PSICOLOGíA › ACERCA DEL TEMOR, LA ESPERANZA, LA VENGANZA, EL SACRIFICIO, LA EPIFANIA Y MUCHAS OTRAS CUESTIONES

“La nada, la propia nada del buen hombre, o la angustia”

Un mosaico incompleto; el registro fragmentario de las idas y vueltas de una exposición oral permite asomarse a cuestiones como la relación entre la neurosis y la venganza; el sujeto entendido como pregunta; el oscuro vínculo entre Heidegger y Mirtha Legrand; la epifanía, el sacrificio; lo que despierta al muerto.

Por Germán L. García*

Freud tiene una frase formidable con respecto a la venganza: dice que hay mujeres –podemos decir hombres, si quieren, Freud dice mujeres– que no se divorcian porque no han terminado de vengarse. Esa frase ilumina muchas: el tipo que quiere acusar a su padre o a su madre con su propia dolencia, está en una aporía, ya que no podría dejar de sufrir sin perdonar, porque su sufrimiento es la única prueba que tiene de las maldades que le adjudica al otro. La desaparición de su sufrimiento lo dejaría sin argumento. Entonces, la noción de venganza es bastante importante; la neurosis está muy ligada a ella.

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El punto de arranque de la modernidad, dice Heidegger, es la pregunta. La pregunta cartesiana, la duda cartesiana, hiperbólica. Para Heidegger, antes de hablar de la esperanza hay que hablar de la pregunta. Porque, efectivamente, es una pregunta sobre el futuro la que organiza la esperanza o la desesperación. Heidegger no se refiere a una pregunta contingente, a preguntarse esto o aquello, sino a la pregunta como la estructura misma.
No es que el neurótico se pregunte algo sino que él mismo es una pregunta: Lacan agrega la palabra neurótico, pero fue Heidegger quien dijo que somos una pregunta, o, citando a Hölderlin: “Un signo somos, indescifrable”. El preguntar, no la espera de una respuesta, define al sujeto. El ser es una pregunta y el preguntar es el pensar. El hombre se pregunta y pregunta porque es un ser finito y temporal.

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Heidegger tiene una fenomenología, muy divertida, con respecto al tema del aburrimiento y de la angustia; la espera va a girar entre aburrimiento y angustia. Si yo no espero nada, no quiero nada, no deseo nada, es evidente que es el aburrimiento. El aburrimiento –dice Heidegger– es el ente en tanto tal. Y podemos imaginar al ente frente al televisor, el ente argentino que no quiere nada, no desea nada. Si el aburrimiento es el ente, la angustia, a la inversa, es la nada. ¿Por qué tanta gente prefiere el aburrimiento? Porque –si no soy religioso– el futuro es la nada. Por eso es mejor ver seres inmortales, como Mirtha Legrand. Es una forma un poco aburrida de negar la existencia de la muerte, pero lo otro sería romper el televisor: quedaría la pantalla vacía, oscura, la nada. La propia nada del buen hombre.
Tenemos así, por un lado el ente, por otro lado la angustia, la nada. Entre esas dos cosas está, para Heidegger, la temática de la espera. Si me lanzo en la flecha del tiempo hacia el futuro, es el vacío, la nada, el ser para la muerte. Si retrocedo porque me horroriza, me quedo en un presente donde lo que hay es el aburrimiento. Nuestro problema neurótico es ése: queremos seguridad, pero nos aburre. Nos encantaría la aventura, pero tenemos miedo. Eso se llama una vida.

