SOCIEDAD › COSQUIN, MAS ALLA DEL ESCENARIO PRINCIPAL

Yendo de la plaza a la peña

Como todos los años, alrededor de la Próspero
Molina se desarrolla otro circuito folklórico: en tiempos de crisis, es una excelente opción.

Por Karina Micheletto
Desde Cosquín

Más allá de donde llegan las cámaras televisivas, por fuera del ceremonioso escenario mayor de Cosquín y sus tejes y manejes de trastienda por dirimir quiénes ocuparán el horario de transmisión, en las calles de la ciudad del Valle de Punilla se vive todas las noches lo que muchos consideran el corazón del festival. Alrededor de la plaza mayor, en un radio de pocas manzanas, Cosquín se sacude a pura chacarera, en un alborotado enjambre: con sólo caminar una cuadra es posible encontrarse con una guitarreada de esquina improvisada, un ballet de quince integrantes desplegado en plena peatonal, un grupo de música del altiplano tocando para los comensales de una parrilla y una peña que invita a escuchar a los Tucu Tucu o a Raly Barrionuevo. Y zambas, cuecas y chacareras sonando por cuanto rincón quede libre.
Para los mayores, es el momento de elegir una peña y sentarse a comer locro o chivito escuchando propuestas musicales más o menos diferentes de las que se presentan en el escenario. Entre los jóvenes, comienza un ritual que se repite noche a noche y que puede terminar a altas horas de la madrugada o seguir al día siguiente en los balnearios. “Acá no se puede dormir, hay que aprovechar el tiempo”, repiten a coro. No será sexo, droga y rock and roll, pero tiene su agite.
Hay un circuito por el que deambulan los jóvenes de Cosquín, en un desfile de vestimentas que hace confundir al observador acostumbrado a ámbitos más homogéneos: Los hay neohippies con look flower power, prolijos estudiantes del interior con suéter cruzado en los hombros, comprometidos con remeras de Fidel, gente del palo que podría estar saliendo de un recital de Almafuerte. La jungla coscoína los reúne derribando barreras que afuera son insalvables. Lo suyo es trajinar los diferentes campings, balnearios y peñas melancia en mano (melón con Gancia, vino y azúcar, el trago oficial del festival) hasta encontrar el indicado. Entre la mítica confitería Real y la peña oficial “La Casa del Trovador” se esconde una de las paradas de ese circuito, difundida de boca en boca. Subiendo una angosta escalera iluminada por velas, aparece el Bunker Sachero del músico y compositor Duende Garnica, un reducto que demuestra que el folklore y el rock más pesado pueden convivir armoniosamente. “Esta noche actúan Raly Barrionuevo, Chaqueño Palavecino, Los Carabajal, y Los Nocheros. Si los ven, avísenles”, anuncia un cartel en la entrada.
Las familias, que llegan de todo el país, comparten algunas paradas de ese circuito, llenan las escalinatas de la iglesia ubicada frente a la plaza con viandas y esterillas, se acomodan en sillas playeras en los alrededores de la Próspero Molina para seguir desde allí lo que pasa en el escenario. Son menos de las que había en años descorralizados, pero más de lo que haría prever la recesión. “Claro que la crisis nos hace ajustar, pero mientras podamos vamos a seguir viniendo, así como vamos a seguir juntándonos para comer empanadas y tomar vino”, dice Rosario, una salteña de 46 años que llegó con su esposo para ver al Chaqueño Palavecino, invirtió $ 30 en dos plateas para esa noche y sigue los tres días siguientes desde el costado de la plaza.
En materia de peñas hay para todos los gustos: las hay para bailar, escuchar, comer, y hasta para salir por la tele. “La Casa del Trovador”, frente a la plaza, ofrece propuestas de corte tradicionalista, en un clima bien familiar. Su dueño, Juan Bautista, cantante y organizador de festivales conocido en el ambiente de Córdoba, conduce el programa de TV “La casa del trovador”, con el que en 2001 ganó el Martín Fierro al cable como mejor programa de folklore. Anuncia que la suya es una peña televisada, y todos saben que podrán verse en la pantalla batiendo palmas. A la vuelta, en la peña de Los Tucu Tucu se presenta el legendario grupo junto a artistas como Cuti y Roberto Carabajal y Jorge Mono Leguizamón. En Los Amigos, ubicada en el club Tiro Federal, hay lugar para artistas más convocantes como el Chaqueño Palavecino, Tamara Castro y Raly Barrionuevo. En la esquina, la peña de Los Carabajal ofrece una propuesta artística compuesta por nuevos valores como Raíces, Las cinco voces, Los Fulanos y Lucio, ninguno de los cuales supera los 28 años.
En la peña de Daniel Altamirano y Claudio Daniel Toro (El Principito, hijo de Daniel Toro), que parece haberse detenido en la Córdoba de los 70, hay mucho humor cordobés. La novedad del año es la peña de Chébere y de Los Guaraníes: es la primera vez que un grupo cuartetero lidera una peña junto a otro de folklore. Un par de cuadras más allá, la peña del dúo Coplanacu es transitada por un público “alternativo”, compuesto en su mayoría por jóvenes universitarios que van a escuchar nuevas propuestas y bailar hasta la madrugada. El dúo, que comenzó sonando en las peñas universitarias cordobesas, es uno de los fenómenos independientes más interesantes del folklore actual. En Cosquín su peña es referente de nuevos buenos valores, más o menos consagrados, alejados de lo más anquilosado del folklore: allí se presenta gente como Raly Barrionuevo, Verónica Condomí, la sanjuanina Claudia Pirán, el cordobés Juan Iñaki y el grupo vocal Magüey, ganador del último pre Cosquín de Córdoba.
Son muchos los que atraviesan kilómetros para venir sólo a las peñas. En algún momento esto generó una polémica “plaza versus peñas”, azuzada el domingo pasado por Horacio Guarany. “El problema de Cosquín es que los organizadores no saben organizar. No pueden permitir que haya tantas peñas compitiendo con la plaza, ofreciendo los mismos artistas que se presentan en el escenario. Es lógico que la gente va a elegir las peñas, que son más baratas y encima más divertidas”, se quejó el Potro. Quienes manejan las peñas responden que se trata simplemente de un espacio diferente, que ya es parte del paisaje.
Es cierto que Cosquín ya no el que supo ser en otros tiempos de gloria. Los coscoínos recuerdan con cierta nostalgia amarga las épocas de colas interminables para comer, cuando las cocheras alquilaban sillas para pasar la noche porque la capacidad hotelera de la ciudad estaba repleta. Pero, dicen todos, sigue siendo Cosquín. “Cosquín es como el padre alcohólico, será alcohólico, pero es el padre”, pregonan los históricos, mientras baten records de cantidad de festivales en su haber y enumeran historias coscoínas inevitablemente telúricas, levemente exageradas por la idealización del tiempo.

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El circuito de “peñas y amanecer en el balneario” nunca afloja.
Incluso se desarrolla una suerte de “escena alternativa” al festival.
 
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