PSICOLOGíA › “ORALIDAD”, “ANALIDAD”, CLAUSTROFOBIA Y RENEGACION, BAJO LA LUZ DE LA ANGUSTIA

El chico “psicópata” y otras historias

En una clase ante profesionales de un hospital público, José Zuberman mostró que “oralidad” y “analidad” no son lo que muchos piensan; explicó por qué no sirve “largar la bronca”; contó el aleccionador caso del chico que “creaba problemas” en un hospital de día; y habló de la angustia.

Por José Zuberman *

¿Por qué lo oral es lo más primitivo? No por una razón cronológica. En lo oral, el punto de angustia aparece del lado del Otro, específicamente del lado del pecho materno, porque toca el punto de la falta de la madre para el niño; es la angustia que genera el agotamiento del pecho. En el agotamiento del pecho se trata de que, si del lado del objeto no hay más, entonces esto es a vida o muerte, es la distancia entre la vida y la muerte. “No hay más”; “no hay más leche, muero”. Por eso el objeto oral es el más primitivo: porque permite la vida.
En la provincia de San Juan tiene vigencia el mito de la Difunta Correa: en medio del desierto sanjuanino hubo una mujer que, después de muerta, siguió amamantando al hijo. Todo mito encierra una verdad. Y el de la Difunta Correa supera el “no hay más”. El mito vence el punto de angustia que implica el agotamiento del pecho materno.
Este “no hay más” de lo oral no ha de entenderse en un sentido biologizante. Es: “No hay más del lado del Otro; “no hay más trabajo para mí”; o, dicen algunas mujeres, “no hay más hombres...”. Todas estas fórmulas donde no hay más del lado del Otro implican el punto de angustia con relación al objeto oral. La clave es: no hay más del lado del Otro y esto me deja en la inanición.

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En la analidad, lo que está del lado del Otro es el punto de deseo: el Otro es el que va a decir que se hace caca solamente en la pelela y no en cualquier lado; es el que le va a reclamar al sujeto la disciplina, la sociabilidad, la normatividad. Quiero la caca en la pelela, no la quiero en otra parte. Es fuente de toda normatividad y, también, de todos los movimientos de rivalidad y cooperación.
Esta demanda del otro hace que, en el nivel anal, el punto de angustia se inscriba del lado del sujeto. El sujeto va a darle al Otro eso que le demanda, pero a condición de algo que pide a cambio, que es el amor del Otro. Como dice Freud: “Yo te doy mi producto si vos me das tu amor”. Es siempre algo material por algo espiritual. Por eso Lacan usa el término “oblatividad”. La “oblata” es el dinero que se le da al cura por una misa en homenaje a un difunto: “A cambio de este dinero, tú rezas por mi muerto”; “Te doy mi caca, si me das un beso”. Si vos me querés, yo te doy esto que esperás de mí.
Un psicoanalista, Ernest Jones, había ubicado las relaciones hombre-mujer en el orden de la oblatividad: es un disparate. La oblatividad es del territorio anal. Parece muy romántico, porque uno da tal cosa, el otro tal otra... pero son relaciones que terminan siendo como un negocio. Porque el amor, como enseña Lacan, es dar lo que no se tiene a alguien que no es. No es negocio. Se da por nada. No es esto a cambio de lo otro.
Si, en el nivel oral, la cuestión es que del lado del Otro no hay más, en la analidad es que el sujeto puede o no puede darlo. Este es el punto de angustia. La angustia anuncia un corte, que puede o no concretarse. En el objeto anal, la cuestión no es la caca. Puede ser, por ejemplo, la creación de una buena imagen. Crear una buena imagen tal como le gusta a mamá, eso puede ser una producción absolutamente anal. Es una producción para la satisfacción del Otro: yo te doy esta imagen a cambio de que me ames siempre. Es fuente de disciplina. El anal diría: todo para el otro.
Freud dice que lo anal es una preparación para la etapa fálica: se trata de que el sujeto se prepara para que lo pueda dar o lo pueda no dar. El punto de angustia también estará del lado del sujeto porque, tratándose del falo, nunca está garantizado que podamos dar aquello que nos piden.

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Una de las peores cosas que se han intentado en el tratamiento de los obsesivos es la idea de que “largaran la bronca”. Cuanta más agresión, más culpa y, entonces, más agresión... Le generaban un circuito cerrado. O bien, con los chicos, hacerlos jugar mucho con el martillo para que “larguen la bronca”, y salían más agresivos de lo que habían entrado. Comosi hubiera una cantidad de energía que pudiera gastarse. Del mismo modo, los entrenadores de fútbol que recluyen a los jugadores en la concentración, no los dejan salir ni dejan que novias o esposas los visiten, se manejan con la idea de que hay un quántum de energía que, o se gasta en la sexualidad, o se gasta en la cancha. Pero no es una cuestión de energía. Es una cuestión de significantes, en tanto inscriben el deseo. La cuestión es ubicar la dimensión del deseo.

