacional fue una cosa fácil, que hizo llorar y reír a padres, hijos y abuelos, borrando todo rastro de brecha generacional, el mismo ruego que se empeñan en aclarar los nacidos en las provincias para que la identidad no quede estancada en la General Paz, son señales constantes que guían el recorrido por el libro, que con una velocidad digna de lo que puede significar la oportunidad para algunos objetos, acaba de publicar Valeria Weiss –fotógrafa– en Ediciones del Nuevo Extremo.
Tan útil por su tamaño para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero, Cosecharás tu siembra podría ser la disección en 140 imágenes del inmenso altar que se montó en las puertas de la clínica tal vez para darle algún sentido, más allá de la vocación por aparecer en cámara de algunos personajes, a la vigilia montada en esas horas en las que nadie quería creer que el ídolo que se había dejado vencer por su propia omnipotencia y en cualquier momento podía convertirse él también en un imagen más de ese curioso santoral popular que incluye ladrones de caminos, cantantes de cumbia o madres abnegadas, todos muertos como corresponde a los santos, en las circunstancias más inesperadas y trágicas posibles. Y todos ellos están allí, velando la convalecencia del Diego, “el único que tocó el cielo con las manos”, el que fue capaz de desandar el camino que va de “la nada a la gloria”, llevando de su mano a los que no tienen nada y conocieron la gloria por sus ojos. Gilda, la cantante de bailanta lo suficientemente delgada como para no competir con las pulposidades de las chicas de su público, santa consagrada en el amor popular por haber muerto un día siete a las siete de la tarde en un accidente en el que murieron siete personas. Rodrigo, entonando para siempre el himno que el Diego podría haber escuchado desde su cuartoporque en el altar hubo lugar para parlantes y música antes que la cordura frente a un sanatorio exigiera un poco de silencio.
“La verdad no me interesa. El que esté libre de pecados, que tire la primera piedra”, dice otro de los retazos del gran collage que se montó durante días frente a la Suizo Argentina, uniendo las posibles confesiones de una revista con el perdón otorgado de antemano a quien ya se le perdonó todo, porque si alguna vez se lloró a causa de sus errores, esas lágrimas sólo remedaban las alegrías perdidas a causa de algún complot que no pudo ser culpa del ídolo. Lo firman en carteles precarios familias enteras, los nombres rubricados por el vínculo que los une para que quede claro lo que puede hacer el Diego por la fortaleza de los lazos de sangre. Tal vez sea por eso que entre tanto aguante y tanta fuerza se reconoce su poder a esas mujeres nunca tan reconocidas como en ese momento –porque al ídolo se le perdona también la falta de fidelidad, que no es más que un signo de carácter de ganador–: “Santa Claudia, nuestro Dios en tus manos...”, le advierten en letra manuscrita. O incluyen a las hijas, cuando las que firman son otras hijas: “Con las tres mosqueteras a tu lado vas a salir de ésta, porque sos Dartañán”, le dicen Aye y Sol con el consabido aguante para Dalma y Yanina.
Ofertas de corazones para reemplazar el que falla, porque, total, para qué sirve un corazón que ya no vivirá la alegría elemental del fútbol, aun cuando el que se supone que sufre en una cama más allá del altar no volverá a jugar y nadie se lo pide. Basta que esté ahí, demostrando que es posible volver a levantarse “Ave Diego Fénix”, como tantas veces se habrán levantado los que espontáneamente llevaron a esa avenida del Centro sus talismanes y sus deseos. Una avenida que se mostró irascible durante los días de vigilia, que negó los baños a los que no consumieran en el local –entre los carteles que fotografía Weiss, se da cuenta del derecho de admisión que se arrogaron los bares de la zona–, aun cuando algunos balcones también desplegaran sus banderas pidiendo u ofreciendo fuerza, dándole color de camiseta al corazón, que eso es suficiente para uniformarlos todos porque lo que late es el fútbol y el fútbol es alegría popular, más allá del lugar que el pueblo reserve a cada uno.
Libro de oraciones, santoral criollo, espejo de lo que produce espontáneamente la tragedia cuando toca a los grandes, cuando es excepcional o inesperada –otras tragedias, más cotidianas, tienen la capacidad de encallecer el alma–, Cosecharás tu siembra funciona como un recordatorio, más allá de la calidad de las fotos o de lo apurada que pueda resultar la edición, tan apurada y oportuna como la devoción que se despliega un instante y se recoge al siguiente cuando la tragedia se desdibuja en una línea constante, una más que contonea el paisaje cotidiano.

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