SOCIEDAD › COMO ES LA PLAYA NUDISTA DE MAR DEL PLATA LIBERADA DE LA POLEMICA

La Escondida que ya no escandaliza

Su apertura provocó el mismo escozor que en este momento la playa gay. Pero ahora todo está naturalizado. Queda a unos treinta kilómetros del centro. La gente va y se desnuda. O no. Y entonces habrá sutiles presiones para sumarse a la movida. Pase y conozca a quienes no le ponen obstáculos al sol.

 Por Alejandra Dandan

Los tipos son personajes raros. Hace unos días prepararon una encuesta para pasarla entre los pobladores de esta playa. Las encuestas tenían tres preguntas: ¿Está de acuerdo con el naturismo? La segunda era más complicada: ¿Qué opina del nudismo? Y con la tercera, remataban: “Digamos: ¿Y usted está dispuesto a desnudarse?”. Las respuestas fueron variadas, los hombres fueron los más proclives a aceptar la hipótesis del desnudo como uno de los modos mejores de solearse. Las mujeres en cambio resultaron más difíciles. Aunque la mayoría respondió con explicaciones políticamente correctas, pocas aceptaban quedar al descubierto completamente. Cuando Pablo Ursomarso terminó de hacer la encuesta al menos notó algunas mejoras. A partir de esa tarde, en La Escondida, el balneario nudista de Mar del Plata, otras seis personas se quitaron las mallas.
La Escondida está en Mar del Plata, pero bien lejos del centro, del tumulto y de la masa de mirones un tanto habitual en el resto de las playas. Este pequeño balneario se inauguró hace dos años, a partir de una iniciativa generada por quienes no toman sol sino que, como dicen ellos, hacen prácticas de nudismo. El acceso a la playa está camino al sur, sobre la ruta Interbalnearia 11, a unos treinta kilómetros del centro. Sobre la entrada, las únicas indicaciones son las de un cartel: La Escondida, dice, playa naturista. “Todo el que está en esto –dice Pablo– sabe que naturismo es igual a nudismo”.
Los que están en esto son básicamente los grupos que han hecho de este lugar una suerte de punto de encuentro habitual. Pertenecen a organizaciones nudistas de Mar del Plata, son miembros de la cofradía del Club Edén, una suerte de movimiento que se ha especializado en detectar aquellas zonas calientes del planeta, territorios vírgenes hasta donde viajan para instalar su cuerpos, descubiertos como quien hace una marca o pone una bandera en algún lado. De esas tierras soñadas hablan las pinturas de Pablo, que además es uno de los artistas plásticos que durante este fin de semana se prepara para hacer retratos y murales de los que vayan llegando a la playa. El mismo hace unos días pintó aquí ese pequeño cartel que cada tanto empieza a dar vueltas entre las lonas: “No te segregues –dice–: desnudate”.
Para los nudistas, la fisonomía de la playa es un problema. Consideran que La Escondida está funcionando con cierto éxito, que duplicaron la cantidad de habitantes en dos años, que no sólo son los hombres los que tienen sus cuerpos al descubierto sino que también lo hacen varias mujeres, grandes, casadas, abuelas, con hijos. Pero aun así, no están conformes. “De pronto se te aparecen grupos de chicos o de gente que no se descubren, vienen y miran. Ves, ves –dice, de pronto–: como esos”. Para esos otros, los distintos, los vestidos, los tapados, los mirones, los avergonzados o los que están esperando un poquito para tomar coraje, Pablo preparó el cartel. Coloreó con acuarelas una de las láminas y sutilmente, dice, fue deteniéndose en distintos puntos de la playa, sobre todo entre los grupos donde nadie, pero nadie se había sacado la malla. “Tenés que ser sutil con esto –confía– y nos parecía que éste era un modo de incentivar sin obligar a nadie”. Lo mismo que con las encuestas, cuando el cartel dio la primera vuelta, varios se quitaron lo que tenían, otros se fueron y otros lo enfrentaron enojados. “¿Sabés qué pasa? –dice ahora uno de los bañistas, de sombrero, pantalón, remera–. Acá el único libre soy yo, que hago lo que quiero, y no ellos que terminan haciendo de esto una suerte de dogma”.
Arena arriba, sobre la entrada, al borde de la ruta, hay un cartel con más recomendaciones: sea respetuoso con sus semejantes, no tomarfotografías sin consentimiento de las personas, el desnudo no es obligatorio.