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La angustia marca dos cosas: que en el horizonte hay un objeto del deseo y que el sujeto está suficientemente preso del Otro como para que el abordarlo sea una dificultad; marca el encierro en el Otro pero, también, hacia dónde apunta el deseo. Jacques Lacan, en el Seminario VIII, dice que, si algo le enseña la fobia al psicoanálisis, es que en ella la relación del sujeto con el objeto de deseo viene mediada por la angustia. La angustia está señalando el objeto de deseo. Si se prefiere citar a un filósofo, a Kierkegaard, “la angustia aparece cuando la libertad se anuncia”.
La angustia no es un punto de llegada. La angustia señala el objeto del deseo, pero no garantiza. Tomar la angustia como punto de llegada es un error que compromete la clínica: “Bárbaro, se angustió, lloró...”. No es así. No hay análisis sin angustia, pero angustiar no es analizar. Desestructurar no es analizar. La angustia no es el corte sino el tiempo previo al corte.
Recuerdo un caso, un paciente que era excelente estudiante de Medicina y dirigente estudiantil, muy buen orador. Además era pintón, de buena presencia. El, como había leído de psicoanálisis y sabía que la resolución del síntoma es un epifenómeno de la cura, entonces no me iba a decir por qué venía. Porque le daba mucha vergüenza. Total, él ya había entendido que hablando de cualquier cosa uno resuelve los síntomas, entonces, ¿por qué iba a pasar ese mal momento? Claro que ahí está lo renegatorio: ¿cómo alguien va a empezar un análisis sin contar dónde le aprieta el zapato?
Finalmente contó que el problema era que él no había tenido ningún encuentro con una mujer. A su edad, veintidós años, era experimentado gambeteador de encuentros con mujeres que lo solicitaban. Poco después de empezar su análisis, en la primera sesión de enero, me contó que la fiesta del 31 de diciembre había estado muy buena. Le había gustado una chica con la que había tenido una aproximación importante y él se entusiasmó bastante, venía contento y, antes de que yo le preguntara nada, me aclaró: “...Sí, sí, le tomé el número de teléfono, pensé que era lo primero que te iba a decir y vos me ibas a preguntar si le tomé el número”.
En la segunda sesión de enero trajo un sueño homosexual, donde aparecía una figura que él asociaba con el padre y con el hermano mayor. Y bueno, que estaba hecho mierda porque con ese sueño había tocado fondo... había descubierto la verdad de la verdad, decía. En la sesión siguiente recordó juegos homosexuales con su hermano, y siguió y siguió, que estaba hecho mierda, hecho pelota, hasta que sobre el final de la sesión me di cuenta de que estábamos a mitad de enero y el teléfono, aquel número de teléfono que había pedido, no lo había usado.
Es que un sueño homosexual con alguien que se asocia con el padre y el hermano es un caramelo que puede entretener a cualquier analista durante bastante tiempo pero, mientras el paciente seguía hablando de él, lo que no abordaba era lo que la angustia señala: el objeto del deseo.
Entonces, en la sesión siguiente, cuando otra vez contaba que estaba hecho mierda, hecho pelota, le pregunté: “¿La llamó a esa chica del 31 de diciembre?”. En ese momento tuvo un acceso de palpitaciones: la angustia marca el objeto de deseo, sin ninguna duda; era la prueba irrefutable de que por ahí circulaba su deseo, y lo otro era un movimiento renegatorio.

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En un hospital de día había un chico que creaba muchos problemas. Por ejemplo, le decía a la terapeuta que dejara la puerta abierta: ellacontestaba que no, que atendía con la puerta cerrada y no de otra manera. O bien, el pibe llegaba al hospital de día a las tres de la tarde y pedía el almuerzo, que se había servido a la una. La mucama ya tenía todo limpio y no quería empezar de vuelta. Circulaba que ese pibe era un verdadero “psicópata”. Porque, claro, llegaba recién a las cuatro menos cuarto y le decía a la terapista ocupacional que quería seguir el trabajo que había empezado el día anterior. No, no se puede, ya no hay tiempo, le contestaban, y entonces armaba un lío bárbaro. Tiraba piedras a la ventana desde la vereda: “Vení a atenderme acá afuera, no seas guacha, vení”.
La terapista ocupacional me llamó para supervisar. Empezamos a trabajar, y la terapista recordó: “Un día, el chico me contó algo; a él le dan la plata justa para el viaje de ida y vuelta al hospital. Pero en la mitad del viaje de ida le agarra algo que no sabe bien qué es, pero se tiene que bajar del colectivo”. Se tenía que bajar pero, como quería ir al hospital, caminaba las veinte cuadras que le faltaban. Claro, llegaba tarde. Y cuando llegaba, en vez de que lo recibieran bien y valoraran su esfuerzo, lo que encontraba era: “Tenés que llegar a horario”, sólo referencias a la norma institucional. En esa supervisión, dentro de un cuadro bastante complejo, aislamos una claustrofobia: al pibe en mitad de camino le daba un ataque de claustrofobia, no había más aire dentro del colectivo. Y entonces pude entender por qué le decía a la terapeuta que dejara la puerta abierta.
Propusimos lo siguiente: que, de las cuatro actividades del hospital de día, el pibe, cada día antes de irse, hiciera constar qué actividad no iba a hacer al día siguiente. Eso fue suficiente apertura para su claustrofobia. Y desde entonces fue como si el chico se civilizara. Y, claro, todo el equipo de trabajo asumía funciones terapéuticas. Si llegaba tarde para comer, “bueno, te voy a hacer un té con alguna cosita para que no tengas hambre; no te sirvo el almuerzo para no volver a ensuciar la cocina, pero te doy algo”.

* Fragmentos de una clase dictada en el Seminario Anual del Servicio de Psicopatología del Hospital Ramos Mejía, transcripto en el libro La angustia: su razón estructural y sus modalidades clínicas, compilado por Patricia Ramos.

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