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A medida que la revelación, en el sentido religioso, fue desapareciendo, se fue creando la idea del genio, o se la recuperó de Platón; idea que Kant y después otros elaboraron en el siglo XVIII. El genio es un personaje epifánico, para decirlo en términos de Joyce; un personaje que ya no tiene revelaciones trascendentes sino inmanentes, obtiene revelaciones en sí mismo. Es el creador, todos lo respetan. La gente tiene una especie de admiración por el creador, el personaje del siglo XX.
James Joyce inventó el término epifanía, mejor dicho lo tomó de Newman –un teólogo y religioso inglés que escribió Gramática del asentimiento–. Pero las epifanías de Newman estaban ligadas a la necesidad de que tambiénlos analfabetos fueran ganados, entonces él dijo que no todo eran revelaciones en los libros sino que también había epifanías: que a la gente simple Dios se le manifestaba en lo real. Se ve que a Joyce esta idea le parecía tan disparatada que la tomó para su arte. Así como a Marcel Proust los llamados recuerdos involuntarios le parecían más verdaderos que el recuerdo voluntario; porque no dependían de él mismo. O, también, la escritura automática de los surrealistas. En todos estos casos se trata de extraer una fuente de alteridad que no sea la trascendencia religiosa.
Se puede demostrar que, a medida que se va desplazando la revelación religiosa, se va introduciendo lo que alguien llamó la consagración del escritor. El escritor como oráculo, como alguien que hace revelaciones. El mito máximo del escritor epifánico y revelador sería Stephane Mallarmé: los simbolistas dicen que el poema es algo autónomo, algo que no tiene que ver con la realidad, que no es mimético, no se debe a nada, brota del puro vacío, del deseo.
El psicoanálisis tiene algo que ver con la epifanía, donde el lenguaje podría revelarnos algo –o, al revés, lo que creíamos revelaciones divinas y trascendentes son en verdad los efectos del lenguaje en nosotros–. Freud, en el comienzo de La interpretación de los sueños, cuando nombra a los autores clásicos, elogia a Aristóteles por haber sido el primero que dijo que los sueños provenían de nosotros mismos en lugar de ser revelaciones divinas. Para Freud, las epifanías, las revelaciones, vienen del inconsciente, en los sueños, en los lapsus. No vienen de un mensaje divino. Hay una secularización del tema.

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La noción de erotismo no es evidente. Recuerdo que una vez fui invitado a unas jornadas en la Universidad de Murcia, sobre el cine pornográfico y erótico. Estuvimos una semana viendo películas eróticas. Y me di cuenta de que llamaban erotismo a lo que les gustaba a ellos y pornografía a lo que no les gustaba; si en vez de invitarnos a nosotros, de la clase media, hubieran invitado a tipos del matadero, hubieran dicho todo al revés: “Eróticas son éstas, no esas que no despiertan ni a un muerto”.

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Habría que ver si hay un amor bueno. Freud decía que están la ternura, el amor y el enamoramiento. En el amor como lo plantea Spinoza, donde entre el cuerpo, la naturaleza y el discurso no hay diferencia, donde hay una armonía y por lo tanto no hay nada que sacrificar, es un amor pacífico; ese amor, dice Lacan, no es posible para nosotros; Kant hace una teoría sacrificial. Porque, muy esquemáticamente, si tenemos un cuerpo que es particular y una razón que es universal, tenemos el imperativo categórico de sacrificar los objetos patológicos (es la noción de “patológico”, relacionada con la palabra pasión), los objetos de mi apetencia particular, para descubrir un amor que estaría más allá de esos objetos particulares. Kant parte de un sacrificio, que en Freud se llama castración.

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Las feministas americanas no aceptan de ninguna manera las explicaciones que se dan de la preeminencia de lo fálico. ¿Quién ha demostrado que una palabra –falo– motivada analógicamente en un órgano –el pene– pueda separarse luego como un universal? ¿Quién ha demostrado que esa conexión existe? Poner pene en lo particular y, en lo universal, falo. Derrida, al que le gusta provocar a los psicoanalistas, dice: ¿por qué no poner X? Hay un elemento faltante o sobrante, da lo mismo, disimétrico, X. Mientras uno ponga falo siempre está atrás, como dice Jacques Lacan, la turgencia vitaldel órgano. Siempre está eso. Eric Laurent comenta el caso de una americana que decía: “Con Freud sabíamos que el pene era algo que tenían los chicos y que les gustaba a las chicas; ahora con Lacan se trata del falo que no tiene nadie y que todo el mundo anda buscando”. Algo de eso.

* Fragmentos de la clase “El temor y la esperanza”, que formó parte del ciclo “El curso de las pasiones”, en el Centro Descartes.

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