Justo por este último punto se acercaron tres de las chicas que están bajando con intenciones, dicen, sólo de conocer la playa. Son de Mar del Plata, les hablaron de este lugar y ahora, con algo de tiempo libre, se decidieron por la excursión hasta estos pagos. Apenas comienzan el camino de descenso hacia la playa, que está a varios metros de profundidad, oculta por una barrera de arena acantilada, los pobladores las toman por infiltradas. “No es necesario que estén ocho horas al sol –les dice Pablo, que por estos días ha tomado el rol de líder espiritual de esta banda–: vayan desnudándose de a poco, un poco hoy, otro mañana”.
Cuando La Escondida largó, hace dos años, la apertura causó tanto revuelo en Mar del Plata como hoy lo hace Calú Beach, ese espacio diseñado como un balneario exclusivo para la comunidad gay (ver aparte). Hubo corrientes en contra entre vecinos, legisladores y hasta en algunos balnearios de los alrededores. Con el correr del tiempo aquello cambió. La Escondida ahora tiene algo más de cien pobladores estables todos los días, capaces de alternar entre el nudismo y el vestidismo. Detrás de ellos, llegaron comerciantes, se instalaron dos barras, sombrillas al estilo Honolulu y de a poco, muy despacio, también fueron llegando las marcas. “Estas reposeras de Iguana el año pasado no estaban”, dice ahora César, uno de los de treinta que hace su segunda temporada en la playa. César y Alejandro conocieron la playa el año pasado, cuando tomaban sol en la carpa prestada de un familiar de Punta Mogotes y mientras buscaban algún lugar alternativo. En una de esas revistas donde se adelanta lo más top del verano, vieron las indicaciones del lugar, se tomaron un colectivo, anduvieron algo más de una hora y finalmente llegaron. Distinto de lo que ocurre con la mayoría de los pobladores, ninguno de los dos habían hecho nudismo, ni entendían sus prácticas, ni comulgaban con la filosofía. “Pero yo –dice Alex– ya había probado eso de bañarme sin nada, quería repetirlo”. Bien, así las cosas, lo hicieron aquí. Pero ya no pudieron repetirlo porque se les terminaba el perentorio plazo del verano. Doce meses más tarde se consiguieron un auto, alojamiento propio y volvieron de vacaciones a este lugar sólo, dicen, porque tenían esta playa.
Nani Perrías, Claudia Díaz y Luis Molina son parte del grupo más canchero. Aceptan fotos, hacen encuestas y, cuando pueden, salen de Buenos Aires en plan de miniturismo nudista. Conocen Chihuahua, los recónditos parajes de Córdoba donde los que saben viajan para buscar refugios para explotar el sol sobre sus cuerpos y ahora, desde hace poco, se instalaron en este lugar. Nani llegó a La Escondida por primera vez el año pasado. Había oído el nombre y tenía ciertos datos sobre la ubicación. También él se tomó uno de los colectivos urbanos que salía hacia Chapadmalal. Como necesitaba más pistas, se las preguntó al chofer del micro:
–Ey –gritó el chofer a todos los pasajeros–. ¿Alguno de ustedes saben dónde están los nudistas?
–Naturistas, señor –corrigió Nani–: naturistas.
–Ey –siguió el conductor–. ¿Alguno sabe dónde están los nudistas?
“Buscaba avergonzarme”, dice Nani con aquella escena todavía atragantada en la garganta. “Nosotros no queremos nada –dice–, pero tampoco queremos que todo esto se transforme en un paseo turístico, después va a convertirse en una especie de playa Franka, lo único que nos faltaba”. Lo sabe. Muchos de los que llegan se instalan en el balneario con alguna cámara escondida en un bolso o se quedan sentados en los rincones con el gusto de aquellos que disfrutan de una buena película. A los locales, esas cosas les molestan.
Tanto molestan como a los hijos de las parejas más grandes que después de los doce años ya no quieren acompañarlos en estas prácticas. “Todo el mundo tiene problemas con los hijos”, dice Alejandro, sin apellido a mano.Hacia el fondo del solarium de arena, entre los cuerpos marrones que van serpenteando la playa, dos parejas discuten sobre estos temas. Los primeros son médicos, él generalista, ella sexóloga; los otros son más variados, ella ama de casa y él abogado, aficionado a la fotografía y padre de dos adolescentes de quince y veinte años que este año no están en la playa. El abogado les alquiló una carpa fuera de aquí, en La Caseta, a varios kilómetros: “Voy para allá, los dejo y después nos venimos para estos lados: ¿qué voy a hacerle? Hay que entender que al que le gusta hacer nudismo no es un bicho raro, es gente normal, como otras”. Sus hijos todavía no lo saben.

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Son una especie de cofradía, se llaman “naturistas” y se enojan si se les habla de playa “nudista”.
 
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