PSICOLOGíA › CUANDO JORGE R. VIDELA DIJO QUE LOS DESAPARECIDOS NO ESTABAN NI VIVOS NI MUERTOS...

Sonrisa del dictador

 Por Osvaldo L. Delgado

Seguramente muchos argentinos recuerden cuando el genocida Jorge Rafael Videla afirmó que los de-saparecidos no estaban ni vivos ni muertos..., estaban de-saparecidos. Quizá no muchos recuerden la sonrisa del dictador cuando lo dijo.

¿Por qué, de qué sonreía al decir eso?

Las razones del golpe de 1976, de sus crueldades, fueron económicas, políticas y militares. Y últimamente, en nuestro país, muchos ciudadanos están planteando una pertinente rectificación: habría que llamarlo golpe cívico-militar, para explicitar la participación y aun la conducción ideológica por miembros de la sociedad civil. Pero, ¿y la sonrisa de Videla?

El psicoanalista Jacques Lacan, en su Seminario 11, denominado “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, afirmó en referencia al Holocausto: “Sostengo que ningún sentido de la historia, fundado en premisas hegeliano-marxistas, es capaz de dar cuenta de este resurgimiento mediante el cual se evidencia que son muy pocos los sujetos que pueden no sucumbir, en una captura monstruosa, ante la ofrenda de sacrificio a los dioses oscuros”.

Además de las razones económicas, políticas y militares, hay algo más, que podemos llamar goce oscuro.

Sabemos que para Freud no hay en el ser humano de-sarraigo alguno de la maldad; la hostilidad inhibida sólo espera la oportunidad de lograr su satisfacción. Es más, si los hombres dan cuenta de sus intereses es sólo para racionalizar, “para poder fundar sus satisfacciones”. La necesidad del mandamiento “No matarás” es, en la perspectiva freudiana, la más clara expresión de que la humanidad es una “gavilla de asesinos”.

En la Argentina, la oportunidad adecuada fue la brutal forma de acumulación capitalista del neoliberalismo, la doctrina de seguridad nacional, la endeblez, cuando no la complicidad de un sector de la llamada clase política, los medios de comunicación, la Iglesia.

Esa satisfacción oscura no es erradicable de los seres humanos por ninguna construcción social. Y, respecto de esta cuestión, la diferencia entre los hombres no es cualitativa sino cuantitativa. Por ejemplo, a Hitler no le alcanzaba como a otros, para satisfacerse, contar chistes de gitanos, judíos, homosexuales o inválidos. Tampoco le pasaba que el solo intento de ir un poco más allá de contar chistes le produjera un gran sentimiento de culpa.

Ante la contundencia de la afirmación freudiana “gavilla de asesinos”, ¿debemos resignarnos? Freud dijo, con todas las letras, que ese “mal no erradicable” está a la espera de las condiciones que le permitan expresarse. Ninguna construcción social erradica ese “mal”. Pero, innegablemente, hay sociedades que facilitan la expresión de esas pulsiones y otras que no. Así, en “El porvenir de una ilusión”, Freud advirtió que “una cultura que deja insatisfechos a un número tan grande de sus miembros y los empuja a la revuelta, no tiene perspectivas de conservarse de manera duradera ni lo merece”.

En El libro de los juicios –publicado por el Instituto Espacio para la Memoria–, Ricardo Lorenzetti, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sabiamente afirmó que los juicios por los crímenes de lesa humanidad crean un nuevo contrato social entre los argentinos. Pero, ¿qué juicios y qué condenas recibieron los genocidas de los pueblos originarios de la Argentina? No hubo juicios ni condenas; hay en cambio un monumento, en el centro de la ciudad de Buenos Aires, al general Julio A. Roca, el mayor criminal. Esa ausencia de juicios, y la burla que representa ese monumento, fundaron entre los argentinos un contrato social que está en las antípodas del que formula Lorenzetti.

Para nuestro presente y nuestro futuro, un contrato social puede facilitar esas expresiones de la satisfacción en el mal, y otro contrato social puede no facilitarlas, y eso no es poco. Los actuales juicios y las condenas son un ejemplo en el mundo. Implican decirle no al goce de la impunidad y, también, no al goce de la venganza. Nunca nadie buscó vengarse de los genocidas; ninguno de los organismos de derechos humanos, ningún partido político, ninguna organización social alentó tal cosa.

La satisfacción oscura de la sonrisa de Videla representa la satisfacción oscura de todos los que participaron en aquella atrocidad. Todos los que participaron en ese plan criminal, como también los cómplices, comulgaron con esa sonrisa. Más allá de afinidades ideológicas, los que torturaron y mataron obtenían una gran satisfacción en lo que hacían; los cómplices un poco menos, pero también.

* Profesor de “Psicoanálisis: Freud”, Cátedra I, y de otras materias en la Facultad de Psicología de la UBA. El texto es fragmento de un trabajo leído en la Feria del Libro, en la presentación de El libro de los juicios, del Instituto Espacio para la Memoria.

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