SOCIEDAD › TALLER SOBRE SALUD ENTRE AUTORIDADES SANITARIAS CON COMUNIDADES ABORíGENES

Los pacientes originarios

El Ministerio de Salud reunió a representantes de doce pueblos indígenas para escuchar demandas vinculadas con sus culturas: las modalidades del parto, la alimentación y el uso de hierbas medicinales fueron algunos de los puntos tratados.

 Por Mariana Carbajal

Las mujeres collas prefieren parir en cuclillas. Las mapuches, con su cuerpo apuntando al Este. Algunos pueblos originarios depositan la placenta en un lugar especial de su territorio, que será el de mayor energía de vida de la criatura recién nacida. Pero en los hospitales públicos, a unas y a otras las obligan a dar a luz en una camilla rígida, sin contemplar cuál posición desean de acuerdo con su cultura ancestral. Es uno de los ejemplos del “choque” entre la “medicina oficial” y la “tradicional” de los pueblos originarios. Para intentar articular ambas visiones sobre la salud y la enfermedad, el Ministerio de Salud de la Nación convocó a 23 representantes de una docena de pueblos indígenas, que participaron de un taller durante tres días. “Queremos escuchar sus voces para recuperar el enfoque de la interculturalidad en salud”, señaló ayer a Página/12 Diana Juárez, coordinadora del Programa de Médicos Comunitarios. “Si no hay una política integral en ese sentido, nos quedamos con un parche. De todas formas, es un paso muy positivo que nos hayan escuchado”, opinó Doris Cañumil, enfermera, integrante de la Coordinadora del Parlamento Mapuche en Río Negro y de la comunidad Kintul folil (Buscando raíces), asentada en Sierra Grande, a la que pertenecen unas 24 familias.

Del inédito encuentro participaron representantes de los pueblos diaguita, ava guaraní, omahuca, tupi guaraní, mocoví, mbya guaraní, diaguita calchaquí, mapuche, wichí, toba y tomoke. Arreciaron las críticas a la medicina hegemónica y a los planes alimentarios, eje de la comida diaria de las poblaciones más empobrecidas, porque –señalaron– ignoran las características de la dieta de los pueblos originarios, variada, regida por productos naturales. La pobreza y la mala alimentación, apuntaron, trae como consecuencia desnutrición en las poblaciones aborígenes del norte del país y malnutrición, en las del sur.

“La salud pública como institución ha sido una gran colaboradora en la pérdida de la identidad y de las pautas culturales de los distintos pueblos. No ha tenido en cuenta hasta ahora nuestras diferencias culturales. Cada pueblo originario ha tenido su propio sistema de salud, de autocuidado, de cuidado comunitario, y se ha ido perdiendo”, reflexionó Cañumil, en diálogo con Página/12, al cierre de la actividad. Se lamentó que para la charla y la fotografía no tuviera puestas sus ropas típicas: ya las había guardado en su equipaje, ante la inminencia del regreso a su tierra.

La forma de parir, las pautas alimentarias, pero también las medicinas basadas en hierbas y los productos naturales que eligen para controlar los insectos fueron algunos de los temas abordados, que marcaron las distancias entre una y otra medicina. “No queremos fumigaciones indiscriminadas porque afectan el territorio y a nosotros mismos”, señaló Cañumil.

Frente a la salud sexual y reproductiva, se manifestaron dos posturas: “Algunos líderes indígenas, como el del pueblo tonocote de Santa Fe, dicen que no se debe controlar la natalidad para tener descendencia. Todos los pueblos indígenas viven de la proyección”, señaló Juárez. La posición no es unánime. Graciela Moreira, del pueblo mbya guaraní, de Misiones, por ejemplo, se mostró a favor de la consejería en salud reproductiva y el acceso a los métodos anticonceptivos: ante la pérdida de territorio, sus comunidades se encuentran superpobladas, explicó Cañumil. También ella es partidaria de que las mujeres puedan elegir el momento de tener hijos y cuántos. Ella, a los 46 años, es madre de cinco hijos, de entre 27 y 10 años, y tiene un nieto de 5 años.

“El modelo médico hegemónico tiene en cuenta la enfermedad física y, si después la persona tiene un problema psíquico, la mandan al psicólogo. Para nosotros, la pérdida de salud es un todo, física, psicológica y ambiental”, diferenció.

Otro gran problema, apuntó Cañumil, es la exigencia de controles sanitarios para los niños y niñas sanos. “Muchas madres tienen que viajar 150 kilómetros para un control de niño sano. Lo vemos como ilógico porque deja a sus otros hijos solos. Y cuando llega al hospital de cabecera no tiene dónde descansar. No hay conexión con las realidades de las comunidades”, agregó.

–¿No hay un centro de salud más cercano? –le preguntó este diario.

–Sí, en Río Negro hay centros de salud periféricos en parajes cercanos a las comunidades aborígenes, pero pueden pasar siete u ocho meses sin que vaya un médico –reveló.

Juárez, a cargo del Programa de Médicos Comunitarios, prometió que se tendrán en cuenta los aportes surgidos en el taller para la capacitación de 7000 profesionales integrantes de equipos interdisciplinarios que trabajan en centros de atención primaria de distintas provincias. El Ministerio de Salud, precisó, cuenta por otra parte con 200 agentes sanitarios indígenas que alcanzan a unas 155.000 integrantes de comunidades en Santiago del Estero, Tucumán, Jujuy, Salta, Catamarca, Misiones, Chaco, Formosa y Mendoza. “Son parte de las mismas comunidades: su función es promover un espacio de encuentro con la medicina tradicional. Son los encargados de llevar las propuestas y acciones sanitarias a los pueblos indígenas”, destacó Juárez. Cobran apenas 150 pesos por mes, cuestionaron en el taller.

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Doris Cañumil, enfermera, integrante de la Coordinadora del Parlamento Mapuche en Río Negro.
Imagen: Rafael Yohai
 
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